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Berta es la única Heroína del Trabajo de la República de Cuba en Las Tunas

Las Tunas.- La dirección parecía esconderse entre tantos recovecos. Al preguntar por la calle cuyo nombre traía escrito en mi agenda nadie sabía, algunos ni siquiera contestaban; pero cuando llegué a la tienda El Progreso, sabía que andaba cerca. Me acerqué entonces a dos viejitos que conversaban sentados en la acera a ritmo de un tabaco con cara de saberlo todo, “buenos días, ¿dónde vive por aquí la maestra Bertha?” y sin pensarlo me contestaron, “en aquella casa que está allí”.

Aunque era temprano en la mañana la encontré frente a su hogar. Hacía mucho rato que me esperaba, pues como me contó una de sus hijas se levanta todos los días invariablemente a las 5:00 de la mañana. La saludé y le dije que yo era la periodista que quería conversar con ella. Me miró y me dijo sonriente: “Vamos”.

Los títulos no se sostienen en la pared con clavos ni tachuelas, sino con respeto, sabiduría y humildad. Todo eso y más sustentan el suyo, colgado con orgullo en la sala, grande, imponente; como huella imborrable de más de medio siglo de dar la mano a otros, de llenarles las mochilas de sueños y saberes; como para recordarle en los momentos de angustia su misión.

Cuando aprendió a leer en la escuelita de los curas de su barrio, hace más de seis décadas no podía imaginar que llegaría a ser la única educadora Heroína del Trabajo de la República de Cuba, en este oriental terruño. Se lo impuso este año el Consejo de Estado en reconocimiento a los innumerables méritos alcanzados y aunque confiesa que su mayor anhelo era recibirlo de manos de Fidel, no fue posible. “Fui a muchos lugares donde él estaba, estuve cerca, pero nunca llegué hasta él”, me cuenta.

La zona de La Canoa, fue donde por vez primera Bertha Luz Rodríguez López tuvo una tiza en sus manos. Tenía solo 14 años de edad y apenas un sexto grado alcanzado, pero fue más que suficiente para responder al llamado de la Revolución en un año muy difícil por las amenazas y agresiones de un enemigo poderoso, que pronto enseñó sus garras. Cartilla en mano alfabetizó a seis personas, todos mayores que ella y cuando el 22 de diciembre de 1961 Cuba fue proclamada Territorio Libre de Analfabetismo, los primeros alumnos de su vida ya sabían leer y escribir.

Siendo muy joven aún marcha a Santiago de Cuba a estudiar Biología. La meta hasta ese instante era de tres años y después cambiar para la carrera de Medicina, pero la vocación de enseñar habló más fuerte y ya nunca más se separó de la pizarra. “Yo he sido muy feliz con mi trabajo y sufro al pensar que un día tengo que dejar de hacerlo. Siempre digo que espero no sea ahora y que cuando deba dejarlo sea porque me toque no seguir viviendo”.

“La Universidad fue en una etapa muy agitada porque teníamos un plan que se llamaba tres por uno. Pertenecíamos a la Defensa Civil y se vinculaba el estudio con guardias en un puesto de mando y con trabajos voluntarios, que hacíamos casi siempre recogiendo café los fines de semana”. En el segundo año de estudio vivió una de las experiencias más estremecedoras. Fue seleccionada junto a otras cinco compañeras para dar clases durante un año en Minas del Frío, región perteneciente al municipio Bartolomé Masó de Granma, en plena Sierra Maestra, que había sido uno de los escenarios más importantes del proceso revolucionario en sus últimos momentos contra la tiranía.

“Si usted supiera lo que yo pasé allí… Dormíamos en unas naves, en hamacas, había temporadas de mucha lluvia, todo era subiendo y bajando lomas y había un frío terrible. En la escuela trabajaban maestros makarenkos y cuando ellos llegaban al albergue y gritaban ¡a formar!, los alumnos corrían a organizarlo todo. Cuando yo iba no formaban, tenía que limpiar y hacerlo todo para que llegaran temprano al aula.

