
Las Tunas.- Quién pudiera adivinar la metamorfosis de una vida, de alguien cuya madre padeció de problemas nerviosos, nunca conoció a su padre y sufrió de múltiples avatares a lo largo de su existencia. Norma Jeane Mortenson lo logró; pero el mundo no la conoció así, sino por Marilyn Monroe, la actriz estadounidense devenida mito erótico de los años 50.
Su progenitora, Gladys Baker, usó un apellido ficticio para inscribirla. La presión social de ser madre soltera, la situación económica y sus recurrentes crisis depresivas completaron el escenario que llevaría a la pequeña a pasar gran parte de su infancia en hogares de acogida. La niña se sentía sola, excluida e invisible; pero, paradójicamente, esos serían los cimientos que la llevarían a rebelarse de su realidad. La adolescencia no fue diferente; afirmaría sus profundos deseos de volar.
Con la madre inhabilitada desde el punto de vista psicológico y ella en plena etapa de cambios corporales y de toda índole, ningún familiar quería asumir la custodia. Así que se libraron de “la carga” casándola con James Dougherty; menos mal que resultó ser un hombre amable y decente. Él confirmaría luego ante cámaras que Norma fue una buena esposa. Pero corrían los años de la II Guerra Mundial y a los varones los llamaba el deber; así pasó con James.
En ese tiempo la joven, nacida en 1926 en California, se fue a trabajar a un taller plegando paracaídas. Un fotógrafo de la armada notó su belleza y le propuso realizarle fotos con el fin de “subirles la moral a los soldados”; ella aceptó. Al ver sus imágenes, la llamaron Miss Lanza Llamas. Luego vendría un contrato con una agencia de modelaje y la salida en varias portadas de publicaciones nacionales e internacionales. Eso la convencía de que sus sueños podrían hacerse realidad.
Sin embargo, el esposo no veía con buenos ojos el rumbo que tomaba la cónyuge y hasta le dijo: “En cualquier momento tendrás que decidir entre ser la señora Dougherty o ser famosa”. Ella respondió con una carta de despedida, el divorcio y un nuevo nombre: Marilyn Monroe. Tendría entonces 20 años de edad.
Tras su anhelo profesional realizó una primera película, pero los resultados no fueron los esperados. Mas, pronto, participó en un musical de bajo presupuesto llamado Las chicas del coro y, aunque no significó el gran éxito, mostró sus dotes artísticas. En pocos años ya Marilyn se había insertado en comerciales importantes y participado en alguna que otra cinta. Poco a poco, se empezaba a notar.
Por ese sendero, en 1946 logró un contrato con la 20th Century Fox y en 1948, otro con Columbia Pictures. Así su abrazo al mundo del celuloide se hizo más fuerte. En Eva al desnudo (1950), por ejemplo, con un papel secundario mereció críticas brillantes. Un buen día decidió teñirse el pelo de rubio y eso acabaría por darle el toque que necesitaba para ser una mujer irresistible de la pantalla.
La imagen de “rubia tonta” la persiguió como una sombra durante toda su carrera y, aunque películas como Los caballeros las prefieren rubias y La tentación vive arriba fueron muy lucrativas, en el fondo Marilyn se sentía insatisfecha. Quería ser vista como algo más que un símbolo sensual, como una actriz verdadera. De hecho, demostró asumir con facilidad papeles dramáticos en filmes al estilo de Bus stop y Vidas rebeldes, que alcanzaron buena opinión de la crítica. Pero no parecía bastar.
A los 26 años ya contaba con fama mundial y sus palabras en cualquier escenario daban aliento a sustanciosos rumores, pero no era feliz. Se rebeló en no pocas ocasiones ante propuestas cinematográficas que la ubicaban solo en el sitio de chica sexy; con el avance de su estrellato pudo darse el lujo de escoger.
En el amor, su vida también mostraría altibajos y contradicciones. Se casó varias veces, y ni siquiera cuando tuvo por compañero al dramaturgo Arthur Miller, de una profesión afín a la suya, pudo desprenderse de los sentimientos de soledad y abandono enraizados desde la infancia. Las píldoras antidepresivas le simularon una salida; se volvió adicta, al punto de padecer crisis de ansiedad y pánico psicótico, de lo cual el público no parecía enterarse porque se crecía en pantalla.
Sin embargo, hartos de sus caprichos, llegadas tardes al set de grabación y olvidos recurrentes del guion, los directores cerraron puertas. Desesperada y sola, a los 36 años la encontraron muerta en su alcoba con un frasco de pastillas a un lado y el teléfono al otro. Todo indicó suicidio, pero se especuló mucho sobre su muerte.
Más allá del trágico desenlace, la niña huérfana terminó siendo estrella y, aunque muchos la vieron desde la faceta superficial que destilaban su cuerpo y erotismo, tuvo un alma perseverante que, más de medio siglo después, nos ilumina. Además, dejó frases inspiradoras: “No me importa vivir en un mundo de hombres, siempre que pueda ser una mujer en él”; “No quiero ser rica, solo quiero que me amen”. La “rubia tonta” era más inteligente de lo que la fama hollywoodense la vistió.