
Las Tunas.- Hace ya unos cuantos años grupos de personas poblaron las áreas adyacentes a la granja avícola Emilio González Morales, en la comunidad de Becerra, del municipio capital, dando lugar a la debacle del importante sitio productivo.
Con total tolerancia los recién llegados se convirtieron en vecinos legales y pasado un tiempo comenzaron a denunciar la fetidez natural de la instalación y los riesgos sanitarios a los que ellos, por decisión propia, se expusieron sin que nadie alertara los peligros y las violaciones.
“Al final se acabó la granja”, dice con cierta nostalgia Anadelia Rodríguez Ávila, pues “en ese centro criaban los pollitos de inicio y allí yo trabajaba ocasionalmente cuando realizaban el corte de picos”.
Después, dice Anadelia, la unidad cambió su objeto social a la atención de gallinas ponedoras y “¡era millonaria la cifra de huevos que se producían!”. Entonces la llamaron para emplantillarla y se convirtió en navera de la “Emilio González Morales”, pero como consecuencia del cierre, ella y sus compañeros fueron declarados interruptos.
LA INTERRUPCIÓN LABORAL
En su caso, la interrupción laboral se extendió por casi dos años. “Me pagaron dos meses el salario básico y el resto del tiempo nada, pero conservaba el derecho a una plaza y eso me mantuvo optimista. Sabía que aquí -se refiere a la granja José Mastrapa, donde trabaja ahora como parte del colectivo laboral creado- estaban construyendo nuevas naves y tenía posibilidades de venir para acá”.
Su constancia fue premiada. Ya acumula más de 13 años en un oficio “muy desafiante, exigente, porque como navera eres la máxima responsable de las aves bajo tu custodia”, refuerza su expresión para dejar claro que es fundamental el rol de esta especialidad si aspiras a buenos resultados.
“No basta conocer tus obligaciones, dominar las rutinas, no. Hay que tener mucho amor por lo que se hace y mucha sensibilidad”, lo afirma y enfatiza que “a las gallinas es necesario echarles la comida como es, siempre con igual medida; mantenerles el agua permanentemente, hacer el pase de mano a los comederos para romper el estrés, echarles calcio por las tardes, limpiar bien las tetinas…”, no se puede descuidar ningún detalle.
EL RENACER
Anadelia se siente como pez en el agua, porque “hay mucho trabajo y es riguroso, pero me gusta. Mira, yo entiendo bien a las gallinas y solo de mirarlas sé si están enfermas, si necesitan algo, si están estresadas…”.
Retornar a este fascinante mundo le devolvió una de las razones de su existencia; y recompensa su “reencarnación” poniéndole mucho amor a cada tarea, venciendo los obstáculos que levanta atender una masa envejecida -tienen más de tres años de vida productiva y hay algunas más viejas.
Al margen de ese reto, la eficiencia de su labor es del 66 por ciento, superior al 60 que marca un buen desempeño, según los parámetros establecidos.
La producción cooperada ha sido una tabla salvadora para la actividad avícola del país y suma otro alegrón a Anadelia. “Es buena porque permite salarios mejores y hasta ahora existen garantías de comida para las gallinas, y de trabajo para nosotros”.