maestro Reutilio 1

Las Tunas.- A los 71 años de edad, sus recuerdos regresan con fuerza. Reutilio Cruz Pérez dialoga sobre sus comienzos con la nitidez de quien ha vivido la escuela como destino y oficio. Al graduarse por un curso emergente en Guantánamo en 1970, al año siguiente ya se encontraba frente a su primera aula; aquellos pasos inaugurales le demostraron que la docencia transmite contenidos y, a la vez, enseña a acompañar vidas.

“En 1978 obtuve mi título de licenciado. Trabajé en Holguín durante cinco años y regresé a Las Tunas en 1983. Tras pasar por varios centros, llegué en 2014 a la escuela Enrique Casals Villarreal, donde llevo 11 años como profesor”.

Imparte clases en el aula de quinto grado. Las Matemáticas son su lenguaje cotidiano; organiza ejercicios que buscan más que respuestas correctas. Observa a sus alumnos con la ternura que dan los años. Sabe cuándo apretar y cuándo ceder; cuándo contar una anécdota para que un problema deje de ser abstracto y se convierta en algo cercano. Aun así, percibe cambios que le inquietan: la pérdida del respaldo familiar, el desinterés de muchos niños por el estudio y el ausentismo.

“Cuando empecé a ejercer como profesor, los alumnos eran diferentes, las familias apoyaban con mayor dedicación; los niños llegaban con ganas de aprender y la escuela parecía un hogar. Hoy veo menos interés por parte de los estudiantes y sus tutores por las actividades docentes, lo que hace que los alumnos se alejen del estudio. Me preocupa que se pierda esa responsabilidad que antes sostenía al aprendizaje”.

Su historia personal está definida por la constancia. Ha visto generaciones enteras cambiar de hábitos, ha tenido que renovar métodos, inventar recursos y, sobre todo, mantener la paciencia.

“Me disgustan algunas cosas, pero voy a seguir trabajando porque me gusta enseñar, y la situación económica lo exige también. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario, mientras tenga fuerzas para ello”.

Entre los recuerdos que más atesora está la historia de Midalmi Peña Ayala, una alumna que lo siguió durante varios grados y que, ya profesional y jubilada, aún le envía presentes cada Jornada del Educador.

Para el maestro, esos gestos sencillos son la confirmación más valiosa de su trabajo; no hay mejor premio que el reconocimiento de quienes fueron sus pupilos y hoy llevan su huella en la vida. Cuenta con orgullo cómo Midalmi se especializó en técnicas de conservación de frutas y vegetales, se trasladó a La Habana y, desde Boyeros, le recuerda con una agenda, una gorra o un lapicero. “Ella siempre se acuerda de aquellos cuatro años que yo fui su maestro, y eso me encanta”.

A pesar de las frustraciones del presente, Reutilio mantiene una postura práctica y afectiva. Busca que cada educando sienta que su tiempo en la escuela vale, que su esfuerzo merece la pena y que la curiosidad puede ser el inicio de un gran camino.

“Mi tiempo es precioso para preparar a cada estudiante. No puedo desperdiciarlo en quejas, prefiero invertirlo en buscar maneras de que el niño entienda y se interese. A veces es una historia, un juego, otras una tarea hecha en equipo. Lo importante es que el aprendizaje sea una experiencia viva”.

La escuela, para el educador, es también su casa. Guarda anécdotas de aulas llenas, de padres que se sentaban a conversar, de festivales donde celebraban el esfuerzo colectivo. Esa nostalgia es el motor que lo impulsa a resistir. Cree que la dignidad del oficio se sostiene en la constancia de reinventarse sin perder la ternura que exige enseñar a niños que están formando su vida.

En la Jornada del Educador su figura se alza como la de muchos docentes que resisten en el aula, no renuncian a educar ni a ser recordados. Hace un llamado a valorar la escuela como espacio de formación y a reconocer que detrás de cada lección hay una vida dedicada a acompañar a otras vidas.

“Seguiré en este centro escolar mientras tenga fuerzas. Instruir me gusta, y cada vez que un alumno me mira con comprensión siento que todo vale la pena”. Su grupo de estudiantes es su hogar, su oficio es su legado, y su presencia, después de 54 años dedicados a la enseñanza, sigue siendo un faro para quienes pasan por su clase. 

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