Cañoncito 2

Las Tunas.- La otrora Victoria de las Tunas tuvo también su cañonazo de las 9:00. El suyo no tenía el mismo propósito ni la misma connotación de la célebre descarga habanera, que a esa hora de la noche, desde la fortificación de San Carlos de la Cabaña, advertía a sus moradores el cierre de las murallas de la Villa de San Cristóbal de La Habana en tiempos de la colonia y que hoy mantiene viva la añeja tradición.

No, el estampido de nuestro cañoncito -porque eso era, ¡un minúsculo cañoncito!- apenas se escuchaba en el centro histórico de la ciudad, no le turbaba el sueño a nadie y sus pretensiones eran mucho más modestas que las del capitalino. La diminuta pieza era de la marca Winchester Marked WRA Co., fabricada a principios del siglo pasado, y disparaba cartuchos con un cañón de hierro de apenas 30 centímetros de longitud y 20 de alto, montado sobre dos ruedas.

Estaba emplazada en el cine teatro Cucalambé, que desde ¿1914? hasta 1935 exhibió películas y presentó espectáculos en la calle Lucas Ortiz, esquina a Francisco Vega, donde hoy se encuentra la unidad La Cadena. Tenía capacidad para alrededor de 200 espectadores, y su mecenas y propietario era el emigrante asturiano don Tomás Oscoz, de grata recordación en los anales históricos de la ciudad.

Cada noche, segundos antes de que los relojes marcaran las 9:00, el propio don Tomás Oscoz cargaba con pólvora la pequeña pieza y efectuaba un disparo al aire. Su sonido avisaba que las puertas del teatro quedaban cerradas hasta tanto no concluyera el primer acto del espectáculo puesto en escena. Percibir la seca y efímera explosión se convirtió en un detalle pintoresco del ambiente nocturno citadino.

El recordado actor tunero Alfonso Silvestre (1926-1997), quien durante buena parte de su carrera profesional se mantuvo estrechamente vinculado con el panorama cultural de la ciudad, solía referirse en sus tertulias a aquel cañoncito de agradables remembranzas.

En 1935, don Tomás Oscoz emprendió un nuevo negocio y dio por concluido el ciclo del cine teatro Cucalambé. Su local se convirtió en el bar restaurante del hotel Estrella de Cuba, demolido unos años después. Su familia le regaló el cañoncito a Silvestre, quien lo aceptó de buen grado. Antes de morir, lo donó para su conservación al Museo Provincial, donde todavía se exhibe, para beneplácito de los tuneros.

 

Escribir un comentario

Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

Código de seguridad
Refescar