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maximiliano curbelo

Las Tunas.- Maximiliano Curbelo (1886- 1938), nacido en Velazco y aplatanado en la zona de Lora (actual municipio de Jesús Menéndez) donde fundó la colonia cañera nombrada El Cupey, es un hombre al que mucho le debe la botánica cubana y del que apenas conocemos en estas tierras, epicentro de sus investigaciones y resultados concretos.

El reconocimiento popular a su obra científica es una de las tantas deudas que acumulan estas calles y su gente. Basta, para entender eso, conocer apenas un ápice de su valioso palmarés. Una obra que lo hizo, desde la empiria total, colaborador habitual del gran botánico y docente Juan Tomás Roig, quien reconoció que, con el material colectado de Curbelo, fue capaz de describir varias especies y géneros nuevos para la ciencia.

El destacado investigador Raúl Verdecia Pérez, quien labora en el Jardín Botánico de Las Tunas y es un profundo estudioso de las palmáceas y de otras especies de la flora cubana, ha dedicado parte de sus esfuerzos a desentrañar la vida y aciertos de Curbelo. Gracias a él y a sus publicaciones, hoy podemos conocer más de su trabajo.

Supimos que todo comenzó en agosto de 1929 cuando Curbelo, casado ya con Francisca Emenegilda Rodil, madre de sus dos hijos, le hizo una carta al doctor Eugenio Molinet Amorós, secretario entonces de Agricultura, Comercio y Trabajo, que había sido médico mambí, general del Ejército Libertador y profesor de Anatomía de la Universidad de La Habana, dando cuenta de sus inquietudes científicas e interés por la superación.

Tras varios intercambios con él y otros expertos, llegó el diálogo epistolar con Juan Tomás Roig y Mesa, en aquella época investigador de la Estación Experimental Agronómica de Santiago de las Vegas.

La correspondencia marcó el comienzo de una ejemplar colaboración en el campo de la botánica y de una profunda amistad que se iría acrecentando y llegó a alcanzar hasta dos cartas semanales.

La labor intensa de ambos solo disminuyó en las etapas en las que la realización de la zafra azucarera requería de la impostergable dedicación del colono. Pero, si le interesa tener una idea de la calidez y constancia que alcanzaron, le dejamos apenas el dato de que, solo del año 1930 se conservan 93 documentos que recogen el intercambio que sostuvieron.

En 1932, Curbelo había enviado a Roig un total de 425 especímenes de plantas para su determinación taxonómica, las cuales procedían de su colección personal que superaba las 500 muestras de especies leñosas, pertenecientes a 225 géneros y 70 familias botánicas.

En el Archivo Histórico de Las Tunas se conserva el documento titulado Colección de maderas indígenas de Cuba, de Maximiliano Curbelo, Chaparra, organizado por familias, refleja el número, nombre vulgar, nombre científico, sinonimias y el lugar exacto en el que habían sido encontradas.

Para reunir semejante colección, realizó recolectas en diferentes lugares de las que ahora constituyen las cinco provincias orientales, hasta completar 33 localidades.

La mayor cantidad de ellas las hizo en los actuales municipios tuneros de Puerto Padre y Jesús Menéndez, especialmente es en este último, en los bosques y maniguas cercanos a su finca, donde localizó varias especies que resultaron ser nuevas para la ciencia.

Pero también lo hizo en varios lugares incluidos la Sierra de Nipe, la Sierra Maestra, Gran Piedra y, con mucha frecuencia, la zona de Palma Soriano. También en Bayamo, Pico la Bayamesa y hasta en Baracoa.

Los materiales de herbario eran remitidos en cartas acompañados por una descripción de la planta y del lugar donde fue colectado, así como el nombre vulgar con el que era conocido en la zona. Además, bajo la orientación de Roig, recogió datos, acompañados en algunos casos con fotografías que realizaba personalmente.

Gracias al material de herbario enviado por el incansable recolector tunero, fueron descritas 11 especies nuevas para la flora de Cuba. Cuatro de ellas fueron denominadas con su nombre, en franco y necesario homenaje.

Cuentan que tres años después de iniciadas las colaboraciones se conocieron personalmente Curbelo y Roig, en septiembre del año 1932. Para esa fecha, el hijo del primero había sido becado en La Habana y, a partir de entonces, las visitas se hicieron frecuentes. Aunque, con otros botánicos encumbrados también mantuvo relaciones cordiales y vínculos científicos Maximiliano Curbelo. Y su amplia capacidad de trabajo, constancia y consagración hacen de él una figura verdaderamente valiosa dentro de la botánica cubana.

Su muerte temprana, con apenas 32 años de edad, tiene igualmente cierto halo de enigma. Resulta que se encontraba alojado en un hotel de La Habana, junto a dos testigos, por motivo de una querella judicial contra la compañía norteamericana del central Chaparra.

Misteriosamente resultaron intoxicados los tres, después de haber ingerido un jugo. Sus acompañantes murieron inmediatamente, mientras que el naturalista tunero regresó con vida a su tierra. Falleció poco después.
Las palabras de Roig resumen como pocas su valía investigativa. “El señor Curbelo formó una gran colección de ejemplares de madera, de la zona norte de Oriente, constituida por más de 500 muestras colectadas personalmente, acompañando las remisiones con material de herbario, nombres vulgares y datos que revelaban un gran espíritu de observación y una perspicacia poco común. Con material colectado por Curbelo se han descrito varias especies y varios géneros nuevos para la ciencia”.

Todavía por entre los manglares cercanos a La Herradura, en el municipio de Jesús Menéndez, te encuentras al que asegura haber conocido su estirpe; y mira por entre las plantas, pletórico, como buscando al hombre que, arropado por el estudio autodidacta y la curiosidad ilimitada que te hace dedicar la vida a las grandes obras, dejó una huella que les trasciende y está por ahí, dispersa, inconclusa.