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protección infantil

Las Tunas.- La profunda crisis económica que vive Cuba se siente mucho más cuando la puerta de cada casa se cierra y las dinámicas familiares colisionan ante los 500.00 pesos de una libra de frijol, los más de tres mil que llega a costar un par de zapatos para la escuela y las colas interminables tras lo básico.

Eso, por supuesto, condiciona la vida de los cubanos y hace que los roles se trastoquen de múltiples formas. Términos asociados a la migración, desprofesionalización de sectores, desmotivación ante horizontes académicos, además del incremento del pluriempleo y "el invento", hacen de la cotidianidad un entramado convulso de cuyos desaciertos pocos quedan al margen.

Tan enrevesado contexto late en la esencia de estas líneas, porque ¿se ha fijado usted en cuántos jovencitos, algunos en plena adolescencia, andan ya involucrados en dinámicas de trabajo?

Por supuesto, está bien que los jóvenes ayuden en el hogar y que sepan que la Generación de Cristal no siempre es tan así; y obviamente, no me refiero a una situación generalizada o consecuencia de la desprotección absoluta desde el hacer gubernamental. Pero ¿no le parece que es un fenómeno que precisa ser atendido con celeridad? Al menos, esta reportera, nota un alza evidente.

Con esto, me refiero a menores de edad; muchachas y muchachos espigados que se van volviendo mayores muy rápido, un poco por las carencias, sí, y otro tanto por la ventana a un mundo cotidiano que se les abre y es peligrosa. ¿Ha pensado usted en la delgada línea que puede separar, a los 17 años de edad, equivocar o no el entendimiento de qué significa "ser un luchador en la vida"? ¿A cuántas mediaciones estará expuesta esa comprensión?

Conozco a un estudiante de Preuniversitario que se le ve triste porque comenzó el curso escolar y, aunque en unos pocos meses será bachiller, "había conseguido una pinchita a media jornada que ahora me choca con la escuela". Sé de otra que, en el politécnico, mientras la profesora habla que te habla de Contabilidad, está prendida del celular y dice sin tapujos: "Yo salgo bien en las pruebas, pero del móvil no me separo; aquí sentada, mientras estoy en clases, vendo más que en mi casa, lo mismo chancletas, que pellizcos y relojes de pared, para todo hay salida".

También he escuchado a la alumna de Secundaria que no falta a la escuela ni teniendo fiebre: "Jamás, yo me gano hasta 800.00 pesos diarios vendiendo aquí, casi sin salir del aula; sufro los fines de semana, porque son mis ventas más flojas", y hasta sonríe.

Están en Revolico, en las cafeterías y muchos sueñan, más que en la superación profesional, en el ahorro que es preciso para montar un negocito rentable, comprarse en dos o tres años la motorina o, incluso, irse a visitar Irlanda.

Por supuesto, la crisis está en el epicentro de todo y sería injusto "culpar", en absoluto, a las familias, en una época tan desafiante y saturada de carencias. Aunque es allí, en ese seno, con el respaldo inestimable de la escuela, que hay que visibilizar este fenómeno y atenderlo a fondo, pues la adolescencia no es edad para asumir ese tipo de estrés, que puede hasta afectar su salud mental.

Esta reportera, definida como "optimista" por uno que otro lector, escribe convencida de que Cuba encontrará su camino y, ese día, habrá que atender secuelas que hoy son tristes realidades para las que conozco a papás y mamás que no tienen otra salida que hacerse los de la vista gorda.

Los niños se preparan para el futuro, eso les toca, sí; ayudan en las tareas familiares, también; pero llevar sobre los hombros la carga doméstica y recibir un salario por horas de trabajo con 15, 16 años y hasta menos, es mucho más complejo que eso. No dejemos que la turbulencia de las necesidades, les robe la oportunidad de crecer, a su tiempo.