Las Tunas.- Los más recientes 25 años en la vida de Alberto Carlos Estrada Segura han estado ligados a la cultura tunera y sus espacios. Se aprende mucho al escucharlo desgajar sus memorias y los tantos desvelos que le acompañan en el empeño de escribir la historia de las artes escénicas, la magia, la música y todo lo posible dentro de la cultura local.
Su relación con el arte viene de antaño; ya latía en el jovenzuelo que, amén de esas inclinaciones, salió del central Elia en los años 70 del siglo pasado nada menos que para estudiar Química Industrial en el instituto tecnológico Mártires de Girón, en La Habana, allá en Quinta Avenida y 170.
Dice que sacaba buenas notas; y eso, para tener tiempo libre y andar por entre la fascinante vida cultural capitalina, crecer en sus esquinas, aprender. Todavía recuerda su primera vez en el teatro Martí, y aquella puesta, La Chacota.
También llega a su memoria el día en el que, con su ropita dominguera de becado y el susto de los atrevidos, se paró frente al mismísimo Gran Teatro de La Habana y logró colarse entre los adictos para disfrutar, por fin, de una presentación de ballet.
"Estaba sentado lejísimo, los bailarines se veían chiquiticos, pero bailaron La bella durmiente del bosque, y es una obra que conocemos desde niños; así que lo entendí todo, menos las piruetas de los danzantes. Pero me propuse conocer de eso, y te puedo garantizar que lo he logrado con creces".
El destino, con sus vericuetos, trajo al especialista químico hasta Las Tunas; y, poco a poco, se fue decantando por el entorno cultural de esta urbe. Primero vivió los encuentros en la Asociación Hermanos Saíz (AHS), hasta que se sorprendió tomando la gran decisión y dejándolo todo para adentrarse en el entramado convulso, ingrato y trepidante que le da sentido ahora a parte vital de su existencia. Era una mañana de junio del 2000.
A los amigos primeros (Chachi, Yeny Molina, Manolito, Ramón, los muchachos del grupo Síncopa…), se fueron sumando otros; y pronto, nombres como los de Dionne, Josefina, Píter... se le volvieron gratamente habituales.
Si algo me queda claro, mientras degustamos un café en la ruidosa sala que da a la calle Martí, es que Alberto es un ejemplo divino de superación personal y aprendizaje constante. Y también agradezco, invariablemente, su empeño por el rescate de la historia cultural de estos predios y sus nombres más prominentes.
"Me gradué como actor de teatro para niños; porque, si estoy entre artistas, tengo que conocerlos, tener un discurso coherente con lo que hago, entenderlo desde dentro. Siempre he tenido claro que la sensibilidad es lo más importante para trabajar entre ellos. Las instituciones existen por eso.
"No entiendo que un creador llegue, por ejemplo, al Consejo de las Artes Escénicas, donde trabajo y que es la institución que los representa, acompaña, viabiliza sus sueños, y que tú, que cobras un salario porque él existe, no le des toda la importancia que esa visita requiere, no te informes de su quehacer y por dónde van sus proyectos".
Alberto aprendió de crítica con Pedro Morales López, Omar Baliño y Osvaldo Cano; acompañó a Teatro Tuyo casi desde su génesis misma y recuerda, todavía conmovido, el estreno en el 2005 de Parque de sueños, "el primer gran 'golpe' de la compañía en este país".
"Vi el nacimiento de Emovere, un proyecto de danza contemporánea precioso; y he acompañado al teatro dramático en etapas distintas, en las que hemos tenido nacimientos, sustos, censuras, pérdidas...".
Pronto debe salir en formato digital su segundo libro, Haz de luz, por la editorial Sanlope, la historia del teatro con títeres y para niños en Las Tunas; "porque en un contexto tan difícil como el quinquenio gris, este territorio tuvo la voluntad política necesaria para fundar un grupo teatral así, con las características del guiñol en ese momento. Ese elenco abrió el camino acá del teatro profesional".
Tiene otros dos proyectos editoriales en los que ahora trabaja; uno de ellos para agrupar biografías de valiosos artistas locales, y el otro acerca de la historia del teatro dramático por estas tierras.
Ya está jubilado, pero no llevaba un mes descansando en casa cuando tocaron su puerta para que se reincorporara. Y lo hizo. Al escuchar cómo ha sido su camino, entiendes por qué.
Y es que hay muchas maneras de defender y hacer por la cultura; la más visible está en los escenarios, las tertulias, la guitarra o cualquier otra variante del infinito universo de la creación. Pero la otra, la suya, se halla tras bambalinas, siendo necesario para que el arte se encauce y consolide.
En este diciembre, cuando los trabajadores de Cultura han celebrado su día, da gusto encontrar a gente así, como Alberto, un hombre campechano, sociable y servicial, que defiende al arte desde el diligente oficio maravilloso de "hacer".