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Las Tunas.- Apenas rebasaba los primeros cinco calendarios de vida cuando el hoy repentista tunero Dimitri Tamayo tuvo el honor de conocerlo. El destacado rapsoda Idelgrades Hernández, nombrado el Sinsonte Caimitero, lo cargó en brazos precisamente en El Cornito, la finca que acogió a otro famoso bardo: Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé. Por eso su pérdida, recientemente, caló hondo en sus sentimientos, cual si fuera un familiar más.

unnamed 1En ese encuentro -narra Dimitri- Idelgrades, aún con él aupado, le dijo señalando el río en una especie de profecía: “Mírate ahí, que tú vas a ser poeta”. Por varios años aquella frase resonó en su familia y ciertamente se cumplió el vaticinio. Además, Adelquis, el padre de Tamayo, era otro improvisador notorio y por parte de su madre (María Amparo), se avivaba el amor hacia la octosílaba rima con sus abuelos como protagonistas.


Otros factores incidentes en su abrazo a la estrofa nacional emanaron de esos encuentros en los que participó desde la infancia y que hacían que su familia (con él a cuestas, obvio) se trasladara hasta Las Tunas, pues vivían en Holguín.


“Recuerdo que poetas de diferentes partes se concentraban en sitios como Casa Piedra y hacían canturías de hasta ocho días a los que no faltaba el Sinsonte…Yo, incluso, jugaba con sus hijos. Así lo conocí a él y a los suyos”.


Idelgrades fue fundador de la Jornada Cucalambeana, Fiesta Suprema del Campesinado Cubano, con sede en Las Tunas, y entre sus múltiples participaciones en certámenes tradicionales destaca el Festival Iberoamericano de la Décima de 1991 y otros en que compartió escenario con grandes poetas improvisadores como Rigoberto Rizo y Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí).


“Por la situación de la Covid-19 no le pude decir adiós como hubiera querido. Me enteré tarde de su muerte y cuando llegué a la funeraria ya era casi el final del velorio, porque el tiempo para ello ahora es reducido a causa de la pandemia y, como todos traían nasobuco, puede que ni me conocieran algunos asistentes. Me hubiera gustado despedir su duelo con versos como lo he hecho con otros poetas que, aunque desparecieron físicamente, son inolvidables.


“Él amaba la décima; además de su mujer; era su otra novia. Y no solo fue un gran repentista, tenía una voz hermosa y una gran capacidad de improvisación, también tocaba el laúd y era una buena persona. Para quienes lo conocimos ha sido una gran pérdida”, agregó Dimitri Tamayo.


El entrevistado me habló con nostalgia de su último encuentro con Hernández cuando aún estaba vivo. “Hace menos de un año fui a su casa y cantó un poquito; fue emocionante, pues a pesar de que ya estaba viejito y se mantenía en la silla de ruedas (quedó inválido luego de un accidente), no abandonaba su amor por nuestras tradiciones campesinas y, en especial, por la décima”.


Por eso, Dimitri no deja pasar la oportunidad para improvisarle una estrofa de este tipo a ese que, quizás sin saberlo, fue uno de sus inspiradores.

El Sinsonte Caimitero
con más mieles que un panal,
era un arpa musical
bajo el ala de un sombrero.
Derramó en el clavijero
la voz de su poesía
y yo, niño todavía,
el día en que lo conocí
por las palmas aprendí
el tamaño que tenía.