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Las Tunas.- El borde de la mesa improvisada para arreglar uñas se le hincó entre las costillas, con el vestigio de un dolor punzante. Eran más de las 5:00 pm y había corrido todos los horarios para poder guardar unos billetes en su cartera. Cuando finalmente logró enderezarse fue corriendo a comerse el pan que había dejado tapado al mediodía, pero el sonido de unos pasos fuertes en la escalera le congeló el apetito...

ONU Mujeres 2“Yo acababa de cumplir los 16 años. Pensé que estaba enamorada y cuando él me pidió que me fuera para su casa ni lo medité. Desde allá mismo le dije a mi mamá que me iba a casar. Al principio las cosas marcharon bien, sobre todo, porque yo siempre estaba callada. Enseguida noté que no eran los fines de semana nada más, él tomaba todos los días. Siempre se inventaba un pretexto.

“Vivíamos prácticamente solos, porque mi cuñado estaba preso en otra provincia y mi suegra se pasaba la mayoría del tiempo fuera, llevándole provisiones. Ella no se involucraba en nuestra convivencia. El poco dinero que entraba se iba en botellas de ron. Recuerdo que en esa época yo estaba muy delgada y hambrienta. Cuando mi mamá me veía, comentaba que parecía enferma.

“Hubo ocasiones en las que fui a mi antigua casa solo a comer. Así que no lo pensé demasiado y me puse a trabajar. Inicié limpiando dos casas en el barrio, lavando a pago, desyerbando patios. Con ese dinerito y una ayuda de mis padres pude empezar a pintar uñas. La gente del barrio me apoyó sin conocerme”. 

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Entró dando tumbos en la casa. Fue directo para la mesita de uñas, abrió la carterita con los pesos y le echó mano como un niño que está a punto de seguir con su juego preferido. Ella se le cruzó enfrente, intentó arrebatarle el único recurso para conseguir un plato de comida caliente.

En lo adelante solo sintió el ruido de su propia cabeza contra la pared. Tenía el pelo como mojado de un líquido espeso, que le provocó náuseas. Volvió a vomitar en la escalera, cuando alguien le ayudaba a bajar. Ya en el Cuerpo de Guardia, del brazo de su madre, fue consciente de que algo le pasaba, porque la doctora no dejaba de decir: “No puede ser, si está desfigurada…”.

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“No dijimos que me había golpeado, que me agarró por el pelo y me arrastró por todas las escaleras. Yo no podía abrir los ojos por la hinchazón. Los vecinos lo vieron todo y nadie llamó a la Policía. Recuerdo que alguien muy allegado me soltó: 'Mija, para qué le reclamaste, si sabías que él estaba borracho'.

“Mi mamá me dijo que no lo íbamos a denunciar por su madre. Me partió el cráneo, me lastimó las costillas. Imagínate, yo pesaba 45 kilogramos y ni siquiera pagó una multa. Pero ese no fue el dolor más fuerte que sentí… En mi red de apoyo más cercana se gestó un comentario, que todavía no me logro quitar de la mente: 'fulana se busca las cosas, atrae los problemas, cómo va a acusar a otro más, nadie le va a creer, qué vejiga para dar problemas…'”.

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“No sé si te ha pasado, que el cerebro borra sucesos para no tener que recordarlos nunca más. Yo estaba en el preuniversitario y había un profesor que impartía Preparación para la Defensa. Noté que era un poco pegajoso, pero hasta ahí. Un fin de semana que me quedé sin pase me dijo que fuera a su oficina, porque yo estaba desaprobada.ONU Mujeres 1

“Cuando llegué él cerró la puerta y empezó a tocarme. Decía saber que yo quería, que yo no era señorita, que no me echara para atrás. Empecé a dar gritos y llamé a mi mamá por teléfono. Me asustó, porque pensé que iba a violarme y por poco lo consigue. Igual me dejó una sensación de asco, que lamentablemente ya conocía.

“En la casa, mi familia fue dura. Me recordaron que, según yo, cuando tenía 13 años un muchacho intentó toquetearme en el río y se armó tremendo problema, que tuvieron que llevarme al psicólogo, que ellos pasaron la vergüenza de su vida y ahora otra vez el mismo dilema, que cómo eso era posible.

“¿Qué te voy a decir…? Me hicieron creer que era la culpable, la oveja descarriada de la familia y, por eso, cuando me reventaron a palos tampoco fueron a la Policía. Yo me lo creí muchos años, que provocaba las cosas y que era yo la del problema.

“Tuve tratamiento para los nervios; todavía hoy, hay noches que no pego un ojo, que despierto con taquicardia y tengo terror, me paralizo. Me hice una mujer con la autoestima en el suelo y la idea recurrente de que me iba a volver loca. De esto no me he librado del todo, a veces tengo que andar detrás de las amitriptilinas, pero la iglesia y la escuela me salvaron”.

Con 22 años y un brillo sano en la mirada se acercó voluntariamente a los programas contra la violencia de género, que lidera en suelo tunero la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Es educadora, graduada de Educación Artística, y le gusta mucho conversar e interactuar con los más jóvenes.

Tiene ambiciones grandes: lograr un doctorado, tener una voz que sirva de guía para otras muchachas y muchachos que en casa no encuentren los respaldos necesarios.

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“Existen todas las leyes para proteger a la mujer, pero no nos engañemos, aún somos vulnerables. Más en mi caso, por ser negra. Para los abusadores que se cruzaron en mi camino yo era la negrita esa; así me llamaron, incluso, los que tenían que impartir justicia.

“Nunca antes me atreví a decir en voz alta estas cosas, a recordar los detalles. Ahora siento que dejé ir un peso grande. Esa fuerza me la han dado los proyectos contra la violencia de género; ese entendimiento de que no estoy rota, que una se puede curar.

“Mis padres son profesionales, pero mi infancia estuvo plagada de tabúes. La religión no nos dejó hablar de sexo, de protección, de violencia. Me vi envuelta en tantos conflictos cuando todavía tenía edad para estar jugando a las muñecas. Mis alertas están hacia ahí, no podemos descuidar a los hijos, hembras y varones; el mundo, allá afuera, puede ser brutal sin supervisión.

“Pero si te pasa, si te golpean, si te acosan, si crees que todo se quebró…, no sientas vergüenza, tú no tienes la culpa. Si te falla tu red de apoyo, ve más lejos, pero pide ayuda. Y tienes que creértelo: tú no estás rota”.