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area salud aldereguia VS Covid19

Las Tunas.- Las cifras, altas o bajas, son números que jamás podrán ilustrar el dolor y las amargas vivencias que traen consigo el mero hecho de sabernos sospechosos, de tener el más leve síntoma.

Al calor de los nuevos enfermos diarios de Covid-19, con la triste y contundente realidad de este sábado, domingo y lunes últimos, no puedo quedarme quieta. Veo malas decisiones por todas partes. Fisuras abiertas a una enfermedad que llegó, al parecer, para probarnos el amor y la inteligencia colectiva, existencialista.
Así, grosso modo, porque en lo personal mucho puede agregarse a las reglas del juego. Mortal, agresivo, invisible, multiplicador, ambicioso en exigencias de recursos, evolución de la enfermedad, régimenes sanitarios, manifestaciones clínicas y secuelas. Por lo que leo e investigo, en este virus dos más dos, no siempre es cuatro. Y por ahí, creo, también le abrimos una rendija al no tener plena conciencia de eso.
Si observas el comportamiento cotidiano de las personas, en cualquier escenario, casi es imposible dudar de que todavía una parte visible vive “en su normalidad”. Si analizas muchas decisiones y buscas el control de su cumplimiento, hay distancias peligrosas entre lo que orientamos, discursamos y hacemos.
¿De qué vale, digo yo, que impongamos horarios restringidos si en los barrios no se chequea la movilidad? ¿Por qué se permite aglomeración en los policlínicos para realizar los test rápidos? ¿Será una utopía fantástica pensar que podrían realizarse por consultorios o convocar a todos los contactos de una familia o trabajadores de un centro a una hora y resolver, con conocimiento clínico, el verdadero contagio de esta cadena de transmisión?
No creo que mire el asunto desde “afuera”. Hay serios problemas de recursos, inevitables, imposibles de conseguir de inmediato como antes, donde se hacía otro pedido y era cuestión de abrir un almacén o localizar al encargado de la tarea para tenerlo delante.
Hay agotamiento. Nada cansa más que las tensiones continuas y el estrés. Estos factores inciden sobre la respuesta inmune y eso potencia la vulnerabilidad y nos debilita ante el virus. Mi pánico son las decisiones, tuyas, mías, de aquel... Reconozco los gigantes esfuerzos, la voluntad de priorizar lo elemental, de repartir lo poco entre muchos..., pero todavía no restamos. Este rebrote es un monstruo pensante. Hay que pensar.
Y heme aquí ante otra disyuntiva. ¿La mejor manera de distribuir los alimentos (hablo de todos los renglones y ofertas) era el jaleo mambí? Ya pasó. Muchos se fueron contentos a casa, con productos que no se ven a diario, mas desde la noche anterior muchos también armaron las colas y el distanciamiento físico se esfumó por doquier.
El nasobuco es una constante que, por suerte, gana en respeto y uso, sin embargo, sabemos de memoria que no salva por sí mismo. En las manos de quienes despacharon a la prisa del momento y de los que tenían la avidez de comprar podía esconderse el SARS-COV-2 e ir tranquilo y tristemente a cualquier casa. Y aquí no hay fantasías posibles. Hay certezas sanitarias y riesgos epidemiológicos.
Tantas huellas juntas encima de un mostrador, ¿no hubiese sido bueno tenerlo en cuenta ante la positividad de casos en esta capital? En nuestras decisiones personales, gubernamentales, institucionales, laborales, comunitarias, familiares... en el más mínimo espacio, existe un potencial valioso para contrarrestar la enfermedad. Pero ahí mismo puede estar la variante mortal Delta, que no tiene los síntomas comunes que nos sacudieron en marzo del 2019, sino que puede transitar asintomática, confundirnos y no dejarnos escapar de ahora para ya.
Ni las zonas rojas, ni los centros de aislamiento ni la casa están inmunes. hasta nuestros propios zapatos pueden ser la cueva del peligro. Se sabe que muchos, desgraciadamente, son sordos a los reiterados llamados de alerta. Los números están ahí.
No decida sin poner la balanza del corazón y la vida en primer plano. El amor ahora no necesita de abrazos y cariños que en otros tiempos escondimos o llevamos en dosis mínimas en las mochilas del pecho.
Ahora, aunque duela y nos rompa las costumbres, ese sentimiento es pura cordura, respeto a cada amanecer, a esa fuerza que nos une por apellidos o voluntad propia. Ese es el abrazo.
No se trata de decir o crear un entorno de bienestar, a sabiendas de los riesgos y con la experiencia viva, real, demostrable y contable. Estamos en la más dura de las batallas, porque la muerte viene si no decidimos a la altura del invisible adversario que tenemos. Por eso, justo por eso, mi pánico se llama “decisión”.