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huevos las tunas rey

Las Tunas.- La anécdota que da vida a estas líneas sucedió hace ya varios días, pero es, sin dudas, sumamente recurrente en la cotidianidad tunera. Resulta que vendieron huevos en la tienda (recaudadora de divisas) Innovación, en esta ciudad, y la cola no se hizo esperar, como tampoco el desacuerdo confeso de quienes sienten que la medida de expender eso allí es todo lo injusta que sugiere la dinámica de los salarios, los precios, las monedas activas y ese entramado de asuntos que merecen, más que un comentario de prensa, una tesis doctoral.

Pero volvamos a los huevos, los de la tienda Innovación, los que llegaron y fueron debidamente contados (38 cajas, cada una de 12 files, con un total de 456 files), los que salieron a la venta cuando ya dentro del establecimiento, dicen los que marcaron antes que esta reportera, sumaba 15 personas atendidas.

Pero eso hasta tiene sentido dentro del sinsentido que es la vida diaria en la Cuba de hoy, me dijeron mientras me actualizaban del suceso dos desconocidos, “porque los trabajadores de la tienda tienen su derecho, por supuesto, sería el colmo que vendieran huevos ahí y ellos no pudieran comprar”.

También tuvo sentido que las muchachitas de Etecsa, que trabajan al lado y siempre están ahí, marcaran juntas y, por tanto, fueran varios los uniformes azules que entraron y salieron con sus files en la mano y el paso rápido, como de conquista silenciosa, sin pretender.

Por supuesto que el personal de otros comercios igualmente tuvo su prioridad. No fue atendida siquiera la sugerencia de una señora de la cola que dijo que marcaran aparte, y los fueran pasando como se hace con el plan jaba.

“¡Faltara más, ellos marcando en colas de sus propias tiendas!”, me dijo otro señor, sumamente ansioso, y siguió: “Todo el mundo sabe que esto funciona de esa forma. Los huevos se ponen aquí y la gente hace un ‘tiempito’ y los viene a comprar cuando pueda”.

Lo triste es que su criterio no habría pasado de chiste con mal sabor si en ese mismo momento el dependiente de la tienda cercana, que empujaba la puerta para buscar los suyos, no le hubiese mostrado su solapín al decirle: “Consigue uno de estos y pasa”, sin dejar fuerzas para un atisbo de comentario a quienes seguían esperando.

Curiosamente, no eran tantas personas como otras veces; al menos no hasta que apareció la señora que había marcado para 10 y dio paso a un maratón de seres humanos, muy bien equipados, que se adueñaron de todo el contexto.

El punto dejó de ser en ese minuto, para los que seguíamos al sol, quiénes pasaban a comprar por encima de la cola, sino si realmente llegaríamos siquiera a la puerta. Pues esa turba que revoloteaba no se dejaba organizar, se comunicaba entre sí por señas, mientras algunos de sus miembros, muy por lo bajito, se mofaba de los reclamos airados de quien, en vez de 10, vio desfilar ante su derecho al doble de individuos, la mayoría dueños de una verborrea grosera, con insultos a flor de piel, y el clásico “me toca a mí” que tanto deprime cualquier lógica.

Por ellos supe (porque no había la menor posibilidad de atender a otra cosa en todo el bulevar), que también habían marcado así, en grupo, en la puerta de La Época; allí estaban esperando el surtido desde poco más de las 9:00 de la mañana.

Sabían la cantidad que llegaría, los lugares de la ciudad en los que el producto sería distribuido, podían calcular cuántos usuarios alcanzarían y algunos hasta promocionaban la venta en los grupos de Revolico antes siquiera de adquirir los huevos; claro, “el asunto fue al seguro”.

A esa hora, ya el señor sumamente ansioso del que conté antes había abandonado el grupo, dijo que se iba a su casa porque necesitaba tomarse la presión; la jovencita risueña que marcó antes de mí, lucía una mueca rara; y la señora diabética parada al lado aseguraba que no se movería, aunque le costara un desmayo, tenía un encamado en casa y el huevo le hacía falta, mucha falta…

De la historia aquí narrada, tan enrevesada que espero no haber aburrido al lector, a esta reportera (que logró comprar huevos, por cierto) le quedan más preguntas que lecciones.

Dentro de la tienda, aseguran que no organizan colas (porque eso de organizar no debe tener nada que ver con abrir la puerta para unos, o decirle a cierta muchacha que espere paradita al costado un momento, o saludar con cariño a los coleros que parecen conocer de tanto ir y venir por esos predios); en fin, que no organizan.

Y la cola, ese ente diverso que parece estar en el ADN del cubano, queda dueña de la situación, pero vulnerable a sí misma; una paradoja extraña, que cada día se hace más deplorable, compleja, insostenible, injusta.

Otro dato curioso es el nivel de detalle en asuntos informativos que los coleros alcanzan. Porque de ahí, de la Innovación, los coleros iban hasta La Época, sabían que ya había llegado el huevo y que, en menos de una hora, comenzaría la venta; al tiempo que estaban al tanto de los otros pocos lugares en los que se vendería el demandado alimento.

¿Quién les avisa? ¿Cómo es que saben el día y la hora casi exacta de la distribución para esperar en la puerta de los comercios? ¿Quién ayuda, acomoda, permite?

Fue muy triste ver a personas apartarse y decir: “Déjalos que pasen, cuando compren todos veremos qué queda para nosotros. Si te enfrentas te caen en masa y van a pasar primero, no vale la pena decirles nada, así funciona esto”. Y la tristeza de la que le hablo no tiene siquiera que ver con comprar huevos o no.

Es un asunto mayor, se entrelaza con la inoperancia, la frustración y el irrespeto que se han ido entronizando en las dinámicas sociales y que, de la mano de tanta carencia, van creciendo. Tristeza y sin respuestas, por decir lo menos.