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Martí sortija

Las Tunas.- Cierto día de octubre de 1869, un grupo de los tristemente célebres voluntarios al servicio de España irrumpió en la casa de Fermín Valdés Domínguez, el amigo entrañable de José Martí. En el exhaustivo registro que realizaron en el inmueble encontraron una carta donde ambos acusaban de traidor a un antiguo compañero por haber ingresado en el ejército del régimen que imperaba en Cuba.

Como tanto Martí como Fermín asumieron ante sus captores la autoría de la carta -querían protegerse mutuamente-, y ante la imposibilidad de confirmarlo a ciencia cierta, los dos fueron arrestados y sometidos a juicio. Así, el 4 de abril de 1870 el Apóstol fue sentenciado a seis años de cárcel en la Cantera de San Lázaro. Allí lo raparon, le dieron ropa y calzado y se convirtió en el preso 113. Tenía solo 17 años de edad.

Todos los días, desde el amanecer hasta el anochecer, los prisioneros eran obligados a picar piedras. El sol, las plagas y los maltratos los diezmaban. Cada uno llevaba uncido a su tobillo derecho un grillete, forjado por el herrero del presidio, que se enlazaba a su cintura por medio de una gruesa cadena. Así aparece en una foto del 28 de agosto de 1870, que tiene al dorso esta dedicatoria a su madre:
Mírame, madre, y por tu amor no llores, / si esclavo de mi edad y mis doctrinas / tu mártir corazón llené de espinas, / piensa que nacen entre espinas flores.

El roce continuo, inhumano y doloroso de aquel grillete no tardó en traerle al patriota adolescente nefastas consecuencias: una llaga inguinal que nunca se le curó por completo, ni siquiera con las intervenciones quirúrgicas a las que se sometió en España cuando fue liberado y condenado al exilio. Allí escribió su obra El presidio político en Cuba, a partir de sus vivencias en la citada cantera.

Antes de partir, Martí le entregó a su amigo Agustín de Zéndegui un eslabón de la cadena de hierro que arrastró durante su permanencia en la cárcel. Le encomendó que con su material le forjara un anillo que llevara grabado la palabra Cuba. Cuatro años después, el orfebre aún no había cumplido el encargo. En carta a Gabriel de Zéndegui, hermano de Agustín, le pide: “Recuérdale al olvidadizo de tu hermano que me termine la sortija, que es la única que ajusta a mi dedo”.

La prenda no estuvo en su poder hasta el 17 de noviembre de 1887, cuando su madre, Leonor Pérez, se la llevó a Nueva York, ciudad donde a la sazón se había radicado. Escribió para la ocasión: “Ahora que tengo mi sortija de hierro, obras férreas he de hacer”.

Nuestro Héroe Nacional llevó en su dedo anular izquierdo el anillo con el nombre de Cuba hasta su caída en combate en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895. La prenda, por cierto, no figuró entre los objetos que se le ocuparon a su cadáver. En carta a su amigo Gonzalo de Quesada y Aróstegui, el coronel Jiménez de Sandoval, al mando de las tropas españolas en aquel combate, le dice: "Respecto a la sortija de hierro que dice que llevaba Martí, debió serle quitada cuando le despojaron del revólver, reloj, cinto, polainas, zapatos y papeles".

Lo cierto es que jamás se ha podido dar con el paradero de aquella sortija con el nombre de Cuba cincelado sobre su epidermis de hierro. En cambio, simbólicamente, nos legó el amor que sintió el Apóstol por su Patria, a cuya independencia dedicó buena parte de su vida.