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vilencia beisbol cuba Osval

Las Tunas.- No fue un golpe fuerte, el mánager apenas rozó con su mano derecha el rostro del árbitro. Alguien la calificaría de una leve bofetada, que más que en la piel, dejó la marca en la hombría de quien en aquella tarde impartía justicia en la tercera base del estadio Julio Antonio Mella.

Duró una fracción de segundo y después todo se volvió una locura en el banco del equipo beisbolero. El tumulto, los gritos para separar a los dos hombres, que se increpaban mutuamente con dureza. En la sorpresa ni atiné a perpetuar el momento con mi cámara.

La sensación de estupor, casi paralizante, aún la recuerdo. ¿Cómo era posible que algo así ocurriera? Ni uno ni otro eran conocidos por actitudes de esa índole, pero perdieron la cabeza. ¿Son importantes las razones de tal altercado? Puede que usted, lector, diga que sí, porque toda acción tiene una reacción; mas, ¿qué queda tras una escena de violencia en medio de un evento deportivo de tanta relevancia como nuestras series nacionales de béisbol?

A esos instantes he vuelto tras el más reciente capítulo violento dentro de nuestros clásicos nacionales, cuando el pasado 27 de septiembre, Eriel Sánchez, director del equipo de Sancti Spíritus, tras una discusión, lesionó en la cabeza con un objeto de madera a Miguel Rojas, miembro de la Comisión Nacional. En medios de las versiones de los involucrados, el hecho suscitó la repulsa generalizada entre aficionados y analistas del deporte de las bolas y los strikes, dentro y fuera de Cuba.

¿Estamos ante un acto aislado? Desgraciadamente no. La información disponible indica que, entre 1986 y 2025, habría ocurrido en nuestro país un mínimo de 15 hechos parecidos, que involucraron a más de 10 conjuntos diferentes de las series nacionales, a no menos de 20 jugadores, mánagers y árbitros, con incidentes en casi todas las décadas. El estadio José Antonio Huelga, de Sancti Spíritus, ha sido un triste epicentro con, al menos, cuatro sucesos graves en los años 2005, 2010, 2021 y 2025. Los elencos de Industriales, Matanzas, Sancti Spíritus y Holguín aparecen reiteradamente en las trifulcas, a menudo enfrentándose entre sí.

Salta a la luz una alarmante tendencia de agresiones a árbitros y el uso de bates como armas. Es significativa también la reincidencia de figuras prominentes: Eriel Sánchez (como jugador en 2005 y ahora como mánager en 2025) y Víctor Mesa (VM32) en varias ocasiones. 

No disponemos de evidencias claras para afirmar que acciones de este tipo se hayan incrementado, sino más bien de que la violencia es un problema recurrente en el béisbol cubano. Tiene una especie de naturaleza cíclica, que la lleva a estallar en lapsos de alta competitividad como los play offs o a encarnar en figuras polémicas, que reaparecen en diferentes roles: lo ha sido ahora Sánchez y lo fue en su momento VM32.

Sí es notable, y lo demuestran las opiniones alrededor del caso más reciente, la percepción de que no se ha logrado erradicar. En este ángulo de las sensaciones es imposible no notar la influencia de las redes sociales digitales. Dichas plataformas han tenido un influjo multifacético. Lo que antes hubiera quedado limitado a los testigos en el estadio o con suerte a un reporte de prensa, hoy, mediante un video grabado con un teléfono móvil, se “viraliza” en cuestión de horas, llegando a una audiencia masiva nacional e internacional.

¿Será que crean la sensación de que los eventos son más frecuentes alimentando la narrativa de que es un problema crónico? Para responder requeriríamos de análisis más profundos en dicho sentido. Sin embargo, también estos foros ejercen una presión sobre las autoridades deportivas, que antes no existía o era mucho menor.

Tales espacios de socialización de opiniones no crean la violencia, pero exponen su magnitud de una forma claramente distinta. De cualquier manera, lo que sí nadie podrá negar es la gravedad que implican agresiones a árbitros o la ocurrencia de peleas masivas. Tenemos un serio problema de disciplina en nuestra pelota y lo más preocupante es que se normalizara bajo espurios criterios de “guapería” barata.

Sobrecoge el modo en el que se pasa de la discusión verbal a la agresión física. ¿Se han debilitado los mecanismos de control y de respeto a las figuras de autoridad, como árbitros o comisionados? ¿No pueden los directores controlar a sus pupilos o, incluso, controlarse a sí mismos?

No son pocos quienes advierten que, cuando los comisores de estas acciones, incluso susceptibles de sanciones penales, sienten que las consecuencias no son suficientemente severas o no se aplican se pierde el efecto disuasorio.

¿Tenemos un reglamento disciplinario claro, transparente y aplicado con rigor unificado? La opinión pública cree que no y la inconsistencia en las medidas punitivas, a lo largo de todos estos años, parecen corroborarlo. Tal vez los polvos de actitudes dispares de las autoridades estén trayendo los lodos de ciclos de violencia.

No ayudará si creemos que este es un simple asunto de “calentura” de los atletas. Resulta, digámoslo sin rodeos, un fallo en la estructura disciplinaria y en la cultura de la pelota cubana. ¿Será que en esto también el béisbol es el reflejo del país que tenemos? Es hora ya de poner manos a la obra. Veremos si las duras sanciones impuestas a los protagonistas de los últimos sucesos en el “Huelga” espirituano tienen el efecto esperado.