“Luego hicieron el llamado Plan Rescate y llevaron a estudiar allí a grupos de jóvenes de cualquier parte del país que estaban desocupados. Eran frescos, pero a mí siempre me respetaron. A pesar de todo fue una experiencia linda. Nos íbamos de excursión con los muchachos, fuimos al pico Turquino, al pico Cuba, a la Comandancia de La Plata. En esos lugares vi las flores más lindas y me tomé la mejor sopa de mi vida. Nunca regresé a ese lugar, intenté ir años más tarde, pero no se logró el viaje”.

Luego vinieron años más tranquilos. Las ciudades de Santiago de Cuba, Puerto Padre y Las Tunas fueron su estreno ya como profesional. En esa etapa conoció al que fuera el amor de su vida, su esposo, compañero inseparable y padre de sus hijos. “Él quería estudiar Medicina igual que yo, pero como la cola era tan larga lo embullaron para entrar al Pedagógico y se enamoró de la especialidad de Matemática”.

Junto a él formó una hermosa familia de cuatro hijos, dos biológicos y otros dos que la vida le regaló. Caminaron juntos casi 30 años hasta que la muerte se lo arrebató siendo muy joven aún. Varias personas le han cuestionado que se haya quedado sola tanto tiempo, pero no se arrepiente porque se siente dichosa de haber tenido algo tan lindo. En varios momentos del diálogo aflora también la presencia del nieto, otro gran amor, causante de grandes preocupaciones y desvelos. El sentirlo tan lejos en otras tierras le ha dejado cicatrices profundas, mas saber que está bien y que es un joven de buenos sentimientos, la tranquilizan.

“Trabajé 19 años en la secundaria Cucalambé, luego en la Facultad de Adultos, lo que alternaba con mi función de dirigente sindical y desde hace 28 años estoy en la escuela de iniciación deportiva (EIDE) Carlos Leyva. Voy de lunes a sábado, a veces los domingos también. Cada día a las 6:30 de la mañana ya estoy frente al restaurante La Arboleda esperando la guagua, me llevo el desayuno para tomarlo con calma, pero nunca llego tarde. A veces me dicen: ¡Ven acá!, ¿tú duermes en la escuela?

“Soy responsable de la atención a los atletas y mi oficina es muy linda porque está en la galería de las Glorias del Deporte. Allí hago mi trabajo como corresponde, voy a las residencias, al comedor, al gimnasio, a las aulas y honestamente a veces me canso. Imagínate, ya son 71 años, pero estoy trabajando, aportando y para mí eso es muy importante”. 

Este 2019 Bertha Luz fue la única tunera que recibió en La Habana la Orden Ana Betancourt, máximo estímulo a aquellas mujeres que dentro y fuera de Cuba, sobresalen por el esfuerzo excepcional de lucha revolucionaria y política, el trabajo científico, la creación artística o la producción. Más de 50 años al frente de un bloque de la Federación de Mujeres Cubanas, 16 siendo Vanguardia Nacional, galardonada entre las educadoras más ejemplares del país y muchos otros, avalan la distinción.

En dos ocasiones donó sus vacaciones para trabajar en las construcciones de la Batalla de Ideas, primero en la EIDE y luego en el seminternado Jesús Argüelles. “Cuando edificaron la sala polivalente Leonardo McKenzie Grant salía de la escuela e iba para allá hasta las 10:00 de la noche a ayudar. Fui la que más horas laboró allí de manera voluntaria”.

Bertha cree mucho en el papel del maestro en la formación de las nuevas generaciones. “El deporte es muy difícil. Hay que ser cortés con los jóvenes, no maltratarlos. Cuando yo daba clases nunca avergoncé a mis alumnos. Si no hacían la tarea, los ponía a repetirla 10 veces, pero no los abochorné. Para motivar a los alumnos primero hay que motivar al maestro”.

“A veces les digo a los entrenadores que abracen a los niños, que les den cariño y los vean como a sus hijos. La familia también es esencial. Si su mamá lo abraza, le da un beso y usted sale temprano y vestido correctamente con su uniforme comienza bien el día, sin embargo, en ocasiones el beso se lo damos nosotros en la escuela. Hay quien me dice deja eso, no trabajes más, pero yo les digo: Como yo hay muchos y por eso la Revolución no se cae”.

Bertha ha dejado huellas imborrables en muchas generaciones. La misión de montar a sus atletas en el tren de los sueños individuales y colectivos no deja espacio al cansancio. Su bondad y pasión por la enseñanza se convierten en un referente de luz.