
Las Tunas.- “Todo comenzó por un llamado de Fidel”, y en esa frase expresa la mezcla de compromiso y decisión que la llevó, con solo 16 años de edad, a pedir Licenciatura en Matemáticas como opción número uno.
Es la primera vez que Ana Cecilia Leyva Martí, en sus 66 años, cuenta su historia y abre la ventana a una etapa que aún persiste. Recuerda como si fuera ahora mismo aquella convocatoria que no olvida y los motivos que la hicieron elegir el camino sembrado, al sol de hoy, de infinidad de capítulos.
Su mirada se ilumina cuando nombra como su hogar al instituto preuniversitario vocacional de ciencias exactas (Ipvce) Luis Urquiza Jorge. “Disfruto de mis clases y me gusta que los alumnos aprendan”. Y en ese decir queda la promesa de una vida entregada al magisterio.
“Llevo impartiendo Matemáticas cuatro décadas en este centro. En la actualidad, atiendo dos grupos de décimo grado”, revela y expresa en cada anécdota el orgullo por sus discípulos y por los muchos calendarios que ha entrenado para el ingreso a la Universidad con buenos resultados. “Le pido a Dios que los estudiantes obtengan notas satisfactorias; siempre quiero lo mejor para ellos”.
Rememora con amor las veces en las que acompañó a los jóvenes en sus primeros pasos hacia concursos científicos. Muchos de sus antiguos alumnos hoy son ingenieros, arquitectos o profesores, y aún la buscan para agradecerle la confianza que les transmitió. Para ella, la mayor satisfacción es comprobar cómo adquirían seguridad en sí mismos gracias a la lógica y el razonamiento.
Hay un capítulo en su vida profesional que la marcó profundamente. Allá, lejos de casa, hizo cosas que nunca imaginó. “Cuando tuve mi primera misión, en Guinea Ecuatorial, trabajé con mi asignatura en una escuela dirigida por monjas. Fue una experiencia inolvidable, aprendimos cosas de ellas y ellas de nosotros. Me hicieron un taller de costura, compraron máquinas de coser y yo les enseñaba corte y costura por las tardes a niñas del colegio y la comunidad”.
Y por si fuera poco, ofreció clases de español a extranjeros de un grupo de 15 personas entre 14 y 65 años de edad. “Siempre me gustó Español-Literatura. Lo tenía como segunda opción y luego de tanto tiempo de graduada lo pude hacer”.
En su regreso a Las Tunas, el Ipvce siguió siendo su refugio. “A pesar de que vivo lejos, siento como si quedara en la esquina de la casa. He sido profesora, jefa de departamento y subdirectora, pero lo que me gusta es el aula, dar clases es lo que más disfruto”.
Ana Cecilia ha enfrentado el reto de enseñar Matemáticas en una época dominada por las pantallas y la inmediatez. Sin embargo, asegura que nada se compara con la emoción de ver a un estudiante conmovido por una ecuación resuelta. Para ella, esos momentos son la prueba de que su asignatura sigue viva y tiene un lugar en la formación de los jóvenes.
Habla de la relación con sus alumnos como lo primero y lo esencial. “Debo lograr tener esa empatía, pero con respeto”; y admite que, pese a las dificultades, continúa encontrando la manera de conectar.
Confiesa que le place el rato en su hogar, coser y hacer manualidades; sin embargo, los planes inmediatos están muy claros: “El trabajo es necesario y salir de la casa a laborar y tener esas relaciones sociales resulta gratificante; me siento útil todavía. Mientras la salud me lo permita, voy a seguir impartiendo clases”. En esas palabras queda la imagen de una mujer que ha hecho de la enseñanza su vida, y que sigue allí, frente a la pizarra, dando lo mejor de sí.
Hoy, Ana Cecilia es reconocida por sus compañeros y pupilos como una profesora que inspira. Su mensaje para quienes sueñan con dedicarse a la docencia es luminoso: nunca olvidar que detrás de cada materia debe haber seres humanos con deseos, voluntad y conocimiento para impartir.