
Las Tunas.- Cada mañana en la escuela profesional de arte (EPA) El Cucalambé comienza con el roce de los arcos sobre las cuerdas, las voces juveniles que repasan solfeo y el murmullo de los estudiantes que se preparan para un nuevo día. Allí, entre atriles y partituras, se respira un ambiente donde la pasión convierte las clases en un espacio de descubrimiento.
En ese entorno musical, Miguel Alejandro Figueroa Reyes, profesor de violín y jefe de Cátedra de Nivel Elemental, ha hecho de la docencia su vocación y su manera de estar en el mundo. Con siete años de experiencia, no olvida que enseñar siempre fue parte de su ruta.
“Me gusta mucho impartir clases; de hecho, es algo que hago desde que estaba estudiando Nivel Medio en la escuela, no directamente contratado, pero sí me dedicaba en horarios libres a ayudar a mis compañeros y a los más pequeños, a los que recientemente habían comenzado”.
Para Miguel este ejercicio es mucho más que compartir técnicas sobre cómo sostener el violín. “Me apasiona estar frente a los alumnos, educar, transmitir valores que los acompañen toda la vida. Puede que varios no sean músicos en el futuro, pero lo que aprenden aquí, el trabajo en equipo, el amor por la música y el compañerismo son valores que los harán mejores personas”.
Reconoce que su camino entre pentagramas estuvo marcado por la influencia familiar. “Mi madre tomó clases de piano y solfeo, y mi tía menor logró ingresar a la escuela y graduarse. Yo, en cambio, estaba muy vinculado al deporte. Mi padre me entrenaba en béisbol y también formaba parte del equipo de ajedrez de la escuela primaria Toma de Las Tunas. Cuando llegó la oportunidad de entrar a la EPA, lo hice casi por obligación, sin querer. Pero poco a poco la música me fue enamorando y ya nunca más me aparté de ella”.
Convertido en profesor y artista, Miguel mantiene la disciplina del deporte con el sendero sonoro que protagoniza. “Nunca me desvinculé del béisbol ni del ajedrez, pero el violín me dio algo único: un sentido de pertenencia que me llevó a dedicar mi vida a la enseñanza y la interpretación de la música”.
La decisión de ser maestro -lo sabe- no se elige como una carrera cualquiera; se siente, se vive y se construye día a día. “Hay algo especial en ver cómo un estudiante logra por primera vez sacar el sonido limpio del violín. Esa emoción no se compara con nada, es como presenciar un pequeño milagro. Saber que uno ha sido parte de ese proceso es lo que me impulsa a seguir enseñando”, reflexiona.
“Ejercer de profesor en esta especialidad implica mucha paciencia; no todos los alumnos avanzan al mismo ritmo ni tienen las mismas motivaciones. Me esfuerzo para que cada uno encuentre su propio camino en la música, porque el violín es un instrumento que lleva mucha sensibilidad. Cuando entro al salón y veo a los muchachos ensayando, siento que estoy en el lugar correcto. No importa cuántos años pasen, siempre me emociona estar ahí.
”Y si algún día ellos recuerdan que en mis clases aprendieron a ser mejores personas, entonces habré cumplido mi misión”.
Así, entre notas de violín y lecciones éticas que se transmiten silenciosamente, este maestro sigue construyendo un futuro donde la música se vive como un acto de amor.