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Las Tunas.- "¿Tú eres la periodista?". Me abordó con timidez y enseguida sentí en su diálogo la vergüenza. “Yo soy enfermera…”. Unos minutos después era yo quien traslucía el mismo sentimiento, pero extrapolado hacia otro día y otras personas, de las que aún no entienden que si algo positivo nos va dejando la Covid-19 es, indudablemente, la fuerza de la solidaridad y lo gratificante de compartir, más en tiempos de escaseces.

“Fue hace un par de días… Yo atiendo a pacientes en el Cuerpo de Guardia del policlínico Guillermo Tejas. El equipo médico había trabajado 24 horas como es habitual. A la salida supimos que habían surtido la placita de al lado y decidimos acercarnos para comprar algunas viandas, porque la verdad, es que se nos dificulta mucho abastecer nuestras casas.

“Nos alejamos del resto de la población por cuestión de protocolo y para no poner en riesgo la seguridad de nadie. Hicimos una pequeña fila alterna a la cola que allí concurría. Le sugirieron al dependiente que nos atendiera entremezclados con el resto de los consumidores, pero con cierta prioridad porque habíamos estado toda la noche trabajando. Entonces fue cuando nos sorprendió la indolencia de aquella muchedumbre.

“Se negaron a que pasáramos. Uno de los doctores se sintió sobrecogido ante las ofensas que escuchó y expuso que allí, desde el policlínico, también se luchaba contra el coronavirus, que parecía mentira que la misma gente que aplaudía a las 9:00 de la noche, no fuera capaz de ceder su turno en una simple cola de viandas.

“Escuchamos cosas muy desagradables. Fue necesario que apareciera, incluso, una autoridad del Consejo de Defensa para proteger la prioridad del personal sanitario. Algunos de nuestros compañeros se fueron avergonzados, otros pudimos comprar, mas aquello no fue solidaridad, y sí una muestra de cómo las miserias humanas pueden apoderarse de cualquier situación…”.

Me pidió disculpas por “robarme” el tiempo y la vi alejarse con el rostro apenado. Me gustaría pensar que este fue solo un hecho aislado y que las personas que actuaron mal en algún momento rectificaron sus actitudes; sin embargo, me temo que no todos sienten en el lado izquierdo del pecho el agradecimiento que deberían hacia la campaña epidemiológica que se libra ahora mismo en Cuba.

Es cierto que a las 9:00 pm escucho desde mi ventana, cada noche, una amalgama de aplausos, gritos, chiflidos, incluso, alguien improvisa el ritmo de un tambor con cacerolas u otro recipiente metálico. Se siente una gran algarabía, típica del carácter cumbanchero de nuestra gente. Y esto resulta hermoso, pero cuando el sentimiento que lo genera es la solidaridad, el agradecimiento, el orgullo de vivir en este país que acogió a un crucero con pacientes enfermos, porque hemos crecido con la premisa de que una sola vida humana es invaluable.

Desde que comenzara la pandemia a expandirse por el mundo y llegara a nuestra Isla hemos vivido días singulares. El aislamiento social coincidió con momentos tensos en la economía que se han traducido en falta de alimentos y productos de aseo. Yo sé que la situación no ha sido color de rosa, igual no justifica que nos despojemos de nuestras mejores virtudes, esas que nos distinguen de otros regímenes sociales.

Siempre he sido de las que piensan que es mejor hacer más y decir o “aplaudir” menos. Mis líneas son una suerte de disculpa colectiva hacia la enfermera que conocí esta mañana y el resto de los que no han visto nuestro mejor rostro. Mis aplausos de esta noche serán indudable y “anónimamente” para ellos.