Ermidelio Urrutia, entre los grandes de la pelota cubana.

Desde la época de la colonia, Macagua era conocida porque en las cuevas de sus elevaciones vivía en solitario un jamaiquino harapiento, de larga melena y marcado desenfreno, que se dejaba ver de vez en vez. Se trata de la leyenda del “Pelú” de la Macagua.

Pero en los años 60 del pasado siglo allí surgió un patriarca: Domingo Urrutia Estrada, el más destacado machetero de Cuba, héroe nacional de la zafra en ocho oportunidades y Héroe Nacional del Trabajo; padre de Ermidelio, abuelo de Henri y tío de Osmany Urrutia.

En ese mismo paraje, Ermidelio comenzó a jugar a los siete años con un pedazo de caucho de la goma de un camión de su tío Giraldo, que enrollaba con el mismo hilo del neumático y golpeaba con bates de marabú hechos por haitianos residentes en la zona.

Y fue ahí también donde por primera vez sintió que su físico era un handicap, pues cierto día el propio Giraldo regañó a un grupo de muchachos del barrio, porque ponían a jugar a un niño tan pequeño. Se trataba de Ermidelio.

“Pero en ese encuentro de placer di un batazo que todavía están buscando la pelota en un cañaveral. Fue entonces cuando mi tío sonrió y me dejó seguir jugando”, recuerda hoy Ermidelio, a los 62 años.

“A Macagua Ocho le debo mucho -reconoce- porque no tuve la oportunidad de estar en la llamada escalera de desarrollo: escolar-juvenil-mayores.

”Me dijeron que también realizaste incursiones en el boxeo siendo un adolescente”, le pregunté, e ipso facto respondió: “Sí, eso fue en la comunidad de Bartle”. “¿Y por qué no seguiste en el pugilismo? ¿Te dieron duro?”. “No (se ríe) no llegué a nada, pero aprendí”.

Ermidelio hace una pausa para recordar a su padre, del cual heredó su alto sentido de responsabilidad, carácter recio y saludos sobrios.

“Mi primer campeonato oficial en béisbol fue en los Juegos Obreros de 1980; después, seguí en la Liga Azucarera, con el equipo del central Antonio Guiteras, que representaba a Las Tunas, y luego estuve en la segunda categoría de mi municipio.

Ermidelio Urrutia, entre los grandes de la pelota cubana.

”En esos eventos me desempeñaba en segunda base y en el campo corto; pero al llegar al equipo provincial de Las Tunas en 1981, la única fórmula para jugar era la de jardinero, porque esas posiciones estaban ocupadas por hombres consagrados como Roberto Lemus y Alexis Griffin.

”Pipo Tejeda (ya fallecido), a quien considero extraordinario entrenador por su nivel de exigencia y métodos me dijo en un entrenamiento: ‘Prepárate para recibir 100 flies’. Entonces le respondí: ‘Pero, Pipo, eso es mucho’, y me ripostó: ‘Ahora tienes 101’.

”Luego tuve una afectación en el brazo y hombro derechos. Y cuando yo creía que no iba a entrenar por la lesión, Pipo me inmovilizó el brazo con una faja y me puso a fildear con la mano izquierda enguantada. Aquello fue determinante para que me especializara un poco en recibir flies ‘en bandeja’.

”Me costó trabajo hacer el equipo nacional, hasta que en una transmisión de Radio Rebelde, Bobby Salamanca dio tres golpes en la cabina y dijo: ‘Fíjense en el negrito de Las Tunas, está tocando las puertas del equipo Cuba’.

”Ese criterio fue muy importante para que al fin me incluyeran en la nómina; aunque, ya en el conjunto, nunca abrí jugando y, cuando salía a batear como emergente, respondía, pero en el partido siguiente de nuevo estaba sentado en el banco.

”Cierta vez yo iba de un lugar a otro, fuera del dugout con un bate en la mano, y un directivo me preguntó: ‘¿Estás nervioso, o qué está pasando?’, y dije: ‘Sí, estoy nervioso porque no me ponen a jugar’”.

