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Las Tunas.- Se yergue frente a mí, con ese ademán tan suyo, que yo adoro -muchas otras veces me hace rabiar- y me pregunta: "Mami, ¿a qué edad yo puedo tener un celular?".

Me coge desprevenida, pero mi niño, cual Principito, nunca renuncia a una pregunta una vez que la ha formulado y exige respuestas inmediatas. Intento irme por las ramas, él sigue expectante y me aclara: "Respóndeme en años o en curso escolar".

No me queda otra que decirle que tal vez en la Secundaria. Le veo la frustración coloreada en el rostro. "¡¿Tan lejos?!". Entonces me cuenta que algunos de sus compañeros de clases tienen teléfonos y los llevan a la escuela, que son grandes y sirven, porque él los escucha conversar con sus padres y a veces se hacen selfis, y descargan juegos, y es divertido…

La maestra vuelve a ponerme recientemente el tema en la cabeza, justo en la reunión de padres. Confiesa que le preocupa, porque algunos alumnos llevan estos dispositivos y los usan en clases, interrumpen las actividades y, sobre todo, un celular se extravió y ellos, como docentes, no pueden hacerse responsables.

En la pequeña aula los padres reaccionan a lo tremendo, algunos se asombran y a otros se les antoja inconcebible, irresponsable. A mí en cambio me parece normal que los niños quieran o tengan celulares, pues en estos tiempos se imponen las tecnologías, más para ellos que son nativos digitales.

Y también conozco nuestra Cuba de hoy, una amalgama de abismos económicos insalvables, donde algunos estudiantes tienen teléfonos de alta gama, mejores, incluso, que el de sus profesores. Este ajiaco no me resulta raro, incorrecto sí, que los adultos permitan que sus hijos lleven esos aparatos a las escuelas.

Pero la cuestión que me anima a escribir del tema es para mí mucho más preocupante que la indisciplina de no acatar lo que la maestra exija. La sobreexposición a las pantallas actualmente causa serios problemas de salud y un hueco en el pecho, casi palpable, cuando llevas a tu hijo a una consulta del oftalmólogo y descubres que apenas alcanza la mitad de la unidad de visión. Entonces te cuestionas todo ese tiempo que tu pequeño estuvo asido a un tableta, tranquilo, cierto, pero insanamente anormal.

Los expertos alertan sobre el uso excesivo de las tecnologías desde edades tempranas, específicamente, alegan que en el caso de los celulares, además de déficit de visión, causan a la larga el síndrome del túnel carpiano, pues se entumece o debilita el nervio que va desde el antebrazo hasta la mano por presión excesiva.

También pueden provocar daños en la audición: por el volumen muy alto con audífonos, sobrepeso y obesidad por el sedentarismo y problemas psicológicos como depresión, aislamiento social, ansiedad y pérdida del placer de las actividades diarias.

Según los más entendidos en el tema, el apego severo al teléfono involucra un desajuste en los niveles de dopamina en el cerebro, algo que sucede con otras adicciones. La dopamina es un neurotransmisor que regula el centro de recompensas de la materia gris; es decir, motiva a las personas a hacer cosas que creen que podrían darles una satisfacción. Las consecuencias de esta dependencia en la salud de las personas son fundamentalmente ansiedad, hipervigilancia y conductas obsesivas.

Cifras de Psychology Today indican que este padecimiento está creciendo entre los estudiantes de todo el mundo, que dos de cada tres duermen pegados a ese dispositivo, más del 50 por ciento jamás lo apaga y, más sorpresivamente, uno de cada cinco preferiría vivir sin zapatos una semana que no traer su celular.

En nuestro país, aunque las capacidades adquisitivas de las familias no siempre posibilitan estos malos hábitos, las cifras van en aumento. El tener acceso a Facebook, Instagram o WhatsApp ya es intergeneracional y transversal en la actualidad, especialmente para los nativos digitales, quienes ven como cotidiano el hecho de estar permanentemente conectados.

Ni mencionar que un teléfono con Internet puede brindarle a un niño, de 8 años en el caso particular del mío, variados contenidos que no están acordes con sus capacidades de comprensión y recepción, como por ejemplo la pornografía.

En innegable que los infantes adoran las tabletas, los celulares, las computadoras, y es cierto que como padres los preferimos tranquilos en casa que por ahí, bajo el Sol, jugando de manos… Las tecnologías llegaron para facilitarnos la vida y rechazarlas es irracional, pero cuidado con el abuso de estas porque los daños que provocan, a corto y largo plazos, a veces son tristemente irreversibles, y el placer que generan, no vale las consecuencias.