Imprimir
Visto: 883

grupo Olimpo 1

Las Tunas.- El 13 de julio el mundo celebra el Día Internacional del Rock. Fecha que recuerda aquella de 1985 y al memorable concierto Live Aid, un recital multitudinario para reunir fondos y ayudar a combatir la hambruna en países de África, y en el que participaron algunos de los artistas más importantes de la historia.

Por eso, y también con la excusa de que el grupo Olimpo está cumpliendo 30 años en el 2025, decidimos conversar con su director, el maestro Ramón Carlos Leyva, líder, además, de la orquesta de guitarras Isaac Nicola.

Desde que era muy pequeño descubrió la magia de las guitarras eléctricas. Cuenta a 26 de su abuelo y el día en el que le regaló una de juguete; dijo que, por accidente, se le había roto un costado y entonces el niño que fue agarraba el cable de la plancha y lo metía por el agujero para simular que tenía una de esas con las que sabía que tocaban los músicos de Eagles, en aquel tema hermoso que es Hotel California.

El rock fue un hallazgo en su vida que se hizo mayor cuando comenzó a estudiar Música. “En los años 80 entré en la escuela de arte y los músicos estábamos con los estudiantes de Artes Plásticas, en el mismo lugar; ellos escuchaban mucho esas tendencias; además, algunos profesores nos sugerían guitarristas de rock, porque hay muy buenos intérpretes y podíamos aprender más”.

1 ramon carlos leyva perez 636x358

Con todo ese acervo dentro y las ganas jóvenes de crear, Ramón fundó Olimpo, el único grupo profesional de rock que ha tenido Las Tunas y que mantiene ahora una especie de peña habitual los segundos sábados de cada mes en el centro cultural Huellas.

Nos habla un poco de ellos. “En los años 90 había un movimiento fuerte de muchachos que escuchaban esta música, mayormente en la Casa de Cultura. Y, en 1995, cuando terminé el Servicio Militar, arranqué con Olimpo. Los ensayos se hacían en la sede del guiñol y, con el tiempo, nos afiliamos a la Asociación Hermanos Saíz (AHS).

“Fue muy valioso el aporte de la AHS, porque se dieron a la tarea de apoyar, dar espacios y hablar con las instituciones culturales para tratar de insertar en los catálogos de las empresas de la música agrupaciones de calidad con esta tendencia.

“Antes de los años 90 se concebía como música cubana solo al son, los solistas…, pero el rock era muy mal visto. Al principio fue difícil, pero empezaron a abrirse puertas, hasta el sol de hoy”.

Cuando conversas con Ramón, salvo el gusto que le acompaña por el pelo largo, no lo asocias con la idea que anuncian los prejuicios asociados por décadas a los rockeros: gente marginal, llena de tatuajes, vestida de negro, que consume drogas. Nada más lejos de su diálogo, directo y respetuoso. ¿Es el rock una filosofía de vida?, le pregunto.

“Puede que sea un poco así. Y con respecto a esos estereotipos, ahora mismo hay otros géneros que llevan todo eso, drogas, violencia, vulgaridad, que para mí no son ni música y están en todas partes.

grupo Olimpo

“Así que eso depende de cada individuo. Hay gente que, quizás por juventud, deciden adoptar ciertos patrones y después dejan, incluso, de escuchar esa música, los conozco. Hay otros que se han cortado el pelo, visten de otra forma y siguen escuchando rock.

“El público en general, ese que no sigue mucho este ritmo, te dice que eso es bulla. Y no entienden que el género tiene muchas tendencias y todas poseen su importancia, su valor ético, y es bueno intercambiar y conocer un poco más. Hay un rock fuerte, y hay otro más suave; siempre les pregunto: ‘¿A ti no te gusta Bryan Adams, o las baladas de Chicago?’, y me dicen que sí. Entonces les respondo: ‘¿Y qué crees que es esa música? ¡Es rock!’.

Habla de sus tres hijos, del gusto de tocar con los dos varones (guitarra) y con la pequeña de 10 años de edad (piano). “Con ellos hice unos temas a guitarras acústicas, y el mayor, Carlos, ha tocado conmigo varias veces la guitarra eléctrica en Olimpo. La niña ha tocado clásicos como Escaleras al cielo, un emblemático de Led Zeppelin, y lo ha hecho muy bien; además conoce los temas, los tararea”.

Es el típico padre que acompaña, sonríe de la nada cuando habla de sus hijos y tiene ganas de verlos empinarse, tejer sus caminos. Lo hace con la fortuna de estar aferrado a la música, ese lenguaje bendito que te canaliza dolores, amores y esperanzas.

Dentro de ella el rock, el género que, surgido en los años 50 del siglo pasado en Estados Unidos, sigue marcado por la energía y la libertad.