lucha contra el cáncer

Las Tunas.- Cuando se sobrevive a algo como el cáncer nunca más se es la misma persona. Eso lo tengo claro, clarísimo, desde hace mucho tiempo. Y desde que esa certeza llegó a mi vida tampoco miro a las personas de la misma manera.

Porque hay algo que es preciso escudriñar entre los silencios de la gente que delata las cruentas batallas internas para enfrentar la enfermedad; algo tan íntimo e imprescindible que queda ahí, en algún recodo del alma y, ante lo cotidiano, se activa, como un cañón a punto de disparar.

Andan los sobrevivientes por la calle con el susto imparable de que se repita; a sabiendas de que eso es posible porque “haber tenido cáncer no te libra de que regrese, al contrario, te hace más vulnerable”, repiten los doctores.

Y se maquillan, sonríen, participan, van a la playa, son felices; pero, siempre, con el signo distintivo de la batalla que nunca termina del todo y deja profundas cicatrices; en el cuerpo, como tatuajes; en el espíritu, como marcas de fe.

Algunos se pavonean de su victoria colosal. Y entonces te cuentan del día en que se quedaron calvos, las marcas en el cuerpo para las sesiones de radioterapia y del jovencito de la cama de al lado que, cuando se sintió mal, ya no tenía tiempo.

Otros, más recelosos, se guardan para sí el aparatoso vaivén del camino. Y solo en días de desahogos hondísimos, te dan atisbos de su pelea interior, tan fuerte.

Los sobrevivientes miran con mayor deleite el sol de la mañana, caminan despacio, porque ya entendieron todo; y, rara vez, tienen tiempo para odiar.

Conozco a muchos. Algunos, como mi amiga Mary, que se levantó su blusa blanca un día en la playa y me dijo cuáles han sido sus trucos para que no se note que le falta una mama. Y se mete al mar con su trusa azul, hermosa, como ella misma, a jugar con su nieta.

Otros, como Teresa, que lleva tantos años de operada que ya ni se acuerda. “Imagínate que yo me hacía el relleno para el seno en la máquina de coser porque en Cuba todavía no habían llegado los ajustadores esos modernos. Y aquí estoy, haciendo el cuento.”

Está Manolo, que no ha perdido la fea costumbre de escaparse de casa en plena crisis, porque “qué va, llevo ya más de 20 años lidiando con esto, he visto morir a mis seis hermanos de lo mismo, paso de los 80 y no espero que me toque partir sanito, después de tanta lucha.”

También  la muchacha aquella que conocí un día llorando sin consuelo cerca de la consulta. “Me siento un bulto en la barriga doctora y yo no aguanto otra vez el infierno que pasé, no tengo fuerzas para esto de nuevo". Y no había poder humano que la hiciera entender que aquel “bulto” estaba lejos de ser un diagnóstico, un tratamiento, una despedida.

Sí, son “guapos” los sobrevivientes, todos. Porque no existe medicina que los salve si no se desgarran, se reinventan, se aferran, se transforman; porque ayudan al otro y les dan fuerzas para seguir, incluso, sin ellos mismos.

En Las Tunas hoy, 4 de Febrero, cuando transcurre el Día Mundial Contra el Cáncer, muchas personas viven con la enfermedad. Ojalá todos, más temprano que tarde, engrosen la lista imperfecta de los sobrevivientes a ese flagelo terrible que nunca más te permite ser la misma persona.

 

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