
Las Tunas.- No fue un niño feliz. Su padre, que era músico, lo incitó a la perfección. Quería que fuera el próximo Mozart. A los 7 años de edad se presentó en público y, aunque el tutor restó un calendario para afianzar su precocidad, aun así llamó la atención.
El progenitor realmente no era virtuoso en el universo de las sonoridades, mas sí lo fue un abuelo, de quien heredó nombre y talento. Ludwig van Beethoven tuvo varios maestros. Con 11 o 12 años publicó su primer trabajo vinculado a la manifestación: Variaciones sobre una marcha de Dressler. También aprendió a tocar el violín.
Aunque la música siempre estuvo cerca, la muerte de su madre complejizó la situación familiar. Se cuenta que el padre se sumió más en el alcohol y él tendría que echar adelante a toda costa, por él y sus dos hermanos. Incluso, cuando papá llegaba borracho en la madrugada, era despertado para que deleitara con su arte a los amigos de farra.
Su traslado a Viena en 1792 marcaría un nuevo rumbo en la carrera, pues esa ciudad era la matriz, el epicentro musical de aquella época. Y así, contra los vericuetos de su destino, poco a poco refinó su estilo, una simbiosis interesante entre gracia clásica y expresividad apasionada. Pero qué hacer cuando se sueña con la música y se es consciente de que ciertos sonidos comienzan a disiparse… La pérdida gradual de la audición a los 26 años era una realidad para él.
Otros se hubieran detenido, pero Beethoven no; había nacido para ser grande. Su memoria musical y agudo sentido del ritmo fueron los bastones. Siguió componiendo y dirigiendo; su grandeza superaba cualquier limitación. Y no solo eso. Las convenciones musicales de su época le quedaban pequeñas. Como alquimista del pentagrama, realizó innovaciones, aportó expresividad musical, transformó…
La sonata, la sinfonía y otras estructuras tienen en él una especie de nuevo descubridor, uno que juega con las emociones del auditorio, logrando que sus obras pasen fácilmente de la euforia a la melancolía, por ejemplo. Todo un golpe con guante de seda a la serenidad propia del período clásico. También experimentó con combinaciones de instrumentos, alentó dinámicas, llenó la sonoridad a otro plano…
De sus obras mucho podría hablarse. Una treintena de sonatas para piano figuran entre las creaciones suyas, pero sus nueve sinfonías (especialmente la novena) se consideran monumentos musicales. Además, escribió ópera, cuartetos de cuerda y música de cámara.
El Triple concierto para piano, violín, violonchelo y orquesta de Beethoven ocupa un lugar único en la producción del compositor, así como en el resto de la historia de la música. Hasta entonces, ningún compositor había escrito nunca un concierto para tres solistas.
En general, devino un puente entre el período clásico y romántico. Por otro lado, si bien le fue bien en la música, en el amor no tendría la misma suerte, aunque sí tuvo algunas relaciones, quizás por su carácter algo seco.
Más allá de los matices de su vida, Beethoven fue un innovador, un visionario, un padre de la originalidad que, composiciones magistrales aparte, nos legó una historia de vida inspiradora: el testimonio de la capacidad humana para transformar en arte la más ríspida vida. Un hombre que, aun completamente sordo, escribió obras magistrales y trascendieron más allá del tiempo y su sordera.