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thumb 630 cuba6Las Tunas.- Más que sus puños terribles de tricampeón olímpico o su sonrisa fácil de guajiro afable, fue el corazón (su capacidad de repartirlo a partes iguales entre absolutamente todos y todas) lo que de veras definió la grandeza de Teófilo Stévenson, quien vivió 60 años exactos y entonces se convirtió de repente en leyenda, hace hoy justo una década.

El 11 de junio de 2012, la prensa de todo el mundo se hizo eco de la noticia: había fallecido en La Habana el más grande boxeador olímpico de todos los tiempos, víctima de un infarto después de que su corazón se detuviera, abrumado de tanto entregarse.

Aunque la repercusión fue universal y medios de todo el mundo lo calificaron de “leyenda", “el más grande boxeador olímpico de todos los tiempos” o, incluso, “el dios cubano del boxeo", fue Mohamed Alí quien dejó la definición más exacta del gran campeón nacido en Delicias, Puerto Padre.

“Me entristeció profundamente esta mañana la noticia de la muerte de uno de los grandes campeones del boxeo, Teófilo Stévenson”, dijo entonces Alí.

En el esplendor de sus carreras, fueron dos fuerzas de la Naturaleza, par de vendavales sobre el ring que pudieron haber protagonizado la llamada (y a la postre frustrada) “pelea del siglo”. “Haber ganado tres medallas de oro en tres Juegos Olímpicos diferentes, garantiza que él habría sido un enemigo formidable para cualquier otro campeón de peso pesado reinante o cualquier retador en su mejor momento”, elogiaba el norteamericano, quien llegó a compartir con Stévenson una relación de respeto y cercanía.

“Siempre recordaré el encuentro con el gran Teófilo en su Cuba natal”, continuaba Alí, antes de calar a fondo y con una sorprendente exactitud al ser humano gigantesco a quien sus amigos llamaban simplemente Teo o Pirolo: “Él fue uno de los grandes de este mundo, y a la vez un hombre cálido y abrazable”.

El multicampeón mundial de pesos pesados emprendió su propio camino hacia la inmortalidad cuatro años después, pero el recuerdo de su amistad con Teófilo ha quedado como una de las historias más bonitas del deporte. Haciendo honor a ella y a su propia condición de hombre cortés y leal, el Gigante de Delicias había expresado: “Alí ha dicho varias veces que la pelea habría sido un empate y yo también lo creo”.

Ahora, a 10 años de su partida, el Gigante de Delicias sigue siendo una presencia muy viva, un recuerdo feliz para quienes tuvieron el placer de conocerlo o verlo brillar sobre el cuadrilátero. Un hombre esencialmente cálido y abrazable, atributos más importantes que cualquier otro título y que lo han inmortalizado en el corazón de su pueblo.