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variadas covid3

Las Tunas.- Atado a un poste, frente al pelotón de fusilamiento, Juvencio Nava le implora a su hijo Justino que hable con el sargento jefe e impida su muerte. “Ve allí. ¡Diles que no me maten!”, le ruega una y otra vez.

Cuando llegas a esa parte del cuento, escuchas la voz de tu esposa: “Mi amor, disculpa; se te ha hecho tarde. Ve y compra lo necesario para el desayuno y después continúas la lectura, por favor. Mira, en esta jaba puse la libreta y el dinero; en esta otra echas el pan y aquí está el pomo para el refresco. No olvides llevar el aerosol y lavarte bien las manos; guarda la distancia en la cola; cuídate mucho, que la Covid-19 no perdona errores”.
Marcas la página en la cual quedaste, guardas el libro, elogias mentalmente la grandeza del escritor mexicano Juan Rulfo, la calidad de su obra El llano en llamas y, en especial, el cuento que ahora te tiene atrapado. Sales rumbo a la tienda, sin saber que allí serás testigo de un drama verdadero.
Llegas al centro comercial, preguntas por el último en la cola, ocupas tu puesto y saludas a los amigos y conocidos con gestos de cabeza y un “¿qué tal?”, atenuado por la mascarilla sanitaria.
La cola es un largo comentario en total desarmonía y casi sobre un único tema: el impacto de la pandemia, el creciente número de contagiados y la muerte, por ese motivo, de Rigoberto y Elvira, habitantes de tu barrio.
Echas la vista sobre la gente y descubres a un animoso conversador con la máscara corrida y desnuda la nariz; más allá, una mujer le secretea algo a otra y aquel joven que acaba de comprar sale a la calle, guarda varios billetes, extrae un pan de su bolsa y comienza a mordisquearlo.
Te asombra tanto descuido.
Ya próximo a la puerta de entrada, te llega, nítida, la voz de una señora: “¡Oiga, cómo va a despacharme con la misma mano que utiliza para cobrar y devolver el dinero! ¡Mire, no quiero pan, porque seguramente está contagiado!”.
Abandonas la cola, sacas tu teléfono, marcas el número de la Dirección de Inspección y Supervisión, y mientras esperas respuesta, por esas coincidencias de la vida, recuerdas el cuento de Rulfo: “Justino, ve allí. ¡Diles que no me maten!”.