Complicidad se con escribe con c

Las Tunas.- El día en que ella murió el sol era intenso, como cualquier mediodía de agosto, y nada parecía capaz de alterar esa realidad, tan habitual como lógica en esas fechas. Pero, de la nada, justo en el minuto del último aliento, comenzó a llover, y a cántaros. Fue un aguacero colosal, que bañó la ciudad y se fue, justo como había comenzado, rápido.

Para aquella jornada habían transcurrido más de 60 años de que dieran el sí; y eso, tras los preparativos interminables que a ella siempre le parecieron demasiado fastidiosos y que involucraron a parientes, costureras, lencería encargada a otros pueblos y el copón divino.

Fue el de ellos un amor para toda la vida. Y eso no tuvo que ver con las apariencias que nacían de los convencionalismos de la época, sino con ese sentimiento inaplazable, que nunca magnificaron ante nadie, y todavía los arropa, a pesar del adiós.

Juntos compartieron por años la taza de café de las mañanas, el gusto por los perros revoltosos de la finca, las madrugadas de ordeño y, cuando hizo falta, la mudanza que los devolvió al ardor de un central azucarero, los horarios complicados de la zafra y la crianza de los hijos.

No han sido los únicos. Muchas historias así palpitan tras las puertas cerradas de cualquier casa. Gente que vive el amor desde la simplicidad que se arrulla en lo cotidiano; y muchos, aunque no dieran el sí ante un altar, han dado pruebas de que sí, es para toda la vida.

El amor está en el apremio de las madrugadas, la ensalada que él prepara para todos en casa porque ella detesta "esa tarea", el cuidado extremo ante lo imprevisto, la mirada que dice un mundo de cosas en una oración y nadie más es capaz de entender porque, aunque rodeados de gente, hay un espacio en el que solo habitan dos, y solo dos entienden ciertos códigos.

Late en las ocurrencias de los niños que no se comparten con otros; en la película que pones una y otra vez aunque nunca te gustara demasiado, solo por el deleite de la compañía; y hasta en las peleas que se te antojan terribles, definitivas y, al calor de las horas, se escurren tras un par de gestos y una enorme taza de café.

El amor existe, solo que cuando de veras lo es, no lo anuncia demasiado; exige ser descubierto en el aire, entre los sonidos y silencios que hacen de la existencia algo más. También ronda hoy.

Ahora se viste de textos de WhatsApp, escucha audios en horarios imprecisos, comparte videos y cambió las sesiones interminables de cine por otras, quizás menos ortodoxas, pero igual de válidas, comprometidas.

Dispone todavía de poetas, aliados fieles que lo encumbran, jóvenes que se acercan al primer beso con la ilusión de los abuelos y a quienes, desde la infancia, se enternecen con flores y sueñan, pálidos, con la fuerza de la primera vez. El amor se adapta a los tiempos y, como hierro, raíz o soporte, perdura.

 

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