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Las Tunas.- Detrás de cada sonrisa que se le logra sacar a un niño pequeño gracias a una actividad cultural, está el llanto sin consuelo de una madre tras haber perdido en fracciones de segundos lo que le ha costado construir toda una vida.


En el centro escolar mixto Simón Bolívar, en esta ciudad, las aulas se han convertido en un refugio improvisado, donde 167 personas esperan con inquietud y bien atentos por noticias de sus familiares.

Hay sillas ocupadas por ancianos, rincones donde juegan los niños y mesas en las que se recogen donativos de los cubanos. El río Cauto sigue rugiendo y el puente permanece incomunicado. Por ahora la escuela será hogar y esperanza a la vez. Con la fuerza y la valentía del pueblo, se mantiene a la comunidad unida, mientras las autoridades y el Consejo de Defensa coordinan traslados y rescates.

La mañana en la que Melissa dejó su huella, el río despertó como un gigante que había decidido moverse sin permiso. Yailenis Silva Cedeño recuerda la sensación de incredulidad al ver esa imagen que llegó sin aviso. El ciclón había devastado a su alrededor, y en Cauto Embarcadero, localidad del municipio de Río Cauto, recogía a su paso el silencio que trae la falta de señal y la incertidumbre de no saber de los tuyos.

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Ella caminó de Cauto Embarcadero a Miradero, con el miedo clavado en el pecho. Recorrer el camino y ver al pueblo entero en la calle, mirando el agua acercarse, fue como atravesar una película en la que todos se preguntaban lo mismo: ¿qué hacemos? No pasó una hora cuando el río partió la carretera principal y dejó a Yailenis sin paso de regreso a su casa.

“Esa tarde llegó con la noticia que nadie quería escuchar: las casas estaban bajo agua. Lo perdí todo, solamente me quedé con la ropa que traía puesta. Una de mis tres niñas quedó conmigo y las otras dos del otro lado del río. Gracias a una familia vecina que pudo rescatarlas y subirlas a una segunda planta.

“Ese día no lo quisiera recordar; nunca antes habíamos vivido algo parecido. Nos dejó con las manos vacías; nos llevó la casita que con tanto sacrificio construimos durante años”.

Su esposo logró cruzar hacia la orilla opuesta, pero allí tampoco había consuelo; viviendas cubiertas de agua, familias sobre placas, la sensación de que la tierra se había volcado... Fue la comunidad la que con valentía se ayudaba mutuamente.

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La incomunicación pesa como una losa. El puente de Río Cauto sigue sin vía, los teléfonos no tienen señal y miles de familias viven la misma agonía de no saber. Los bienes se fueron con el agua; la vida, por ahora, exige recomenzar desde cero.

En la escuela tunera, Yailenis encuentra algo parecido a un abrazo y agradece eternamente al colectivo. “La acogida ha sido gratificante, las personas que se encontraban al frente de la institución nos recibieron con mucho amor y eso permitió que, por un momento, mostráramos una sonrisa.

“Quiero que mi país logre sostener la fuerza para rescatar a todas esas personas que tanto hoy lo necesitan. Es difícil, sí, pero ahora más que nunca agradezco que tengo a mi familia con salud y eso es lo que importa”.

En la geografía granmense, el río sigue recordando su poder mientras se tejen historias de pérdida que también serán historias de resistencia, porque detrás de las casas inundadas hay manos que se ayudan y se sostienen para volver a levantar lo que el agua se llevó.