que fue llamada "Controversia del siglo".

No es hasta bien entrados los primeros años de la República que aparecen nombres verdaderamente importantes y trascendentes en el contexto de nuestra juglaría campesina: Celestino García “El Rey de los Versadores”, Juan Ruperto Delgado Limendoux “El Vate Sagüero”, Reynaldo Ordoñez Santana, Gregorio Morejón, Manuel Puertas Salgado, Horacio Martínez y Manuel Tejera Trujillo “Gareo”, por solo mencionar algunos de los más significativos.

En cuanto a controversias que puedan considerarse referenciales están las sostenidas por Limendoux y Morejón, y las de Limendoux y Santana; si bien sostengo la opinión de que las décimas rescatadas por el notable investigador y folklorista René Batista Moreno y publicadas por Editorial Capiro en 2009, bajo el título Limendoux: Leyenda y Realidad, no constituyen una versión legítima de las estrofas originalmente improvisadas, sino que las mismas están adulteradas, lo cual pude constatar en publicaciones que vieron la luz con anterioridad; no obstante, el loable empeño de Batista Moreno ofrece una necesaria visión de los improvisadores de antaño, de cómo abordaban conceptualmente las diferentes zonas temáticas, algunas adelantadas para la época.

Se impone señalar los poetas que, a mi juicio, conforman el punto de apoyo de lo que a partir de la década de 1940 significaría el gran salto tropológico de la considerada “estrofa nacional” por el poeta y patriota bayamés José Fornaris. Los principales investigadores cubanos casi siempre y de manera unánime se refieren básicamente a Jesús Orta Ruiz “Indio Naborí”, en cuanto otros –los menos- mencionan al güinero Francisco Riverón Hernández (1917-1975), a quienes añadiría a Rafael Rubiera García (1922-1996), coetáneo de ambos y entusiasta renovador. A ellos sumaría otros dos que con anterioridad, en los ya lejanos años 30, fueron verdaderos adelantados: el asturiano Alfonso Camín y el cienfueguero Hispérides Zerquera (1911-1978). El primero tempranamente aplatanado, y el segundo y tercero, inadvertidos maestros de generaciones. Es obvio que no estuvieron solos, los acompañaron muchos, entre algunos decimistas ocasionales y de buroes que hicieron época con sus respectivas producciones.

Riverón no es sólo uno de los decimistas cubanos más modernos y decisivos, es de los que más aporta estéticamente; es, además, el más publicado entre los poetas populares de su tiempo; “El Ñato” Rubiera por su parte, tiene en Sílabas de la Yagua (1956), uno de los libros más influyentes del granero lírico cubano. Zerquera, quien fue un destacadísimo improvisador, y muy tempranamente alternó oralidad y escritura, con un estilo apegado al Modernismo, muy llamativo para los repentistas de la época, y que dio a conocer a través de la prensa local, creando una tendencia metafórica, continuada por improvisadores como Guillermo Sosa Curbelo, José Miguel Bello, Luis Cruz Alonso, Jesusito Rodríguez, Luis Quintana, Luis Paz Esquivel, Oniesis Gil, y otros muchos.

Ellos son los principales abanderados, marcan el camino a seguir, constituyendo la vanguardia de la promoción más importante de cultores de la popular estrofa, son quienes marcan un antes y un después, los primeros y más notables grandes maestros del repentismo. En Carey (1931), Camín da a conocer Cangrejo Moro, sus primeras décimas cubanas –originalísimas y sensuales–, momento en que ya contaba con un enorme prestigio.

Para una idea más precisa de la importancia de Camín basta señalar que el Indio Naborí comienza a dar conocer sus cuadernos Guardarraya sonora de 1939 a 1955, Bandurria y violín (1948), Guardarraya del sueño (1950) y su poemario Estampas y elegías, entre 1939 y 1955; Nuestra Señora del Mar, de Emilio Ballagas (1943); Samuel Feijóo, sus Jiras Guajiras de 1937-1938, las publica en 1949; Trópico, de Eugenio Florit, ven la luz en 1947, al igual que Plasmas Alucinantes, de Cecilio Sarret; y Doña Martina, de Manuel Navarro Luna, aparece en 1952. O sea, que solo Pórtico, de Agustín Acosta, es anterior a las estrofas de Camín, y aparecen en La zafra (1926). Y me refiero a títulos y autores sobradamente significativos, en determinado contexto, en la evolución de la décima, y entre los que también pueden mencionarse a Felipe Pichardo Moya, Rubén Martínez Villena, Nicolás Guillén, Ramón Guirao, Ángel Gaztelu, Eliseo Diego, Raúl Ferrer, etc.

