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josemarti

Las Tunas.- Vestía de negro, sus manos elocuentes cargaban el dolor del presidio y su frente espaciosa ilustraba las líneas de un pensamiento de verbo encendido. Era un hombre menudo, de aspecto más bien frágil; sin embargo, una fuerza febril dominaba su cuerpo: su amor por Cuba, su Patria.

Así era José Julián Martí Pérez, el gran amador de Cuba, el Apóstol, el cubano que nació el 28 de enero de 1853, casualidad histórica, el mismo año de la muerte del presbítero Félix Varela. Pero nada en aquel alumbramiento de la calle Paula sería fortuito, sino revelación: Pepe era hijo de españoles, pero tan cubano como aquellos terrenos de la Ciénaga de Zapata a donde llegó con tan solo 9 años de edad para descubrir el horror de la esclavitud.

En Martí se conjugarían, como nunca antes en un criollo, un autóctono sentimiento por su tierra y una prédica universal en la que el amor al prójimo y el desprecio por la injusticia sientan las bases de una ética moral cubana perdurable hasta hoy. Un hombre excepcional en el cual convivían fructíferas cualidades éticas y humanas, un tribuno que despertaba pasiones con su oratoria hermosa, poeta vanguardista, periodista de afilada pluma, escritor para niños, fundador de un Partido, "autor de la unidad" y gestor de una guerra.

Para algunos era el Maestro, para otros el Delegado o el Presidente; para todos, el hombre que reiniciaba una guerra justa, necesaria, y en esa entrega sabía poner la verdad de Cuba tan alta como las palmas.

Cintio Vitier –un apasionado de su vida y obra- diría que con este hombre "Cuba y América parecían abrirse a todas las posibilidades y sobreponerse a todos los fatalismos".

Por ello, no importó la pobreza, los recelos de algunos, los planes frustrados; no importó la separación de la familia, la distancia de la Patria. Una voluntad indoblegable: la independencia de Cuba, movió a José Martí toda su vida.

"¡Cuba qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!"
Cada 28 de enero, desde hace 168 años, Martí se sobrepone a todas las dificultades y fatalismos de la historia. Renace eterno. El Apóstol de la independencia cubana continúa escalando el yugo de los mansos bueyes para escoger la estrella que ilumina y mata. Y crea y crece, de cara al sol.