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Las Tunas.- El Jardín Botánico de Las Tunas está llamado a ser, entre otras muchas y buenas cosas, una especie de refugio ante el agobio citadino, aunque, lamentablemente, no acaba de hacerse valer en su justa medida.

Y eso que incluye, por supuesto, al engranaje mustio que lo confabula con El Cornito y el Parque de Diversiones; es uno de los dolores más grandes en la cotidianidad de quienes amamos a ese espacio natural que constituye (al menos a vox populi) el verdadero Parque Temático de estas tierras.

Tres áreas botánicas y dos guías reciben al visitante; y cuentan allí, además, con un espacio para la venta de plantas y una infraestructura bastante deteriorada porque, entre los robos frecuentes y el paso inevitable del tiempo, poco esplendor va quedando en algunos recodos. Construir lo nuevo se vuelve algo que generalmente acompañan con una idea minimalista, para que no llame demasiado la atención y perdure. Así de triste está el panorama.

Claro, se trabaja mucho y, cercano ya el Día del Botánico Cubano, siguen en el afán de ir a las escuelas, invitar a la siembra de plantas relacionadas con la flora cubana, socializar los resultados científicos que alcanzan y apostar a la concreción de alianzas nuevas. Pero aspiran a que estas últimas no queden en el papel y se vuelvan epicentro real de transformaciones, por el bien de la ciencia.

Porque con eso también sueñan, con convertirse en un centro de investigaciones; y avanzan en la certeza de que es preciso involucrar siempre, en los temas de flora, a la fauna y los ecosistemas con estudios integrales, pues “hay que proteger procesos, no especies”, resaltan.

Pero son muchas las insatisfacciones que los rondan y tienen que ver (así se respira entre sus trabajadores más fieles y se escucha entre los públicos más o menos habituales) con preocupaciones añejas que responden más a poca visión de desarrollo que a la objetividad y carencias de este momento.

Porque nunca ha habido, ni en los tiempos de mayor bonanza económica, la estabilidad del transporte para que la familia se decida a pasar allí un domingo cualquiera entre la calma y complicidad de las plantas. Tampoco hay garantía de eso para los obreros del lugar que, cuando se les rompe la única camioneta de la que disponen, tienen que salir de allí a medio día para “luchar” en qué llegar a la casa desde aquellos parajes.

Para algunos de nuestros entrevistados “se gastan millones en inversiones nuevas en vez de reparar ese sitio, que es un oasis natural”; para otros, “no se prioriza al ocio y la oportunidad económica que contempla” y están los que dicen, por lo bajito, “fui y me enteré de que picaron una noche unas plantas muy valiosas, porque no hay seguridad allí, está desprotegido eso”.

El jardín tunero no tiene lista su cerca perimetral, pastan vacas en sus terrenos, caballos y hasta ejemplares hermosos de ganado menor. Los vecinos de la zona disponen de un camino dentro de sus predios por el que circulan habitualmente cortando distancia, sin impunidad alguna; y las indisciplinas son tantas allí que ya los trabajadores no las cuentan, “¿para qué?, si todo el mundo sabe eso y nunca cambia nada”.

Los servicios gastronómicos son una utopía y no se deciden a contratar a algún particular porque los visita poca gente, por el asunto del combustible, y entonces, ¿cómo se sostendría ese servicio?

Se requiere una mirada integral. Y no solo ese punto geográfico, el complejo del que forma parte es una debacle que remendamos de Cucalambeana en Cucalambeana, y cada vez lo hacemos menos bien.

Parajes que, acompañados con rigor y visión de futuro, pueden ser punta de lanza para Las Tunas en disímiles aspectos. ¿No le duele?