Imprimir
Visto: 759

Primera foto de la historia, llamada "VISTA DESDE LA VENTANA EN LE GRAS".
Primera foto de la historia, llamada
Vista desde la ventana en Le Gras.

Joseph Nicéphore Niépce nació en una pequeña ciudad de Francia en 1765. Él y su hermano Claude siempre sintieron una extraña fascinación por la investigación y hasta crearon el pireolóforo, primer motor de combustión interna.

Pero la fijación de imágenes en la llamada cámara oscura terminaría por atrapar a nuestro protagonista. Especialmente la litografía captaba su atención. Y no lo pensó más: dedicaría el resto de su vida a buscar materiales idóneos para que las imágenes capturadas se volvieran más resistentes.

Así, por el sendero del descubrimiento, entre 1826 y 1827 la persistencia dio frutos. Desde la ventana de su casa, tras ocho horas de exposición, nacería la maravilla...

Una placa de metal embadurnada de cierto betún y colocada en el centro de una cámara oscura, haría toda la diferencia. Hablamos de la heliografía, como bautizó él a esta técnica.

Joseph Nicéforo Niepce, padre de la fotografía.Quizás Niépce no lo imaginara y hasta murió sin el debido reconocimiento, pero allí, sentado casi sobre su propia sombra, con un árbol de naranjo cerca y ciertas dosis de alquimia, su "milagro" sacudiría el mundo.

Es verdad, ya nadie se acuerda de la ingratitud de Louis Daguerre, coterráneo con quien -tras cierta insistencia- junta esfuerzos en el apasionante universo de la fijación de imágenes. En torno a esa colaboración se ha especulado mucho, pero lo cierto es que -al morir Joseph- su aporte fue invisibilizado durante varios calendarios.

Su colega, con ínfulas de negocio, perfeccionó el proyecto y le llamó daguerrotipo. No había pasado ni un lustro de la partida del precursor, pero la fama auparía a Louis. Sin embargo, la historia termina por ajustar las tuercas. La ventana, el naranjo y, sobre todo, el padre de la fotografía pueden descansar en paz.

Es cierto, las cosas han cambiado mucho desde entonces. Ya no nos escondemos entre telas muy negras que, tras el estruendoso flashazo, dejaba congelada una escena. Atrás quedaron esos "mágicos encierros" en cuartos oscuros para descubrir, después del revelado, fantasmas y esencias, tonos mustios o vibrantes que desafiaban el aburrimiento como caricia erótica al propio ego.

Somos otros. Nos creemos reyes de las sombras, príncipes de los colores, deambulantes de planos y efectos. No nos importa tanto quién aprieta el obturador. En la mayoría de los casos es solo un clic, una minúscula caricia sobre la pantalla, normalmente sin encuadre ni dosis de paciencia. Lo importante aquí es "el resultado", suele pensarse. Claro, siempre hay quienes -como imbuidos en el espíritu de esos antiguos creadores- los honran aún con cámaras modernas. Entonces nos parece ver a Niépce, al impávido naranjo, a la elongación infinita de la luz más allá de los años.

Ojalá comprendamos la prolongación del sol a ambos lados de la imagen pionera. Ojalá nos sumerjamos en la justa rotación del Astro Rey que signa la primera fotografía de la historia. Antes Da Vinci y otros sabios, inspirados a su vez en sus observaciones, experimentaron con la cámara oscura. Incluso previamente, el griego Aristóteles, allá por el año 384 a. n. e, observó cómo un rayo de luz incidía por un agujero en la persiana de su cuarto y se proyectaba en la pared opuesta. Y, por supuesto, después de Niépce y Daguerre, vinieron otros (Fox Talbot, Saint Victor, Parker, Eastman...), pero el hermano de Claude trascendió finalmente como el inventor de la fotografía moderna. Se hizo justicia.

Las esencias no deben morir; seres como Niépce deben ser recordados. Y es que no todos tenemos el talento y la paciencia para emplear varias horas consecutivas en algo tan difícil como hacer arte y al unísono, quizás sin saberlo, cambiar el mundo.