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Las Tunas.- Gregorio Américo Pérez Valdés le atribuye a Bobby Salamanca el mote de “Mano Negra”, con el que se hizo célebre en el béisbol cubano entre la década de los años 60 y principios de los 80 del pasado siglo.

Sin embargo, bien pudo haber sido uno de los grandes bateadores de la época el responsable del apelativo con el que todos recuerdan al espigado moreno nacido en 1941 en el poblado de Guayabal, perteneciente al hoy municipio tunero de “Amancio”. No fueron pocos los ilustres toleteros de la época que sufrieron el embrujo de sus envíos, siempre escurridizos, con la potencia de sus 90 millas por hora, indescifrables cada vez que utilizaba uno de los sinkers más dominantes de la historia de la pelota nacional.

Algunos, como Félix Isasi, han reconocido que fue el lanzador más complicado que enfrentaron en una era de enormes figuras del montículo. No por gusto ocupa el noveno puesto entre los serpentineros más efectivos en series nacionales (2,18) y posee la tercera mejor frecuencia de boletos con al menos 750 entradas lanzadas (1,82), solo por detrás del camagüeyano Luis Campillo (1,37) y del pinareño Orestes González (1,81).    

Si bien la abundancia de estrellas hacía increíblemente fuerte la competencia por un puesto en el montículo del Equipo Cuba, Gregorio integró algunas selecciones nacionales, como la que consiguió el título en los Juegos Centroamericanos de Panamá 1970. Allí, su nombre estuvo en boca de todos luego de lanzar apenas nueve bolas y 77 envíos en total para completar un choque de un jit ante Antillas Holandesas.

Aunque terminó su carrera con Las Tunas y llegó a lanzar con equipos como Oriente, Mineros y Cafetaleros tras las división político-administrativa, sus inicios fueron con los Granjeros camagüeyanos. Y con ese elenco lanzó el 26 de diciembre de 1965 el juego con el que quedó inaugurado el parque Cándido González, de la capital agramontina.

Aquella jornada, en medio de múltiples dificultades que más de medio siglo después cuenta con cierto brillo en los ojos, derrotó 5x1 al estelar Alfredo Street y a los Industriales. Era apenas el inicio de su papel de némesis de los conjuntos capitalinos, uno de los grandes orgullos de su carrera deportiva.

Ahora, rumbo a sus 80 años, Gregorio Pérez desgrana el pasado con un ritmo reposado que recuerda al lanzador parsimonioso que fue. El diálogo, salpicado de palabras picantes y términos difícilmente publicables, va reconstruyendo la carrera de un lanzador excepcional, capaz de liderar la IX Serie Nacional, con 12 victorias, la I Serie Selectiva, con 1,04 limpias por encuentro, y de sobrepasar ya con el uniforme de Las Tunas la cifra de los 100 triunfos.

Conversamos en el estadio amanciero Gilberto Ferrales, después de que por toda la provincia, e incluso en las redes sociales, se esparciera el rumor del fallecimiento de Gregorio. “Ya me ves, más vivo no puedo estar”.

Y como para certificarlo,  se acerca a saludar otro extraclase lanzador tunero, el gran Félix Núñez: “Dicen que bicho malo nunca muere. Me dijeron el otro día que se había muerto Gregorio Pérez y yo le dije que tenía que ser otro, porque al que yo conozco no se va a morir nunca” (risas).

Salud del béisbol cubano                                                        

Te voy a ser sincero, en estos momentos hay mucho camino por andar. Tenemos mucho talento, tanto en el picheo como a la ofensiva, pero hay que trabajar duro con las figuras jóvenes, porque los peloteros de hoy no son como los de antes. En la época que yo jugaba, los entrenadores no pasaban trabajo, porque todos le poníamos mucho interés a lo que nos decían; porque había mucho respeto y sobre todo mucha concentración, tanto en los entrenamientos como en el juego de pelota. Creo que eso nos falta hoy.

Había más seriedad, y no solo en Las Tunas o en Santiago, con aquellas Avispas Negras, era una cosa generalizada: el respeto por el juego. Por lo menos yo nunca fui expulsado. Es más, los árbitros se ponían contentos cuando yo iba a pichear, porque aunque sabían que por mi calma en el box iban a ser de cuatro horas por lo menos, estaban claros de que yo no les iba a estar protestando lanzamientos ni nada de eso. Si lo hacía era peor para mí, porque perdía concentración.

