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Las Tunas.- Lian Marian siempre tuvo el talento de las hadas para contagiar con su magia a cuantos la conocen. De sus gracias y mimos sabe bien su mascota de ojo azules, un perrito pekinés que alegra ese universo de duendes y sueños que la envuelve, aun cuando el camino fuera hacia la escuela profesional de arte (EPA) El Cucalambé, donde estudia solfeo y violín, desde su aula de cuarto grado.

Empero, las rutinas les cambiaron a Lian y su familia. Ya los “despertares” no son tan de prisa ni el reloj apura las 7:00 de la mañana. La terrible pandemia que agobia a la humanidad obliga a buscar alternativas de tareas tan hermosas y esenciales como ir a la escuela, compartir con sus pares del aula y los profesores. Las teleclases ahora son la senda y ella, disciplinada y enamorada de su instrumento, las toma con el mismo placer de semanas atrás cuando en los salones de la EPA disfrutaba y aprendía.

El celular es el puente cotidiano que le devuelve la voz de la profesora Lily Rivero Ruiz, para continuar sus clases de solfeo y aprobar la asignatura de Iniciación Musical. Su mamá Yanetzi Nieves y su abuela Grisel Lorenzo devienen manos cómplices para que todo quede como debe ser.

Con el violín no es menor la pasión y la constancia. El profesor Alberto Capdevila Pupo llama, graba los videos, valora los avances con el armónico instrumento de cuerdas y hasta por la televisión tunera andan los compases de esta unión más fuerte que, cada día, logran las teleclases entre Lian y sus docentes.

La Covid-19 es una suerte de fantasma malo que intenta romper lo hermoso de la vida y claudicar las metas. No lo logra. Ni con Lian Marian, ni con miles. Por doquier, casi en cada casa, si husmeas un poco en el silencio que sobrecoge los espacios comunitarios, escucharás a estos profesores de la escuela de arte o aquellos que, desde lugares lejanos como La Habana, besan con el mismo amor a sus alumnos de siempre y a los otros miles que hoy les nacen en cualquier geografía de la Isla.

Mientras, las cuerdas del violín hacen su magia. Devuelven la esperanza cobijada en el viento que va a todas partes, alucinada con un susurro cierto: la fiesta de la educación en Cuba no es una utopía. Más temprano que tarde terminará con “chíes”, risas, aplausos y esa felicidad agradecida de las familias. Le ganamos esta batalla al maléfico virus. No todo está perdido.

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