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moncada fidel

Las Tunas.- Cuentan quienes participaron en los sucesos del cuartel Moncada, aquel 26 de julio de 1953, que todos los asaltantes iban vestidos con uniformes militares porque la esencia del plan estaba en la sorpresa y, de la mano de eso, en las primeras horas se supondría que el asalto había sido un movimiento organizado por sargentos del régimen, desde dentro.

El propio Fidel Castro declaró, más de una vez, que se había trabajado el plan de manera milimétrica y hasta llegó a aseverar que había sido muy difícil lograr que las cosas salieran bien, en todo detalle, para llegar airosos a la mañana de la Santa Ana.

Y eso, porque el grupo de mil 200 hombres que se entrenó en seco para la acción, había aprendido muy bien el arte de conspirar. Ya habían perdido un mimeógrafo y hasta una estación de Radio que trataron de hacer antes, así que cuando se propusieron en serio lo del asalto armado, entendieron que la compartimentación era clave para el éxito de la acción.

Un ejecutivo de total confianza se integraba a Fidel Castro, solo dos compañeros más. Eran ellos los tres jefes principales y, por eso, los únicos que conocían al dedillo los pormenores del plan.

De un lado Renato Guitar, el único santiaguero participante en la acción; del otro Abel Santamaría, el segundo jefe del Movimiento, al que se designó para la acción del Hospital Militar justo por eso, había que protegerle la vida y le dieron la posición, aparentemente, menos arriesgada.

Siempre tuvieron claro que, después del asalto, el camino estaba en la guerra irregular. Las cosas, sin embargo, se salieron de control cuando los asaltantes intercambiaron con una posta, aparentemente puesta en medio de los festejos carnavalescos y la “sorpresa” dejó de ser un factor determinante.

Después vino la retirada, el baño de sangre que tiñó las calles de Santiago de Cuba, los días ocultos entre lomas, la captura y aquel “las ideas no se matan”, dicho muy bajito, que le salvó la vida a Fidel Castro y marcó, de alguna manera, el camino de Cuba.

Sesenta y ocho años han pasado ya y, todavía, el valor de los moncadistas compromete; su arrojo, enorgullece y la entrega de sus vidas jóvenes, sigue marcando en estas tierras el paso fecundo de la libertad.