Ponchar a los jerarcas

Yo me tomaba un tiempo grande entre lanzamiento y lanzamiento, pero esa era una estrategia para desesperar a los bateadores. Y además me metía con ellos, les decía cosas… y cuando se mortificaban pensaba: “Ya eres mío”.

Claro, había algunos que no entendían de estrategias. A Urbano González jamás lo pude ponchar. Es verdad que se ponchaba muy poco, creo que 63 veces nada más (en realidad 67), pero es que fueron muchos años enfrentándonos y nunca pude. Y te digo, a mí me gustaba ponchar a los jerarcas: (Antonio) Muñoz, Cheíto (Pedro José Rodríguez), Pedro Chávez…

El pacto con Chávez

Con Chávez tengo una anécdota. Cuando inauguraron el estadio Cándido González decidieron que iba a ser el abridor. Yo estaba acá en “Amancio” y tuve que viajar con una herida que me había hecho en una nalga con una botella rota, y además con una resaca del carajo (risas). Durante todo el día casi no comí nada y antes del juego el cátcher de nosotros, Jesús Oviedo, me pregunta que cómo me sentía. Y yo: “Estoy hecho talco”. Pero ahí me puse a dar unas carreras, de momento me empecé a sentir mejor. Le dije: “Oye, hoy no hay pa nadie”.

De todas maneras, cuando estaban discutiendo las reglas del terreno, viene Chávez pasando por detrás del home y le digo: “Oiga paisano, venga acá. Dicen que los peloteros son enemigos dentro del terreno y amigos fuera, pero tú y yo somos hermanos donde sea. Así que vamos a hacer un pacto, porque mira cómo está este estadio y yo no puedo quedar mal: hoy, cada vez que te pares ahí, me tienes que dar machucón al box. Fíjate, que ese es un compromiso conmigo”. Y me dijo, ya tú sabes, gago como siempre ha sido él: “Está bien, no hay problema”.

Yo de todas maneras no me confié, pero cuando vino la primera vez al bate le digo: “Acuérdate del pacto que hicimos”. Y efectivamente, me dio machucón al box. Y en la segunda le grito, “Acuérdate”: otro machucón a mis manos. Pero ya en la tercera vez no lo vi muy contento cuando venía a batear, así que nada más para provocarlo le solté: “Acuérdate del pacto…”. Lo que me contestó no te lo puedo decir aquí (risas), solo te adelanto que de lo que se acordó fue de mi pobre madre.

La revancha con Cheíto

A Cheíto le hice otra en Santiago. Yo tiraba un tremendo sinker y ese lanzamiento jamás me lo habían levantado. Bueno, pues a Cheíto le tiré uno que casi da contra el piso la primera vez que nos enfrentamos y me la sacó por arriba del techo del left field. Le dio la vuelta al cuadro riéndose y brincó encima de home. Y yo nada más mirándolo y pensando: “No te apures, que la tuya llega también”.

Como a los 15 días volvimos a encontrarnos. Estaba ganando 3x2 en el noveno inning, con dos outs y corredor en tercera. Él no estaba ese día de regular y lo trajeron de emergente. “Esta es la mía, te llegó tu hora, cabrón” (risas). Y empezamos ahí “fajaos”, hasta que lo metí en 3 y 2. Entonces me viré como tres veces a tercera, empecé a demorarme a propósito, a sacar el pie hasta que salió Pedrito Pérez a protestarle al árbitro. Vi que ya se estaba desesperando y pensé: “Ya te tengo donde quería”. Entonces el cátcher me pide recta, yo sabía ya que era eso lo que le iba a tirar, pero le dije que no como cinco veces hasta que Cheíto, molesto, pidió tiempo. Se estaría preguntando cuántos lanzamientos yo tenía para haber dicho que no tantas veces… y ahí le puse con todo lo que tenía, lo más duro que podía tirar. Le hizo swing al sonido de la mascota y yo le grité: “Bueno, papa, estamos en paz”.

