Las Tunas.- Villa Coral, una instalación que fuera emblema para la recreación de los trabajadores, sobrevive y soporta las inclemencias del tiempo, cierto abandono que desatiende el mantenimiento sistemático y la desidia que obstaculiza la corrección oportuna de daños ocasionados por el uso, a veces irreverente, de algunos huéspedes y el deterioro natural.
Ubicada en playa La Llanita, en Puerto Padre, sus ansias de supervivencia se sostienen y levantan sobre los hombros de un reducido grupo de trabajadores, devenidos hombres y mujeres orquesta, protectores de un recinto que tuvo época de gloria y todavía proporciona sosiego a los visitantes.
El área de baño, muy próxima a la de hospedaje, ha ido recuperando sus tradicionales condiciones, alteradas por el paso del huracán Ike (8 de septiembre del 2008). A falta de cuidados humanos, la naturaleza pone lo suyo y los bañistas encuentran sosiego en un sitio paradisíaco.
LA SATISFACCIÓN DE MARÍA
María Jiménez Gerbau hace un año convirtió casi en su residencia permanente una estrecha habitación de la villa. “Soy de Becerra, en Las Tunas, y ahora estoy de carpetera”, me aseguró con la misma sonrisa y el espíritu que vimos cuando nos recibió en la rotación del lunes 5 de agosto y nos despidió el 8, mientras acogía con similares muestras de afecto a un nuevo grupo de familias.
¿Carpetera?, le digo para provocarla, después de haberla visto hacer una y mil labores durante mi estancia. “Es que por las mañanas todos los obreros salimos para las diferentes áreas a hacer la limpieza y después nos incorporamos a nuestros puestos, a cumplir las tareas específicas”, argumentó.
Elogió la disciplina de los huéspedes y su colaboración para mantener el orden y la higiene del entorno, y expresó la satisfacción que siente cuando está ayudando a los vacacionistas a sentirse lo mejor posible, a asegurarles lo elemental para que la pasen bien, “que lleguen contentos y se vayan más contentos de aquí”.
EL FUNCIONAMIENTO
“La instalación turística cuenta con 13 cabañas, y solo siete prestan servicio”, lamentó María, y explicó que están asignadas a organismos que de cara al verano les crean las condiciones materiales a las habitaciones, en correspondencia con sus posibilidades, y aseguran la transportación a las personas estimuladas. “Nosotros garantizamos la limpieza y la alimentación: desayuno, almuerzo y comida”, confirmó.
Este recinto pertenece a la unidad empresarial de base (UEB) Alojamiento, del territorio puertopadrense. En otras épocas del año ofrece servicios de hospedaje a quienes lo requieren y se acogen algunos eventos, detalló Margarita Ramírez Pérez, dependienta de salón, quien como el resto de sus compañeros asume lo que haga falta para que el sitio funcione bien.
“En tiempos normales trabajamos en dos turnos, pero en el verano decidimos hacerlo los dos meses seguidos, apenas sin descanso; es difícil, pero fue el acuerdo de todos para sacar adelante la villa, que consideramos nuestra segunda casa”, enfatizó.
Y aclaró: “Sacarla adelante desde el punto de vista económico, pues el rescate constructivo es algo que no depende de nosotros. Nos han dicho que está en los planes, que se va a dar el dinero para reconstruirla completamente, pero nunca llega”, dijo acongojada. Recordó que en el verano pasado funcionaban muchos aspectos y ahora no, como, por ejemplo, el split del restaurante y la turbina que llevaba el agua corriente a las cabañas por las redes, necesitadas, también, de rehabilitación.
Ellos son pocos y lo hacen todo a pesar de un salario básico que oscila entre los dos mil 100 y los dos mil 500 pesos, sin disponer de un sistema de pago que estimule resultados, “porque somos una unidad perteneciente a una empresa con pérdidas”, remarcó Margarita.
¡QUÉ COLECTIVO!
No los frena tener que cocinar con leña que autogestionan en los alrededores, con el objetivo de atender a más de 40 huéspedes propios por rotación y a los de la villa de Azcuba, situada en las proximidades.
El colectivo en pleno mira con dolor el deterioro que lacera las restantes habitaciones, agravado por la falta de mantenimiento y de uso, y alertan que “llegará el momento en el que no podrán recuperarse”.
Pero, cada uno sueña y cree posible que más temprano que tarde, antes de la otra temporada veraniega, Villa Coral recupere su esplendor y disponga de las condiciones para darles las mejores atenciones a los visitantes.
“Aquí hemos creado una gran familia. Yo trabajo en el restaurante, y si tengo que ir a limpiar una habitación voy; si se necesita a la camarera en el restaurante acude, y si requerimos la ayuda de la carpetera en la cocina ella va… Esa es la disposición de todos”, detalló Margarita.
Tal actitud de vanguardia resulta el primer paso para consolidar el futuro de esta instalación, cuya situación merece, desde ahora, una mirada abarcadora y recursos que le permitan llegar al próximo período estival más bella y acogedora.