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El cumplimiento del Programa del Moncada fue uno de los pilares de la confianza popular en la Revolución. Foto: Jose M. Correa

La Habana.- Aunque desde el principio esa obra inmensa demostró su apego a la verdad, y corroboró la integridad admirable de sus líderes, las leyes de Reforma Agraria y la Campaña de Alfabetización fueron de los ejemplos más claros para entender que la máxima de no dejar a nadie desamparado sería cumplida bajo cualquier circunstancia. Qué decir de la Salud, que se convirtió también en otra de nuestras banderas.

La Revolución ha crecido con el principio de sostener siempre la equidad, de iguales oportunidades para todas las personas. Durante años se ha trabajado para hacer más justo un Sistema de Seguridad Social que ha permitido llegar con recursos imprescindibles y con apoyo y calor humano, a quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad.

Pudiéramos poner incontables ejemplos de cómo se ha llevado a cabo esa titánica labor, para lo que no se reclama nunca nada de los beneficiados. Prestaciones económicas, entrega de viviendas o el monto y los recursos para construirlas, asistencia en centros hospitalarios especializados, seguimiento por parte de trabajadores sociales, garantía de alimentación, cuentan entre los haceres cotidianos que fortalecen nuestra concepción de derechos humanos.

Sin importar lo fuerte que nos golpee la situación económica por causa de un bloqueo genocida, de una pandemia, de fenómenos naturales, este país jamás ha dejado de cumplir con lo que se considera un deber de altísima sensibilidad. Por el contrario, entre más dificultades, más alternativas se buscan para llegar a cada uno de los que, bajo ningún concepto, pueden quedarse solos.

Es esa una práctica de total humanismo que el pueblo apoya mayoritariamente, que abraza y hace suya, como lo demostraron los días más duros de la pandemia. Baste decir que nadie volteó la cara ante el dolor ajeno, y cada quien se dispuso a hacer lo que pudo con un fin común, ayudar al otro.

Cuba ha conocido como ningún país del mundo lo que significa vivir bajo asedio, ideando de forma permanente una manera de salir de las encrucijadas impuestas por sus enemigos, y eso ha dejado un saldo. La propia convicción de proteger al ser humano, por encima de todo, nos ha puesto muchas veces como nación en lo que nunca es disyuntiva, sino decisión inmediata: elegir siempre lo que sea más beneficioso para el pueblo, aunque implique después incesante pensamiento para seguir adelante. Definitivamente, la dureza de los tiempos no nos ha hecho perder la ternura.

Como nos enseñó Fidel, como lo ha hecho siempre Raúl, es una máxima llegar a cada rincón del país, escuchar no solo lo bueno y halagador, sino las insatisfacciones, la descripción más acertada de los problemas desde la voz de quienes conviven con ellos. Y así se ha seguido trabajando.

Mucha luz se ha esparcido en comunidades a las que, más allá de los reales errores humanos, no se les llegó siempre a tiempo por las propias urgencias que imponen el día a día y la batalla contra el cerco económico de Estados Unidos.

Transformar aquellos espacios donde vive y trabaja mucha gente revolucionaria y noble es hoy prioridad para este Estado. Pero, lo más hermoso es que no se trata de una intervención estatal, sino de una amplia convocatoria popular en la cual directivos, instituciones locales, organismos, empresas y pueblo, se han fusionado en el empeño, porque en una tierra socialista el pueblo es protagonista en la labranza permanente de su futuro.

Cada comunidad que ahora florece, y cada vecino agradecido, y cada niño que va a una nueva escuela, o cada anciano que recibe en un lugar acogedor sus alimentos, son el mejor testimonio de que el Programa del Moncada está vivo y lo estará, siempre que un hijo de esta tierra tenga nuevos motivos para amar la Revolución, y no dejar de creer en ella.