Y ahí estaba Alfonso Camín, a quien lamentablemente se le ha dado en Cuba, poco o ningún crédito. A él se le debe la que Virgilio López Lemus denominó “poesía turística” (un magnífico ejemplo es Última canción cubana), que no son más que postales en verso, llevadas a la máxima expresión por Francisco Riverón Hernández en Caimán Sonoro (1959) y por Margarita Ferrer en Cuba en verso: Décimas de anticipo y un romance fantástico, 1958-1964 (1965). En la actualidad, grandes improvisadores como Omar Mirabal Navarro y José Enrique Paz Esquivel manejan ciertos giros emparentados con la lírica caminiana, más apegados al Criollismo que al Neopopularismo lorqui-naboriano, y me baso en el tono, en determinados giros y asociaciones lingüísticas. La décima cubana es legataria de un proceso en el que muchos han aportado, entre ellos Camín, en mi opinión “el primer gran decimista cubano del pasado siglo (excluyo a Agustín Acosta por una cuestión tonal y por tratarse de un decimista de ocasión), legítimo heredero de la tradición cucalambeana”, aunque ningún estudioso lo haya reconocido, y ahí está su obra para corroborarlo.

Hasta aquí una breve panorámica acerca de cómo se allanó el terreno sobre el que se llegó a la Controversia del Siglo, sin lugar a dudas un hito de la décima cubana. Pero eso no es todo. Existe un hecho poco conocido del que José Lezama Lima advierte en una conferencia (Fascinación de la memoria. Textos inéditos de José Lezama Lima, Editorial Letras Cubanas, 1993), que impartiera a mediados de la década de 1960. Plantea al respecto:

Plácido en Santa Clara se encuentra nada menos que con Poveda, que es otro de nuestros grandes poetas populares, un maravilloso repentista”. Y continúa: Debe de haber sido una gran fiesta prodigiosa en la sitiería, en los bailongos, en los guitarreos de nuestros guajiros, el encuentro de Poveda con Plácido…

Tal especulación nada tiene de invento, o al menos, se acerca bastante a la realidad. En marzo de 1843, Plácido viaja a Santa Clara por segunda vez (la primera en 1840). Visita Sagua la Grande (Poveda vive en Sagua), Remedios y Cienfuegos, y sufre incluso –denunciado por actividades conspirativas– una prisión de seis meses en la cárcel de Trinidad, hasta que en noviembre de ese mismo año regresa a Matanzas.

Juan Carlos García Guridi, escritor e investigador de Mayabeque
  Juan Carlos García Guridi, escritor e investigador de Mayabeque.

Francisco Calcagno plantea que ya en el año 1826, Plácido es conocido como improvisador fecundo y fácil; y a Poveda lo define como improvisador bien conocido en los campos mucho antes que El Cucalambé [o Fajardo, que fuera imitador suyo] se le llamaba “El Trovador Cubano”. Y acota más adelante: “La mayor parte de sus décimas son amorosas, y con lo que Poveda quiso seguramente, complacer con su voz y su tiple, además de animar sus versos y extender su nombradía, desde el Almendares hasta el remoto Cauto o el Cuyaguateje”. Mientras en sus estudios sobre Cantares de Cuba, Ramón de Palma no vacila en llamarlo el más famoso trovador de nuestros campos. Como todo indica, existen razones suficientes para creer que la controversia entre Poveda y Plácido, tuvo lugar. De ser así, estaríamos sin dudas en presencia de la gran controversia del siglo XIX, del primer gran suceso repentístico insular; antecedente único de la que poco más de un siglo después desarrollarían de forma brillante el Indio Naborí y Angelito Valiente.

La Controversia del Siglo fue una extensión de la Competencia Nacional de Trovadores, transmitida por la principal radioemisora de Cuba, CMQ, que entre 1954 y 1958 transmitía el referido espacio de 10 a 11 de la mañana. Se dice que el público muchas veces quedaba insatisfecho con la brevedad de las polémicas que les ofrecía la radio y a través de miles de cartas demandaron otros choques poéticos en presencia de un jurado y un lugar de mayor amplitud, y que les permitiera su presencia. Vale señalar que no fue esta la única presentación pública o masiva entre dos poetas; muy aclamados fueron los mano a mano sostenidos por Pedro Guerra "La Estrella del Parnaso" -el más temido de los juglares del momento- y Justo Vega; Naborí y Justo, y Pedro y Naborí, entre algunos otros.

