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Palabras 1024x585

Las Tunas.- Los años pasaban y Lily no avistaba el más mínimo atisbo de esperanza, pero sabía que un día su oportunidad llegaría… y así fue. Todo lo demás quedó en un segundo plano cuando ¡al fin! apareció el momento de trabajar en lo que siempre soñó.

Llevar las riendas de casa y la crianza de dos niños no fueron obstáculos para esmerarse. Ahora podía brillar y se propuso no dejar oscurecer sus luces. Solo no imaginó que un día unas palabras insensibles de su jefa la lastimarían y hundirían en un miedo que frenó su talento. Los sueños se transformaron en decepción.

Lamentablemente, este no es un caso aislado. Experiencias como la anterior suceden muy a menudo y en muchos lugares. Lo peor es que he visto más ejemplos de los que quisiera. Palabras hirientes, sin medida, que destruyen a su paso.

Muchos crecimos viendo los animados de Matojo que tanto nos hicieron reír. Recuerdo aquel en el que una niña amaneció regalando saludos a todo el que veía, pero sin respuesta. Y aunque llegó a la escuela muy triste, su rostro cambió cuando Matojo sí le dijo: “Buenos días, Patricia”.

Está comprobado que las palabras tienen un poder incalculable, tanto para enaltecer como para destruir. Aprender a medirlas, a escogerlas, es imprescindible para el equilibrio de todos. Las frases correctas pueden cambiarnos el día, fortalecernos. Pero, a la vez, edifican a quienes las emiten y les traen ese gusto de hacer el bien.

Cuando la empatía está por encima de las diferencias, se busca el modo de que las palabras sean “sazonadas” con comprensión, y de hablarles a los demás como queremos que hagan con nosotros. Estos tiempos nos llevan de prisa, pero no es motivo para lastimar. Sí, lastimar, porque algunas expresiones pueden “derrumbar” relaciones de trabajo, de amistad, y hasta quitar los mayores deseos.

El cerebro humano es una enorme computadora que almacena tanto lo bueno como lo malo. Claro que tenemos la habilidad de elegir a qué le damos cabida en nuestros pensamientos y de enfocarnos en lo que realmente importa. Pero las palabras tienen el poder de quedarse en la mente y calar profundo -al menos en ese momento-, y pueden marcar y lacerar si no se miden.

La sinceridad se necesita, pero más necesario es no minimizar a nadie con lo que decimos. Esto es muy importante para los padres, que debemos esforzarnos para que nuestros hijos crezcan seguros de sí mismos. También para aquellos con la misión de enseñar. Mas invito a buscar la vía correcta de llamar la atención. Hay una línea muy clara entre regaño y ofensa, entre formar y deformar.

Tampoco es sencillo dirigir un colectivo; los problemas existirán en mayor o menor medida. Las preocupaciones abruman y es difícil mantener la templanza ante reclamos cuando en casa igualmente hay dificultades. Pero nada justifica que otros pierdan la motivación por escuchar de su superior discursos vejatorios, cuando estos más bien deben motivar, convencer, alentar... Las palabras positivas ayudan a reducir el estrés, e incluso fortalecen el sistema inmunológico. Usémoslas.

Lo más triste es que conozco personas que frenaron sus proyectos solo porque alguien les comentó que no podían, o que les faltaba talento. Y lo peor no fue lo dicho, sino que lo creyeron y lo hicieron “suyo”. Simplemente dejaron que esas ideas hicieran nido en su mente y les cortaran las alas.

No podemos permitir que frases negativas apaguen nuestro espíritu. Todo eso que un día nos propusimos no puede quedarse en anhelos, solo porque en algún momento cometimos un error y quien nos debía enseñar no usó los términos adecuados.

Para que nada haga mella en nuestros proyectos, la confianza en uno mismo debe prevalecer. Por eso, Lily volteó la página y volvió a mirar al frente. Otras palabras, esta vez edificantes, la ayudaron a entender cuánto potencial guardaba dentro.