Ermidelio tiene a Víctor Mesa en un altar, es, como decimos los cubanos, buena gente y humano. “Fue el único que me defendió en todas las tribunas; decía que yo era chiquitico, pero le daba a la pelota con tremenda fuerza”.

En su vivienda en la capital tunera, donde conserva todos los trofeos, medallas y reconocimientos, en lo que él llama “mi museo”, señala con lujo de detalles el valor de cada estímulo, incluyendo fotos de los líderes Fidel y Raúl Castro.

Ermidelio Urrutia, entre los grandes de la pelota cubana.

Sus vitrinas que ocupan una habitación de su hogar recuerdan los lauros conquistados en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, campeonatos mundiales de Parma, Italia (1988); Edmonton, Canadá (1990) y Nicaragua (1994), así como en los Panamericanos de La Habana (1991), y de Mar del Plata, 1995.

Ermidelio, en 16 Series Nacionales, compiló para 310 de promedio ofensivo, 221 jonrones, 865 carreras impulsadas y 180 bases robadas, con potente brazo y certeros tiros desde los jardines. Nada más parecido a lo que se conoce como “pelotero cinco herramientas”.

Y si de récords se trata, implantó varios:  en la Copa Intercontinental de 1994, con promedio de 667; líder en jonrones en las series nacionales de 1990 y 1991, con 20 y 16, respectivamente; y en el 92, primero en boletos recibidos, con 26. En 1982 estuvo discutiendo el liderazgo de bateo.

No se trataba de discriminar a un guajirito de Jobabo. Al cabo del tiempo se reconoce que era casi imposible creer que con un físico enjuto -1.67 metros de estatura y 62 kilogramos de peso- se pudiera tener tanta fuerza y dar kilométricos batazos.

Ya excluidos del equipo nacional, él y otros compañeros fueron a Japón a militar en diferentes conjuntos de esa liga. Y cuando llegó una preselección de Cuba para efectuar juegos de confrontación, el “leñador” de Las Tunas conectó seis jits con tremenda potencia.

Y al terminar el partido -relata- varios nipones se le acercaron. Decían cosas en su idioma que, por supuesto, él no descifraba, pero le tocaban los brazos (brazos largos y potentes que nada tenían que ver con el resto de su físico) curiosamente, como explorando (se ríe) para ver de qué “material” estaban hechos.

Ahora Ermidelio dice que, tras su jubilación en 1996, por sus manos de entrenador pasaron beisbolistas destacados como el actual jugador de Grandes Ligas Jordan Álvarez, los hermanos Yosvany y Yordanis Alarcón, Yunieski Larduet, tanto en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) como en la Academia. Y recuerda que los Leñadores clasificaron por primera vez en Series Nacionales cuando él debutó como director.

Orgulloso de haber representado a Cuba en múltiples campeonatos, Ermidelio siempre creyó en sí mismo. No se considera un superdotado, pero cree que pudo tener mayor participación en los eventos a los cuales asistió.

Los que creían en él lo veían como el Quijote o el bíblico David, pero nunca un Jeremías (el llamado “profeta llorón”). “Sentí la discriminación por mi físico -confiesa-, pero siempre dije que todo dependía de mí, que yo no me medía de la cabeza a los pies, sino de la cabeza al cielo”.

Pero la alta posibilidad llegó en agosto de 1991, en los Juegos Panamericanos de La Habana, en un Estadio Latinoamericano repleto, en la final contra Puerto Rico. Fue un día fabuloso: conectó de seis-seis, con dos dobles y tres jonrones, uno por cada ángulo de los jardines.

Fue un momento espectacular para Ermidelio: el aficionado número uno, el Comandante en Jefe Fidel Castro, lo hizo bajar del podio de premiación para abrazarlo y preguntarle: “¿De dónde sacas tanta fuerza?”, a lo que Orestes Kindelán, que estaba cerca, le dijo: “Comandante, es que le da con el corazón”.

Y Ermidelio lo resumió así: “Comandante, el problema no es darle a la pelota, sino darle bien”. (ACN).

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