Leduán

Las Tunas.- Una colega me sugirió estas líneas cuando me confió, en un diálogo informal, lo intenso de las publicaciones de Leduán Jomarrón a través de sus perfiles en redes sociales durante sus días como paciente de coronavirus.

Tras localizarlo, conversamos, pero, solo por teléfono, porque todavía se mantiene aislado en casa, en pleno proceso convaleciente. Escucharlo fue una verdadera lección de respeto a la vida y amor incondicional.

“Comencé con síntomas en la tarde noche del jueves 28 de enero y aquello parecía un catarro ligero, con malestar, dolores en el cuerpo, molestias en la garganta. Ya el viernes decidí no ir al trabajo y, con la mayor disciplina, esperar a que aquello pasara.

“Sin embargo, el fin de semana supe que el chofer que trabaja conmigo tenía malestar, había pasado la noche con fiebre y entonces decidimos los dos, el domingo, ir al policlínico Guillermo Tejas.

“Desde que comencé con los síntomas, esos que yo consideraba un catarro, aumenté todas las medidas sanitarias; separé mis cosas en la casa y hasta dormí con nasobuco, porque, yo no era siquiera contacto de algún sospechoso, pero uno anda en la calle por el trabajo (Leduán es directivo en la gerencia de la cadena de tiendas TRD) y el virus está en todas partes, de eso no hay dudas”.

Llegaron al centro asistencial, explicaron sus casos y la prueba rápida anunció el positivo de ambos. Después, todo sucedió deprisa. La familia, el susto, “las cosas” para ir al centro de aislamiento, hacerles el PCR, síntomas en otro compañero de trabajo…

Y, ya el miércoles, tras las primeras medicaciones en Las Tunas, Leduán iba en una guagua hasta el hospital militar Fermín Valdés Domínguez, de Holguín. Junto a él, otros cinco tuneros, de los cuales dos eran sus compañeros de labor.

Fueron muchos los contactos y, de entre todos, alrededor de cinco dieron positivo en el transcurso de su enfermedad.

“El tratamiento es muy fuerte. Todos los días nos hacían placas, análisis de sangre, electrocardiogramas. Las inyecciones eran un día sí, y otro no; y cuando nos tocaban sabía que la jornada iba a ser de lo peor, porque los efectos eran terribles.

“Además, debíamos tomar unas cuantas medicinas en las mañanas y en las noches y, aunque nunca me compliqué con la enfermedad, los efectos de los medicamentos son espantosos. Dan fuertes dolores de cabeza, diarreas, ganas intensas de vomitar. A veces no había fuerzas ni para estar de pie.

“También la incertidumbre de no saber qué va a pasar contigo, ni en esos días ni con las secuelas, que son impredecibles y el aislamiento ese que te impide muchas cosas y hace que 'el encierro' sea mucho más duro”.

Leduán dice que sin el apoyo de la familia y los amigos a través del teléfono no lo habría logrado; insiste en que tenemos que ayudarnos y nadie, pero nadie, tiene derecho a rechazar o temer a un enfermo porque, “hay que cuidarse, sí; pero todos somos vulnerables.

“Es incalculable el gasto que el país hace con cada paciente, con cada sospechoso. Las instalaciones tal vez no tengan todas las condiciones que alguien pudiera exigir, pero el trato, la atención a la salud y el trabajo constante de quienes están en esos lugares, no tienen precio.

“A nosotros, y hablo por los que estábamos compartiendo el cuarto, la comida siempre nos pareció excelente y, aunque no podemos mencionar un nombre y a muchos rostros no pudimos nunca identificarlos, porque los veíamos detrás de esos trajes, puedo asegurar que no existe manera de dar las gracias por lo que hacen por la vida de quienes tenemos la desdicha de pasar por esta enfermedad”.

 

 

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