Barbara RicardoManatí, Las Tunas.- La cadete manatiense Bárbara Ricardo Saavedra jamás imaginó que, a sus 20 años de edad, transitaría por una experiencia como la que la llevó hasta uno de los principales hospitales habaneros. Como estudiante de la carrera de Medicina Militar en la Universidad de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), se ofreció como voluntaria para ayudar en un centro asistencial donde estaban internadas numerosas personas reportadas como positivas a la Covid-19.

¿Cómo se establecieron tus vínculos con la vida militar?

Fue cuando cursaba la Secundaria Básica, aquí en mi municipio. Un día vinieron a hacer captaciones para la escuela militar Camilo Cienfuegos de la provincia. Hablaron de su perfil, de sus características, de sus perspectivas... Lo que dijeron me interesó y me sumé al proceso. Al finalizar noveno grado se otorgaron dos plazas para estudiar el Preuniversitario en los Camilitos. Una fue mía.

¿Cuáles fueron tus impresiones al llegar a ese centro?

La escuela me encantó. Sus programas son similares a los de la vida civil, solo que nosotros recibimos también asignaturas militares. Terminé el duodécimo con buenos resultados, lo cual me animó a solicitar una de las nueve plazas que llegaron a la escuela para estudiar Medicina Militar en La Habana. Para mi satisfacción, me asignaron una, pues siempre he admirado esta especialidad.

Un cambio extraordinario para ti, seguramente. ¿Fue así?

Sí, cómo no. En esa etapa inicial, la docencia incluye contenidos propios de la carrera y conocimientos básicos para tratar heridos de guerra, tales como reanimación cardiopulmonar y cómo hacer compresiones y vendajes. En las conferencias recurren mucho las nuevas tecnologías y buena parte de la bibliografía es digital. Contamos, además, con zonas Wifi para conectarnos.

¿Las clases prácticas se realizan en contextos reales?

Nos evalúan en una pequeña maniobra, con un campamento dotado de carpas y equipamiento, donde nosotros mismos somos los heridos y los sanitarios. Improvisamos camillas, hacemos diferentes tipos de vendajes, de torniquetes, de compresiones... También nos enseñan a proceder ante situaciones de desastres naturales y a elegir el mejor sitio para instalar un hospital sanitario.

Hablemos de la Covid-19 y de tu experiencia en su combate...

Se decidió que los estudiantes de Medicina Militar tomáramos parte en el enfrentamiento de la pandemia en el Hospital Militar Central Doctor Luis Díaz Soto, ayudando a sus trabajadores en diferentes tareas. Concurrimos unos 100 cadetes de primero a tercero. En la institución hospitalaria fuimos pantristas, lavanderos, auxiliares de limpieza, repartidores de comida, asistentes de enfermos...

¿Tenían idea del peligro que iban a enfrentar allí?

Nos advirtieron que trabajaríamos durante 14 días en un centro donde estaban ingresadas personas positivas al virus. En cada sala fuimos ubicados tres cadetes. Comenzábamos a las 7:00 am, hora en que una guagua nos recogía en la villa donde nos alojábamos. Allí permanecíamos hasta el atardecer y descansábamos al día siguiente. Ese día nos lo pasábamos durmiendo.

¿Todos en los grupos afrontaban los mismos riesgos?

El riesgo era común, pero quien más se exponía era el que trabajaba en la llamada zona roja, dentro de las habitaciones de los enfermos. Mientras el resto del grupo repartía alimentos, limpiaba, organizaba y lavaba, el estudiante que atendía a esos pacientes debía darles la comida, proporcionarles agua cuando tenían sed y, de ser necesario, hasta ayudarlos a bañarse. Lo único que no hacía era administrarles los medicamentos. Esas tareas eran rotatorias.

¿Y qué medidas de seguridad adoptaban para ese riesgo?

Allí solo se viste ropa esterilizada del hospital. El primer día nos lo pusimos todo doble; camisas, pantalones, botas, guantes, nasobucos... Un médico nos dijo que no había que exagerar, porque, de seguir así, haríamos colapsar la lavandería. Los de la zona roja se resguardaban, además, con gafas, careta y un nailon protector. Cuando salían de la sala, se quitaban la ropa y se volvían a vestir.

¿Cómo evalúas esta experiencia en tu formación profesional?

Como algo de gran importancia. Nos potenció el sentido del humanismo y de la solidaridad con las personas que padecen una enfermedad. Incluso, en nuestras rotaciones por las zonas rojas, aprendimos a tratarlas y a comprender sus estados de ánimo, según el estadio de su padecimiento. En eso nos ayudaron los médicos. En lo profesional, aprendimos mucho, en especial el trabajo de la Enfermería.

¿Estuviste allí cuando le dieron el alta a algún paciente?

Recuerdo a una muchacha que había dado positivo dos veces en el PCR. En vísperas de la tercera prueba estaba muy nerviosa. Cuando supo que esta vez era negativa, su alegría fue tan grande que quiso abrazar al médico que le dio la noticia. Cuando se marchó, rompió a llorar. En las salas existe una libreta donde el paciente escribe algo al irse de alta. Son textos de alta sensibilidad.

¿Cómo se organizó el proceso de retirada del hospital?

Al concluir la tarea, nos llevaron para una villa a pasar una cuarentena de 14 días. Después estuvimos otras 14 jornadas en la escuela, donde nos sometieron a pesquisas diarias. Cuando comprobaron que estábamos sanos, nos trasladaron para la terminal de ferrocarril de La Habana, donde abordamos un tren militar. Al llegar a Las Tunas, hubo también pesquisas en el andén y hasta en el salón. Luego en guagua para los municipios. Ahora estoy en el mío, junto a mi familia.

¿Cómo proseguirá tu carrera militar en el orden académico?

En septiembre nos pondremos al día, y en enero del 2021 comenzaremos el cuarto año. Será un reencuentro con mis compañeros de estudio y con mis profesores de esta Universidad con la que ya tengo gran sentido de pertenencia.

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