Con Muñoz no hay brujería que valga

En el año 70 yo estaba en una preselección nacional en el “Latino”. Pero por esos días me dieron mi casa acá y tuve que venir. Entre los trámites y la mudanza no me dio tiempo a entrenar, y el día que regresé para allá me dice “Natilla” Jiménez que tenía que pichear. “Coño, ¿y no pudiste avisarme antes para por lo menos haber entrenado en el pasillo del avión?”. Bueno, me fui a dormir después de almuerzo y cuando me desperté tenía el brazo encogido, con una contracción muscular. Así era imposible lanzar y tuve que sentarme en las gradas a ver el entrenamiento, pensando en que era del carajo que me eliminaran sin poder tirar. Pero en ese momento siento las primeras goticas y ahí mismo se mandó un aguacero tremendo. Después en el albergue todos decían que yo era brujero, porque ese día el cielo estaba azulito, sin nubes, y nadie sabía de dónde había salido aquel aguacero.

No se pudo jugar y al otro día le digo a Nelson Ciervo, que era uno de los entrenadores: “Yo te voy a enseñar hoy quién soy yo”. Y al “Coco” Gómez le dije que con dos o tres carreras me bastaba. Yo estaba en el equipo B, pero teníamos a (Félix) Isasi, a (Rigoberto) Rosique y a Wilfredo (Sánchez). Los otros monstruos estaban en el equipo A. Antes de empezar llamé a Muñoz y le dije: “Mira, tú estás sentadito, cómodo en el avión, y yo estoy en la escalerilla, casi cayéndome (risas). Así que cuando vengas sin hombres en base te voy a pichear, pero cuando haya corredores son cuatro malas pa ti”. Él se fue protestando y cuando vino la primera vez al bate le metí ponchao; la segunda, cuatro y pa primera. Volvió otra vez y cuatro malas. Y ya en la cuarta vez le vi los ojos que parecía que tenía dos lanzallamas (risas) y le dije: “Ahora sí te voy a pichear, papa, así que abre los ojos”.

Empecé ahí a hacer el show, a demorarme, a cambiar la pelota… en fin, que lo metí en 3 y 2, y entonces traté de pasarlo con la recta. Menos mal que ese batazo pasó por encima de mí, porque si me da me mata. Fue de aire contra los 400 pies por el jardín central. Doblete. Y entonces fui hasta segunda base y le dije: “Viste, so cabrón, por qué no te podía pichear”.

Al final, gané el juego 3x1 y, como yo era así de fresco, fui a donde estaba toda la plana mayor y les dije: “¿Y ahora qué?”. Fui el último pícher que mencionaron cuando dieron el equipo, pero no me pudieron eliminar.

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Una época de gigantes

Esa época estaba llena de “caballos” y hacer un equipo Cuba era muy difícil. Yo admiraba mucho a (Manuel) Alarcón, que era tremenda persona, te ayudaba, te explicaba lo que estabas haciendo mal. Huelga también era una gente que se acercaba a uno y te daba consejos. A mí me gustaba preguntar para aprender.

Y yo tenía una fortaleza, algo que considero un don: que cuando entraba al terreno era “hoy yo, mañana yo y siempre yo”. Eso era a pesar de que sabía que había muchos pichers mejores, ya te hablé de algunos, pero también coincidí por ejemplo con Rogelio García.

Y te puedo decir sin que me quede nada por dentro, que en esos tiempos el papá de Industriales era yo. Yo acabé con esa gente. Julita Osendi no me podía ni ver, porque ella es industrialista nata. Una vez vino a jugar Industriales aquí (a “Amancio”), cuando ya yo estaba retirado, y ella andaba con el equipo. Apenas me vio, gritó: “¡Al fin! Al fin, descansé de ti, porque me tenías loca cada vez que me cogías a los azules”.                              

Los entrenadores de hoy

Yo creo que para volver a aquellos tiempos, en que había tantos pichers buenos, hay que mirar a los entrenadores, que a veces no enseñan todo lo que tienen que enseñar a los peloteros. En el caso del picheo, por ejemplo, tú ves ahora que los muchachos estos son bola, bola, bola y bola… una detrás de la otra. Ahí hay falta de interés y de concentración de los pichers y mal trabajo de los entrenadores.

