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Las Tunas.- En el parque Vicente García, justo a merced del tiempo, está la prueba tangible del paso por estas tierras de José Francisco Martí Zayas Bazán, el primogénito del Apóstol.

Me refiero al cañón mambí, reducido a uno de los extremos del lugar, el artefacto que resultó determinante en los combates de la toma de Las Tunas protagonizada por Calixto García y sus hombres en 1897.

Hijo de MartíFue él, Ismaelillo, uno de los cuatro artilleros que hicieron de la ahora añeja pieza una poderosa herramienta contra las huestes en combate de la metrópoli española y quienes durante varios días, acosaron, sin descanso, a un enemigo poderoso y dueño de toda la plaza.

Tenía entonces 18 años de edad y había llegado a Cuba enrolado en una expedición, como soldado. Cuentan que en suelo oriental le entregaron a Baconao, el caballo blanco que fuera de su padre; el hombre amantísimo con quien compartió, entre idas y venidas, una complicidad familiar de apenas cinco años y tres meses.

El apasionante epistolario de José Martí da cuenta de su convicción de que moriría joven y tendría pocos hijos. Por eso, quizás, fueron especialmente angustiosas las horas del parto difícil que tuvo su Carmen aquel 22 de noviembre de 1878 para dar vida al pequeño, único fruto del matrimonio “con dolor de Patria” que siempre tuvo, a pesar de la poesía inherente al amor, evidente vuelo realista.

Se habían conocido, Pepe y la bella camagüeyana, en la ciudad de México a finales de 1875 en casa del padre de la muchacha, exiliado cubano que había participado en la Guerra de los Diez Años. Y, tras dos de noviazgo, se casaron en la Parroquia del Sagrario Metropolitano, en la capital azteca.

Afirman que el sobrenombre de José Francisco tiene relación directa con Génesis, el primer libro del Viejo Testamento, y llama a ser “fuerte ante el destino” , algo que, de seguro, acompañó al muchacho crecido antes de tiempo, que salió capitán de la gesta noble que organizó El Maestro, enfermo y cauteloso.

Sordo quedó el Ismaelillo tras los sucesos de Las Tunas. Un mal que lo acompañó a lo largo de la vida, por más que buscó en varias ocasiones el criterio de distintos doctores para revertir la dolencia. No fueron fáciles tantos días allí, entre el ruido del cañón y el fragor de un combate intenso, determinante, a la postre, para la capitulación española en la Isla.

Ismaelillo murió en La Habana, tras una existencia apacible, alejada de los ruedos crueles de la política y un matrimonio largo, del que no quedó descendencia.

Era octubre de 1945 cuando se le dio sepultura eclesiástica en el cementerio de Colón. Murió a los 66 años, de una afección pulmonar. Y, aseguran, fue un estudioso de la obra de su padre y un empedernido defensor de su pensamiento.

En Las Tunas, un cañón recuerda al que fue, quizás, su acto mayor desde las armas por la defensa de Cuba.