
Las Tunas.- Rostros desencajados por el miedo nos recibieron hace dos semanas en el municipio granmense de Río Cauto. Sus habitantes creyeron ver, en el ruido de los vehículos anfibios de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que nos transportaban, la confirmación del rumor sobre una gigantesca ola que arrasaría el poblado, producto de las copiosas lluvias del huracán Melissa.
Durante esas horas críticas, las heroínas que lideraban el Consejo de Defensa local y los oficiales de las FAR tuvieron que emplear gran parte de su tiempo en explicar y desmentir las numerosas noticias falsas que llegaban a los pobladores.
Más de una de las escenas que publicamos sobre los duros efectos de las inundaciones en la geografía riocautense fue presentada por la prensa del sur de los Estados Unidos como si hubieran ocurrido en Las Tunas. Colegas de Radio Cabaniguán debieron aclarar que las imágenes mostradas en cierto libelo, donde supuestos “luchadores por los derechos humanos” eran impedidos de entregar ayuda, correspondían, en realidad, a pobladores de Guamo siendo trasladados a un lugar seguro en Jobabo.
Estos son apenas ejemplos de ese otro huracán de desinformación con el que aún lidiamos, aunque los vientos del meteoro ya sean historia. ¿Qué hacer frente a esta infodemia, extremadamente peligrosa? ¿Cabe la parálisis?
Pánico y ansiedad son los efectos más evidentes de las noticias falsas. Se trata de una desinformación sensacionalista, diseñada para impactar y generar un miedo desproporcionado. De paso, forja desconfianza y confusión, pues ante informaciones contradictorias, la gente no sabe en quién creer. Esto la inmoviliza o la lleva a tomar decisiones basadas en datos erróneos, algo sumamente arriesgado durante una emergencia.
En el proceso, se erosiona la credibilidad de las fuentes oficiales, incluso cuando mantienen su apego a la realidad. No es extraño que ciertas audiencias, tras creer una fake news, empiecen a desconfiar también de los mensajes oficiales y científicos, consumiéndolos desde el prisma del escepticismo.
“Entonces hay que informar mucho, ¡muchísimo!”, podríamos pensar. Cierto, pero los excesos son igual de perniciosos. Sobreviene la fatiga de la información, originada por un bombardeo constante de mensajes que agota mentalmente a las personas, que terminan por desconectarse y perderse alertas importantes.
Este “ciclón” que combina medias verdades con embustes completos impacta enfáticamente en la credibilidad de los medios. Más, si los algoritmos colocan a nuestros públicos mayoritariamente ante informadores enfocados en socavar la fe en nuestra prensa pública. Paralelamente, en las redacciones ronda la tentación de compartir información no verificada, seducidas por un sensacionalismo competitivo que presiona por publicar noticias impactantes con rapidez.
Reporteros y autoridades se ven forzados a dedicar tiempo y recursos, ambos escasos, a desmentir falsedades, en lugar de concentrarse únicamente en informar y coordinar la ayuda.
Saber qué es cierto y qué no crea no pocas escenas de estrés manifiesto entre los decisores. “La gente se está bajando del tren y huye despavorida”, escuchamos aquella noche con los primeros informes sobre el convoy ferroviario con los habitantes de Guamo, el mismo que daban por descarrilado más de una publicación. Afortunadamente prevaleció la cordura; de lo contrario, se habrían movilizado recursos valiosos hacia lugares donde no se necesitaban, dejando desatendidas otras áreas más urgidas de respaldo.
Dividir a la sociedad en un momento que requiere unidad, o crear una confusión que dificulte la coordinación y la comunicación clara, es otro de los efectos más nítidos de estos “vientos huracanados” de mentiras.
¿Qué podemos hacer al respecto? ¡Mucho! No importa si eres un ciudadano de a pie, un empresario estatal, un emprendedor privado o un funcionario público. Antes de compartir cualquier información, pregúntese: ¿quién publicó esto? ¿Es una cuenta oficial, un medio de comunicación serio o un perfil con antecedentes de mentir? No se quede con aquello de “lo vi en Facebook”.
Tampoco confíe en una sola fuente. Busque la misma noticia en medios confiables y diferentes. Si solo aparece en un sitio o en cadenas de WhatsApp, es muy probable que sea falsa. Haga el tiempo para realizar búsquedas inversas de imágenes. Herramientas como Google Lens pueden ayudarle a verificar si una foto sospechosa ha sido utilizada en otros contextos o en fechas anteriores.
Vaya más allá del titular, pues a menudo un encabezado sensacionalista distorsiona el contenido real. Estas noticias apelan a emociones extremas como la indignación o el miedo. Si una información le parece increíblemente conveniente para una agenda de determinada temática o demasiado catastrófica, sea escéptico.
No comparta de forma impulsiva. Deténgase y verifique. Retransmitir sin pensar es el principal mecanismo de propagación de las fake news, pues usted les atribuirá credibilidad. Todos, no solo los periodistas, somos responsables de lo que publicamos.
Pretender que no ocurre nada mientras la situación se agrava es la peor de las respuestas. La falta de acceso a información clara, oportuna y confiable crea un vacío. Y, como en los espacios vivenciales, nuestras versiones digitales también lo aborrecen. Entonces, en ausencia de elementos oficiales, la gente empieza a llenar esos huecos con suposiciones, rumores y teorías. Más aún, si los canales habituales, casi siempre dependientes de la electricidad, están fuera de servicio. Los informadores malintencionados aprovechan esas lagunas para ofrecer narrativas simples y dramáticas que, aunque falsas, satisfacen la necesidad urgente de entender lo que sucede.
Para colmo de males, la desinformación genera más caos, lo que a su vez dificulta que los datos reales lleguen ordenadamente, creándose un ciclo vicioso de intoxicación. Cuando las personas no saben qué pasa, son extremadamente vulnerables. Eso lo vimos de primera mano aquella tarde de viernes en Río Cauto, en las expresiones de miedo.
No vayamos a creer que la responsabilidad es unilateral. Las autoridades y voceros políticos o de Gobierno, junto a los medios, debemos comunicar de forma transparente y rápida, ¡todos los días! Para que, llegados los instantes extremos, tengamos un margen de credibilidad suficiente ante la exacerbación de las noticias falsas. De la ciudadanía, esperamos un consumo crítico y responsable, que no nacerá por generación espontánea, sino de haber creado ambientes informativos sanos y de pensamiento que los blinden ante el desastre digital de este otro huracán.