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Puerto Padre, Las Tunas.- En el centro médico psicopedagógico Melton Almaguer, en Puerto Padre, se respira tranquilidad. Quienes allí laboran irradian esmero en el quehacer diario y, en mayor cuantía, cariño, aunque la ubicación en las afueras de la ciudad condena a la institución sanitaria a las penumbras de la invisibilidad.
A la espera de una intervención constructiva, con el peligro reflejado en el deterioro del inmueble, 15 pacientes continúan internados, en tanto, otros nueve recibieron el resguardo de las familias hasta la llegada de soluciones. Pero, ¿cuánto hará esperar el remozamiento? Cada jornada perdida alimenta la transformación de esos males en problemas serios para un futuro cercano.
Si bien las características especiales de los ingresados demandan cierto grado de prioridad por parte de las autoridades del territorio, las carencias campean por el lugar. Tan solo el esfuerzo de trabajadores y donaciones de algunos organismos aplacan las necesidades. ¿Suficiente? No, por supuesto, la tarea aclama por la imbricación de todos los factores sociales y económicos, de manera que las miradas encuentren asidero en mejorar la calidad de vida de los discapacitados. La cooperación de los productores locales dispone un deber cívico; sin embargo, establecer una continuidad de hechos cala en las convicciones morales. Urge romper la burbuja donde estas personas existen y acercarlos a las actividades en la comunidad. 
Penosa resulta la situación alimentaria, con las justificaciones por la crisis nacional haciendo las veces de escudo para el desamparo. El bajo gramaje de las dietas, más la disminución de la perceptibilidad de llenura a causa de los padecimientos síquicos acentúan el apetito. De igual manera, la escasez de viandas confronta el régimen nutritivo de quienes acuden al puré, entonces, les corresponde a los cocineros obrar el milagro.
Asimismo, el abandono de los familiares estampa la tristeza en los rostros. Según el criterio de especialistas, el intercambio con sus seres queridos posibilita la adecuada conducta, además de renovar emociones. En no pocas veces, cuando los medicamentos son incapaces de llenar vacíos, unos minutos de afecto parental bastan para colmarlos.
Mantener la higiene de las prendas y sábanas recae en la firmeza de los puños del encargado, pues las "suturas" de la lavadora rusa, con bastante tiempo en explotación, dejan ver los últimos días del electrodoméstico. El inconveniente vuelve a presentarse, luego de reparaciones que garantizan una utilidad de algunos meses y de ahí la premura por reponer el equipo. Como tantas otras, una demanda sin respuesta tangible y con poco margen para la esperanza.
La calma del paraje invoca a la vorágine de la buena atención administrativa. Las deudas humanas son palpables, por tanto, sirvan estas líneas para el llamado a la empatía, sensibilidad y responsabilidad de aquellos involucrados. Sean bienvenidas todas las manos dispuestas a aportar. 
 

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