Las Tunas.- Más allá de unas cejas tupidas, de un amor controversial, de una pintura que transgrede y desmenuza las esencias del alma, vemos a un ser inmenso. Una mexicana que hizo de la pincelada su refugio, pero también fue dueña de una filosofía de vida fuerte, capaz de inspirar a millones, aun después de muerta.
Hablamos de Frida Kahlo, quien nació y murió precisamente en julio. La llegada, el sexto día de este mes del año 1907; la partida, el 13 de 1954. Al lienzo llevó ella todos sus dolores. Símbolos, quebraduras, detalles, escenas transgresoras… apreciamos al explorar creaciones suyas. Más de 150 piezas marcaron su palmarés, pero llaman la atención especialmente los autorretratos, varios de los cuales se acompañan de animales (perros, monos, loros, palomas…), a quienes acogió como mascotas. Casi no vendió cuadros en vida; no estaban preparados sus contemporáneos para asumir tanta grandeza.
Sobrevivió a un accidente que le provocó múltiples fracturas cuando parecía que no viviría para hacer el cuento y así, como ave fénix, volvió de las cenizas. Tenía solo 18 años cuando un tubo del autobús en el que viajaba le atravesó pelvis, columna, matriz…, pero sobrevivió. Sí, es cierto, tuvo que acompañarse durante años por un corsé que le apretaba seguramente hasta el alma. Su espina bífida sufrió más de la cuenta, pero -como siempre- siguió adelante.
Entre las 35 mujeres que estudiaron en la Escuela Nacional Preparatoria de México, estaba ella, una “cachucha” más entre dos mil 500 alumnos. Su energía rebosante contagiaba. Era como si el lienzo fuera el espacio donde dejaba quietas todas sus angustias, pero en la vida real, de frente a frente, latía otra mujer, del tipo que no se desploma. No es de extrañar que se rodeara de amigos y fuera admirada, aunque nunca lo suficiente. Frida sencillamente se impuso a las circunstancias, a golpes como ciertos abortos espontáneos.
También conoció el amor, y con sus matices incluidos. El artista Diego Rivera, quien tenía una obra más consolidada cuando ella solo era una muchacha que soñaba atrapar sus sueños como mariposas, robó su corazón. Él tenía 43 años y ella apenas 22. La gente, algo maliciosa, los bautizó “El elefante y la paloma”. Pero ella lo amó, lo amó con locura (su pintura y varios escritos suyos lo demuestran), aunque no era agraciado y hay quien cuestiona si se portó realmente a la altura de la dama.
Por otro lado, se dice que Frida no tenía tanta cercanía con la madre como con el padre, quien -fotógrafo de profesión y amante de las artes, en general- le inculcó esta pasión a su hija favorita. También se cuenta que su bisexualidad se expresó desde edades tempranas, lo que debe haber sido difícil teniendo en cuenta las características de la época, donde esos temas eran acallados a toda costa.
Como si fuera poco, la Kahlo también tuvo que enfrentar la amputación de una pierna, pero sus alas, sus alas invisibles e irreverentes, esas no las pudieron cortar.
El miedo a la muerte, al aborto, al abandono, las relaciones de poder, la vida doméstica... fueron algunos tópicos recurrentes en su obra. Ni siquiera en la cama de hospital, sobre la que reposara por un buen tiempo, dejó de pintar; admirable.
Intimista, honesta, desafiante, enamorada, con sus miedos y gritos desbordados en el arte, la mítica figura de aquella mujer de atavíos coloridos y mirada firme trascendió más allá de su época. Frida no solo es un símbolo de la identidad mexicana, sino una adalid de fortaleza y desafío, de lo que puede lograr una mujer cuando abre sus alas, aun carcomidas, y vuela a pesar de todo.