A mí que me perdone la gente que viene de las escuelas, pero yo creo que para enseñar hay que tener experiencia sobre el terreno, haber cogido muchos palos arriba del box. Una vez vino aquí Félix (Núñez) y me dijo que estaba preocupado porque no podía dar strikes. Le dije: “A ver, tira un lanzamiento ahí”, y con uno solo ya vi que estaba abriendo demasiado rápido el pie izquierdo al hacer el lanzamiento.

Mucha gente me pregunta por qué razón “Amancio” no está dando peloteros y yo a todos les digo que nos falta trabajar más. Ahora mismo yo tengo a tres muchachos ahí que son más altos que yo, lo que pasa es que no tengo recursos, no tengo pelotas para decirle cómo son los agarres, por ejemplo. Pero eso sí se puede hacer en todo el municipio… a lo mejor no salen 40, pero con 15 se puede empezar.   

Leñadores

Hay un concepto equivocado de que el equipo tiene que ganar siempre. Mira a Granma, que fue campeón dos años seguidos y después no ha podido volver a discutir… Yo creo que el equipo está bien, sobre todo porque veo que hay vergüenza entre los peloteros a la hora de jugar y que son uno solo con los entrenadores y el director del equipo. Eso es muy importante, además del respeto que se puede ver entre todos.

Gregorio con el equipo actual

Yo jugué tres años con Las Tunas y el primer juego que se ganó en series nacionales lo gané yo, contra Guantánamo. En aquella época teníamos un equipo bastante bueno, pero el otro día yo estaba sacando cuentas y preguntándome: “Quién nos hubiera puesto a Félix y a mí con este equipo”. Creo que hubiéramos ganado 20 juegos cada uno.

Sin miedo

Todo el mundo sabe que yo comencé con Granjeros, porque en aquella época “Amancio” pertenecía a la provincia de Camagüey.

Y los inicios fueron muy duros. A mí toda mi vida me pusieron a prueba, a pruebas del carajo, lo que pasa es que el corazón mío era de hierro, yo nunca tuve miedo. En mi primer año en Camagüey, estábamos entrenando 14 pichers en Morón con Agustín Mayor, que fue mi primer director. Había un blanco de Florida, que le decían Escolta, y la cosa estaba entre él y yo. Nos tocaba enfrentarnos y al que perdiera lo eliminaban. El tipo viene y me dice: “Negro, yo no me quedo”. “Ni yo tampoco, así que no sé qué tú vas a hacer”, le dije. Ya desde entonces tenía mucha confianza en mí mismo, además de que sabía que gustaba la manera en la que yo lanzaba, bajito todo el tiempo, con una recta de 90 millas y más, y siempre lateral o tres cuartos. Y claro, no fui yo el que perdió.

¿Tú ves esta mano huesuda? Que Dios me la bendiga (la besa), yo hice maravillas con esta mano, con estos dedos. Aprendí el tenedor y casi nunca lo tiré, pero el arma mía era el sinker, un sinker que aprendí a tirar solo. Noté un día que la bola se caía pa arriba del bateador y lo fui perfeccionando. Se lo tiré a (Freddy) Portilla (receptor de equipos Las Tunas) y me dijo: “¿Qué coño fue eso que tiraste?”.

Había gente que me preguntaba por qué tanto sinker, que cambiara el picheo. Y yo les decía que cómo lo iba a cambiar, si nadie le daba. Y cuando lo hacían era bate partido al seguro. Yo era famoso por acabar con la batera de los equipos contrarios.

Mano Negra, Mano de Hierro     

Lo de “Mano Negra” se le ocurrió a Bobby Salamanca. Claro está, yo soy negro completo, pero sé que él no lo decía por hablar de mi color. Me imagino que fuera porque con esa mano yo acababa con los bateadores, los destrozaba. Lo que sí te puedo asegurar es que Salamanca fue el mejor y que me quería mucho.

Siempre he tenido una fanaticada muy grande, sobre todo en Camagüey y en La Habana. Yo me enfrenté seis veces con “Changa” Mederos, que era un tipo chiquito, que no parecía la fiera que era. Y si no lo sacabas del box antes del tercer inning, te podías olvidar de ese juego. Era guapo de verdad y la gente disfrutaba cuando nos enfrentábamos. Decían: “Hoy sí vamos a ver un juego de verdad”.

Por cosas como esas yo vivo orgulloso de mi carrera deportiva, vivo emocionado por todo lo que hice.