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Visto: 1988

No son pocos los casos en los que la edad de la futura madre es inferior a los 15 años.

Las Tunas.- Por su mamá lo supe. Hizo fuerza, brincó, corrió y hasta se fue al gimnasio que no necesitaba, era delgada en extremo. Quería abortar y, aunque clínicamente había tiempo, una anemia descubierta a raíz del proceso vetó su deseo. No podía ir en contra del dictamen médico. Entonces intentó lograrlo a su manera. El novio, tan joven como ella, estaba ahí, pero era una sombra.

No muy lejos, la muchachita rubia de la esquina sufría otro trauma. Quería tener a su bebé, sin embargo, estaba convencida de que sus padres jamás la apoyarían. Decidió esconder el embarazo todo lo posible. La mejor amiga no pudo guardar más el secreto y les contó a ellos. “Ardió Troya”. Meses después nació una linda niña. Hoy es el sol de la casa y de los abuelos.

Muchas historias, desde los silencios o las voces, rodean el complejo tema del embarazo en la adolescencia, un asunto que, para mí, solo se resolverá desde la responsabilidad consciente de las muchachas y muchachos, quienes hoy, contra todo rigor tutelar, trabajo educativo y charlas de Salud, se inclinan ante el deseo, inventan sus castillos pasionales y tienen relaciones sexuales desprotegidas, aun a sabiendas de riesgos y complicaciones.

Las estadísticas demuestran que el fenómeno se expande y crece. Vivencias y estudios marcan la tendencia de que a las hembras les atañe la mayor culpa. No lo creo, más bien diría que se les culpa con enfática injusticia. Los varones poseen pleno conocimiento de lo imprescindible del uso del preservativo. En mis sondeos investigativos, un 90 por ciento de los testimonios recogidos entre las jovencitas dice que sus parejas “no quisieron usarlo porque merma el placer”.

Arraigo machista que prevalece y no siempre es llevado al banquillo de los acusados con la misma fuerza con la que se les exige a las chicas. En numerosos hogares “papá” se jacta de una herencia discriminatoria y “mamá” calla. Muy pocos chicos asisten, tradicionalmente, a las pláticas de orientación familiar o consultas de enfermedades sexuales transmisibles. Parece asunto de mujeres, y ellos qué, me pregunto.

Incluso, en mis observaciones en las salas de Legrado y Ginecología, en años, sentí la ausencia masculina. La madre, una amiga o la suegra son las acompañantes mayoritarias en esos momentos de tanta trascendencia emocional y peligro. Los riesgos de una interrupción del embarazo son ampliamente difundidos y bajo ningún concepto puede esta “cirugía a ciegas” asumirse como método anticonceptivo o controlador de la natalidad. En este segmento novel de la vida mucho menos.

Las señales de prevalencia de gestaciones a destiempo aumentan y no son pocos los casos en los que la edad de la futura madre es inferior a los 15 años. Vuelve a ganarme mi vieja idea de que los derechos de los niños también se defienden antes de nacer. Y elaboro en mis tribulaciones leyes, cuyas exigencias a quienes no asuman a sus hijos tengan tal rigor que los haga reflexionar y meditar sus actos.

En fin, mi voluntad puede ser una utopía. Mas este desbordamiento de jovencitas embarazadas, bebés que llegan al mundo sin papás dispuestos al tutelaje responsable, y madres que se cansan pronto o nunca llegan a serlo por su adolescencia debe detenerse de algún modo.

Ahora que un nuevo Código de las Familias nos conmueve desde los afectos puede que sea inteligente mirar entre las rendijas de este asunto y, quizás, cambiar estrategias sociales que lleven a pensamientos diferentes a los autores legítimos del hecho.

Hacer el amor no es puro placer ni una conquista de la pubertad. Tiene consecuencias de por vida, sobre todo, en esos inocentes capullos que “nacen sin querer”. José Martí nos demostró que la verdadera medicina es la que precave. Y por ahí siento que está el camino.