Imprimir
Visto: 3509

pediatra puertopadre6

En Cuba se celebra cada 30 de Septiembre -desde el año 2008- el Día del Pediatra, en ocasión del natalicio del profesor Ángel Arturo Aballí Arellano (1880-1952), considerado el padre de esta especialidad en la Isla. La historia de una doctora tunera confirma la grandeza y lo entrañable de tan singular disciplina

Las Tunas.- Todavía la experiencia no la había tocado lo suficiente y de frente al niño pequeño, tan lejos de Cuba, sintió que se congelaba aquella mañana. El cuerpo menudo apenas se movía. Tenía poco menos de 2 años. Un poliparasitismo había comprometido todo el organismo y no respondía bajo su esteto.

La doctora Esther había llegado a Haití en el año 1999. Era la segunda misión médica que entronaba en aquella realidad tan distinta a la de su Puerto Padre. La pobreza de la comuna que la albergó abrió las puertas de par en par a casos múltiples; y cuando la familia entró y colocó al pequeño pre mortem sobre la mesa, ella sintió que necesitaba ayuda ultraterrena para devolverle la vida.

El equipo se movilizó enseguida, aplicaron todas las maniobras conocidas, cargaron por segunda vez, pero no respiró. Esther rompió en un grito ahogado que luego se dejó escuchar por todo el salón de urgencias y fuera en los pasillos. No sabía cómo parar.

Cuando la mamá del infante se acercó, la galena comenzó a temblar. No podía mirarla a la cara ni sabía cómo darle la noticia. La intérprete le susurró unas palabras que ella tardó un siglo en entender. La mujer le pedía que no llorara, ella tenía más hijos en su casa.

La doctora Esther Bárbara Gutiérrez tiene hoy una impronta en los caminos de la Pediatría. Confiesa que vino al mundo en una familia-médico, su mamá pediatra y su padre ginecólogo; así que la vocación le floreció como herencia, pero siempre tuvo muy claro que su horizonte estaría ligado a la suerte de los niños, por más difícil que eso resulte.

“En algún momento mi madre me alertó sobre la profesión tan sacrificada que yo quería elegir, el compromiso, la falta de tiempo libre, de fines de semana, me dio los consejos de Esculapio. Yo la escuché con respeto. Ya sabía yo las deudas que los médicos contraen con su familia, pero fue una decisión irreversible”.

Llegó muy pequeña desde Santiago de Cuba y se asentó con las mismas certezas en Puerto Padre. La brisa salobre bautizó sus albores y cuando ingresó en la antigua facultad de ciencias médicas Zoilo Marinello, perteneciente a la Universidad de Camagüey, tuvo claro que en el municipio costeño también iba a defender su carrera.

“A partir del tercer año de estudios vine para Puerto Padre, era una unidad docente como parte de una estrategia del sistema de Salud que busca la imbricación temprana en la profesión. Recuerdo que cuando me gradué, aunque yo sabía que solo quería ser pediatra, la vida me hizo seguir otros caminos.

“En ese momento el país hizo un llamado a la formación de médicos generales integrales (MGI). Me tocó iniciar esa especialidad que hoy agradezco porque me enseñó mucho y me aportó una sensibilidad extra para con las familias y sus peculiaridades. Tuve muchas conquistas como médico de la familia.

“Comencé el camino sin gustarme, pero resultó de los mejores capítulos que he vivido. Le cuento que en el año 1994 mi primera ubicación laboral fue en la cooperativa Asalto al Polvorín; fui la primera doctora que llegaba ahí. Y se lograron cosas muy bonitas.

“La comunidad se declaró Amiga de la Madre y del Niño a nivel provincial, se realizó una vacunación exitosa, los indicadores fueron positivos… En fin, aquel día a día me valió la condición hasta de Vanguardia Nacional, y el cariño de la gente constituyó el mejor premio”.

Pero nada la distrajo de seguir el sendero tras su verdadera vocación. Llegó al hospital pediátrico Raymundo Castro, de Puerto Padre, llena de aspiraciones. Allí comenzó una carrera que asegura le ha marcado la vida.

“Los niños son la parte más sensible de la familia y su malestar eclipsa las dinámicas familiares; todo el mundo se pone en su función. Es difícil diagnosticarlos porque los más pequeños no hablan, hay que entrevistar a los adultos; por tanto, exige el doble de precisión y entrega.

“Nunca se olvida a los pacientes. A aquellos que se ponen mal y puedes ayudarlos; igualmente a los que no puedes. Aprendí a interactuar con los familiares, que es muy difícil, pero es vital. La población de Puerto Padre se caracteriza por ser muy preocupada por los infantes; a la menor fiebre ya están en el hospital.

“He tenido muchos casos complejos, pacientes en estatus convulsivo, meningoencefalitis, que requieren de una actuación rápida y precisa; son muchos años de trabajo. Mi consejo a los padres es que nunca se confíen y acudan al médico pronto cuando sientan que su niño no se comporta normal. Minutos pueden salvar vidas”.

Actualmente Esther se desempeña como metodóloga de Investigación en la Filial de Ciencias Médicas del municipio. Es profesora auxiliar, ostenta una maestría en Atención Integral al Niño y continúa su labor como pediatra, con los lazos de una vocación que se ha encargado de fomentar.

“A la Medicina hay que llegar por amor, no puede haber otros puentes. Es una profesión que te doblega, que se roba el tiempo de estar con tus hijos, con tu esposo, que exige mucho de ti. Pero te devuelve con creces el sacrificio cuando sabes que la salud de un niño está en tus manos, que te confiaron su bienestar.

“Vivimos tiempos tan complejos, de tantas carencias... Una llega al Cuerpo de Guardia con miles de preocupaciones, de cosas que necesitas y conflictos, cansancio, pero hay que desdoblarse y dejar afuera las cargas personales. Del otro lado del buró, y con la bata blanca, hay un principio ético inviolable: el paciente es lo más importante”.