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Las Tunas.- Lo vemos a través de la pantalla: chaqueta estrecha, pantalones bombachos, zapatos grandes, bastón, bigote hitleriano… Nos saca la sonrisa sin hablar, toca nuestra alma y quedamos hechizados por la magia que emana de su figura, sin dar tiempo a imaginar que ahí late un actor, uno de los buenos.

Cómo llegó un niño nacido en uno de los barrios más pobres de Londres a convertirse en ícono de la cinematografía es parte de esos vericuetos de la historia que signó a Charles Chaplin, nacido el 16 de abril de 1889. Sí tuvo a su favor que sus padres provenían del teatro de variedades, aunque se separaron antes de que él tuviera 3 años de edad.

Su vida no contó con las candilejas de otros grandes. Le tocó subir a base de talento. Tuvo un medio hermano, Syndey J. Hawkes, producto de un amorío de mamá con otro artista, y papá se fue hundiendo en el alcohol. En medio de esas complejidades, la madre -que lo cuidó en esos primeros tiempos- debutó con problemas psiquiátricos y el padre, con su amante, continuaron la crianza. En la época de la tutoría materna, se cuenta que hasta vivieron en un asilo en Lambeth y que Charlie, junto a su hermano, estudió en una escuela para huérfanos y niños pobres.

chaplin 1Sin embargo, aun en esos momentos, ya saltaban luces del genio que sería después. Con solo 5 años, en un pequeño teatro de Aldershot, donde trabajaba la madre antes de enfermarse de los nervios, a mitad de la presentación ante un público hostil, se quedó sin voz. Ahí entró Chaplin para “salvar” la situación; interpretó una canción y el público quedó fascinado, lloviendo monedas sobre el escenario que el pequeño, luego de recogerlas, agradeció con otro tema.

Dos años después, por las mismas circunstancias que rodeaban a su familia, llegó al orfanato; y con 10 calendarios se acercó a la compañía teatral de William Jackson e integró el grupo Los Ocho Muchachos de Lancashire, llevando su arte a diferentes teatros de Inglaterra. En 1901, con solo 37 primaveras, fallece su padre por cirrosis hepática; para entonces Charlie tenía claro que su camino y sustento dependían del espectáculo. Sin embargo, la economía aún resultaba difícil y alternaba el mundo del tabloncillo con oficios como recadero, soplador de vidrios y vendedor callejero.

Años después integra la compañía Fred Karno’s, vital en su carrera. Allí ejerció, por ejemplo, un papel cómico en la obra El partido de fútbol. Ya en 1909, gracias a esas puertas abiertas, había actuado en los principales teatros de variedades de París. El talento empezaba a dar frutos. Pocos años después realiza su primera gira por Estados Unidos y otros lares, asumiendo el papel de un alcohólico.

Su evidente luz se extendía sin reparos y así terminó por abrirle las puertas del cine. El productor canadiense Mack Sennett lo contrató para hacer Ganándose el pan, el primer filme en el que trabajó. No obstante, aún desconocía el mundo del celuloide y las críticas no fueron halagüeñas. Gracias a la insistencia de Mabel Normand, una de las grandes celebridades del cine por aquel tiempo, le dieron una segunda oportunidad y ahí sí la fama no se haría esperar. Fue entonces que nació Charlot, el famoso personaje del vagabundo que lo marcaría de por vida. Carreras sofocantes fue una de esas películas en las que estrenaría el personaje que robó nuestros corazones.

Años después, empezó a dirigir sus propias propuestas cinematográficas; era un perfeccionista obsesivo. El cortometraje Charlot panadero fue uno de sus grandes éxitos. Curiosamente, nunca elaboró un guion para sus películas.

Otros actores empezaron a copiar al vagabundo de Chaplin, se hicieron objetos con su imagen, lo esperaban en las estaciones de trenes…, pero él -tan centrado en su labor- no siempre era consciente de la fama que había alcanzado. No tardaron en venir suculentas invitaciones por parte de las grandes empresas cinematográficas y, llegado a este punto, ya Chaplin podía escoger. Era una leyenda.

También le sonrió el amor y, tras algunos matrimonios, pasadas las 50 primaveras de vida, se une con Oona O’Neill, con una diferencia de edad de más de tres décadas. Sin embargo, contra toda la lógica, fue un amor bonito; lo merecía.

Con Charlie reímos, lloramos, pensamos, nos trasladamos a otras épocas, sentimos la piel del pueblo… Fue un genio y, por eso, el destino se encargó de ponerlo en un sitio luminoso. Bien dijo él: “El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto”; “Todos somos aficionados. La vida es tan corta que no da para más”.