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0112 codigo de familias

Las Tunas.- Les mentiría si no les dijera que escribo estas líneas con alegría. Quienes abrazamos la causa del Sí por el proyecto de ley del Código de las Familias sentimos el regocijo por la victoria tras la aguda confrontación. Tenemos un instrumento legal avanzadísimo, justo, a la altura de lo que necesita el país, mas, eso no significa que ipso facto vayamos a tener mejores y más justas familias.

Desde lo visto durante el debate de la Constitución del 2019 quedó claro que tocar ciertos puntos asociados al esquema tradicional de la familia sería fuente de agudas escisiones y así lo fue. De hecho, la versión final de la ya vigente Carta Magna apenas pospuso, en aras del consenso, el choque de puntos de vista sobre temas que era sabido le sacudirían el piso a más de uno. Por eso, admitámoslo, fuimos muchos los sorprendidos cuando el liderazgo actual de la Revolución asumió el reto de llevar a las urnas propuestas que se habrían aprobado quizás más fácilmente desde el poder legislativo. La Revolución asumió el riesgo y ha salido victoriosa dándonos una lección de construcción del consenso y madurez política.

Ahora muchas más parejas que las actuales tendrán por primera vez en Cuba la posibilidad de formalizar el matrimonio si así lo desean, unirse de hecho, ser madres y padres ya bien por adopción o valiéndose de la gestación solidaria. Más gente adulta podrá establecer el orden de los apellidos de su descendencia, las niñas y niños podrán tener dos madres y un padre, o dos padres y una madre. Harán valer ante la ley sus derechos aquellos que han dedicado años a querer o cuidar a quien no es su pariente de sangre, pero sí de afecto. Son en resumen más derechos para más personas, más justicia, más equidades y eso, nadie lo dude, aporta a la construcción de un país mejor.

En medio del regocijo conviene no encandilarnos con el brillo del Sí y analizar con detenimiento qué significan cada una de las cifras de un referendo que le ha hecho una fotografía a los principios, ideas, prejuicios, miedos y extremismos que tenemos aún.

En este ejercicio democrático no participó una de cada cuatro personas habilitadas para votar; y entre las que lo hicieron una de cada tres no estuvo de acuerdo con el Código. Resulta perentorio, considero, preguntarnos cuáles fueron los resortes del No. Este ha sido el debate público más intenso que hemos tenido en años y debería evaluarse de esa manera. Entre otras cosas porque la oposición al Código no solo vino desde los odiadores de siempre, sino también desde modos específicos del comprender y de creer el mundo, el país y hasta el universo.

“Tenemos que acostumbrarnos a que en temas tan complejos en los que hay diversidad de criterios y una situación así, pueda haber gente que dé un voto de castigo. No tienen nada contra el Código, pero asumen esa posición por disgusto, y eso también es legítimo”, dijo el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, aportando otra arista interesante de lo visto este 25 de septiembre. El primer secretario del Comité Central del Partido respondió a otros juicios vertidos por estos días.

“No podemos, dijo con acierto, esperar a resolver los problemas económicos que tenemos para después construir una norma como esta o desatar todo lo que lleva de apoyo el Código de las Familias”.

Estos meses de confrontación aguda a veces, agresiva en ocasiones, e intensa en su amplitud nos deja la enseñanza de que tenemos que ser proactivos, ir siempre a la ofensiva y nunca dar por sentado nada, absolutamente nada en el plano de la política. Este tiempo de colisión de criterios nos ha enseñado que existe unidad en Cuba, sin embargo, no es una roca lisa y homogénea; es una estructura multicolor, con rajaduras.

No vayamos a creer que todos los que apoyamos el Sí pensamos del mismo modo. Probablemente tengamos opiniones, incluso, antagónicas en otros temas. Además, anótese que fueron por lo menos dos millones de ciudadanos que dijeron No. Ahí está nuestro vecino, nuestro compañero de trabajo y eventualmente familiares o amigos muy queridos. Con uno y otros compartimos espacios y nos tocará expresar mediante nuestra conducta cotidiana que nuestro apego al Sí no fue un oportunismo político sino el reflejo de nuestra determinación de continuar derribando estereotipos de género, miedos o discriminaciones tenidas como “naturales”.

Este referendo desnudó cuán importante es para la sociedad cubana la familia; y siento que debería servirnos de impulso para emprender con similar o quizás mejor lucidez y eficacia otros debates que igualmente deciden parte del futuro de la nación. Nos enseñó a escuchar, a construir mucha más la democracia que le es inherente a la Revolución.

Seríamos ingenuos creyendo que hemos llegado al final del camino. Nos encontramos sencillamente a la salida de la primera curva de esta ruta sinuosa y en lo absoluto exenta de obstáculos. Hacer real este Código requerirá de consistencia en su implementación; no solo en el ámbito evidente de la jurisprudencia sino desde su expresión y comprensión en los foros de discusión propiciados desde la sociedad civil, desde el mundo académico, en las escuelas, desde la Comunicación Social y, finalmente, en el entorno hogareño.

Que tengamos un Código de las Familias no hará desaparecer la violencia de género o intrafamiliar, tampoco los fundamentalismos religiosos y las visiones patriarcales reproducidas una y otra vez. No basta con aprobarlo. Hay que hacerlo acción, defendiéndolo y aplicándolo con justeza y precisión en los tribunales concretando los derechos plasmados en el papel, esos que edifican la equidad y se hacen todos los días.