Fue así que fueron convocados Angelito y Naborí a demostrar sus habilidades improvisadoras en el Círculo de Artesanos de San Antonio de los Baños, el 15 de junio de 1955, ante un tribunal conformado por los prestigiosos escritores Raúl Ferrer, Rafael E. Marrero y el español José Sanjurjo. Los temas que se cantaron fueron el Amor, la Libertad y La Muerte, ¡a diez estrofas por tema! Tan reñido resultó el debate lírico que el jurado decretó un empate. Presionados por los asistentes, se convocó a un segundo encuentro en el Estadio Campo Armada, de Lawton, el 28 de agosto del mismo año, donde el Campesino y la Esperanza, fueron los temas a evaluar. Por apretadísimo margen (tan solo un punto de diferencia), Naborí se agenció el veredicto, en una “riña” caracterizada por la fraternidad y la profesionalidad totales. Pero el saldo real fueron cincuenta décimas y un diálogo de altísimo nivel, un verdadero monumento lírico.

Cierto es que he escuchado opiniones en las que se cuestiona su autenticidad, tildando la controversia de amañada, acusando a Naborí y Valiente de repentismo impuro. Quienes los enjuician se apoyan en que la controversia se grabó taquigráficamente y a la hora de ser transcritas las décimas pudieron ser mejoradas (adulteradas); otros, en que los bombos fueron manipulados; y los más simplistas, en por qué no fue grabada para tener una evidencia de cómo fue en realidad.

Lo que sí nadie pone en tela de jucio es el nivel estético alcanzado, casi rayano en la perfección, muchísimo menos que se trata de dos poetas enormes y aun cuando así hubiera sido, en la historia de la poesía improvisada y cantada constituye un hecho memorable. En lo personal, se me antoja un suceso cultural sin precedentes, que fue capaz de movilizar a miles de personas. Para que se tenga mayor precisión del alcance de sus "improvisaciones", se pueden contar con una mano las confrontaciones decimísticas que cualitativamente se le parangonan. He buscado y vuelto a buscar y solo se podrían mencionar la controversia realizada por los dos Francisco -Riverón y Pereira “Chanchito”-, en la Playa Cajío, en 1971, en la que parafrasean a Martí magistralmente; una más breve de Justo Vega y Adolfo Alfonso, que tuvo lugar en Palmas y Cañas a finales de los 70 y que fue creada de manera ingeniosa y lúdica sobre la base de palíndromos; y, por último, otra que involucra al propio Naborí pero esta vez con el inmenso Pablo León, que tuvo lugar en el Cine Continental de San Miguel del Padrón, en el primer lustro de los 80, y que alcanzó un nivel extraordinario. No creo que muchas más por buenas que hayan sido alcancen ese nivel. Todas, probablemente, como muchísimas otras, de repentismo impuro. Otro elemento que corrobora la grandeza, la condición de monumento lírico de la Controversia del Siglo, es la cantidad de veces que ha intentado ser replicada a modo de homenaje y recordatorio por muchos de los mejores poetas de Cuba, y en mi modesto criterio, solo la versión realizada por Aramís Padilla y Héctor Gutiérrez sobre el tema del Campesino, puede emular con las dimensiones estéticas logradas por Naborí y Valiente en cada uno de los tópicos impuestos hace ya setenta años. ¿Tendrá poco mérito si aún cuando pudo ser amañada, casi todos los poetas intentan imitarla y superarla sin poderlo conseguir, y muchas veces los errores saltan a la vista? ¿Tendrá poco mérito si 50-70 años después continúa siendo la controversia tipo o el patrón a superar? ¿Tendrá poco mérito, que ni aún con el desarrollo alcanzado, los poetas de hoy logran mirarse en el espejo de lo atemporal?

La Controversia del Siglo, lo único que ha hecho es ratificar que Naborí y Valiente son dos genios de la poesía oral improvisada, de la poesía popular; y en el caso de Naborí lo consolida como el más legítimo heredero de la tradición de escritores-repentistas iniciada por Plácido y Poveda. A Naborí y Valiente, en cualquier caso, no hay nada que reprocharles; su única culpa fue imponer un modelo imposible de alcanzar para la inmensa mayoría. Y repito, aún cuando no haya sido ciertamente improvisada, ambos, al igual que Justo, Riverón, Pablo, Chanchito, Adolfo, Aramís, Héctor, y otros tantos, fueron y han sido capaces de demostrar "in situ" y de modo convincente, durante horas, que no todo es un programa radial o televisivo, o un espectáculo montado... Con la Controversia del Siglo, Naborí y Valiente elevaron la décima popular a categoría de arte, y la posicionaron allí, donde sólo los elegidos pueden decir: “Aquí me siento...”

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