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Las Tunas.- En estos días la gente anda así, aferrada a la esperanza. Amando más que nunca, despertando a las emociones que ahora han de llegar sin abrazos ni besos, pero con el calor humano de los sentimientos; porque esta enfermedad terrible también trajo eso: el despertar del amor. Y del amor prefiero y quiero hablar; ya otros lo harán del egoísmo, de la desidia, del odio; de todo lo que aparta cuando naturaleza y realidad, cada vez, con mayor fuerza, indican que andamos juntos, todos "en el mismo barco".

El planeta se sacude y la humanidad saca fuerzas para salir de un momento casi apocalíptico, que a veces pareciera irreal, fílmico. La Covid-19 ha robado la tranquilidad de todos y se ha llevado consigo a muchos, algunos de Cuba, otros de allende los mares. Cada partida, duele.

Y ha puesto sus mayores empeños de “capicúa”, en quienes sostuvieron nuestras manitas para enseñarnos a dar los primeros pasos, a cantar o a contar; en esos que nos protegieron del regaño de mamá o papá; en los de ternura inigualable y palabra certera; en ese puerto seguro en medio de la adversidad: en nuestros viejos.

Piénselo, con seguridad algunos de sus mejores recuerdos están liados a los de cabello cenizo y proverbial memoria. Porque muchos de los que más nos aman, de los que esperan en casa con el dulce o la comida que nos gusta, de los que nos han sembrado el valor de la resistencia, de los que atesoran la historia familiar y la del país, pasan las seis décadas de vida.

De ellos preservamos la costumbre de guardar lo viejo “porque puede ser útil en tiempos peores”, de compartir amén las carestías, de esgrimir un refrán para salir de momentos difíciles “porque a mal tiempo, buena cara” o, mejor, “el que persevera, triunfa”. De nuestros abuelos aprendimos a respetar y a tener a la familia en el lugar exacto de nuestros más cuidados anhelos; aprendimos, además, el valor de la fidelidad en un país donde hacer una Revolución ha costado un alto precio. ¡Tanto que agradecer, tanto de lo que somos, está ahí, en nuestros adultos mayores!

Mientras escribo estas líneas, hay gente que se bate entre la vida y la muerte, y gente que salva; gente que desborda solidaridad, que se entrega a otros y hasta rompe la soledad de algún hogar para llevar alimento más al alma que al cuerpo. Bien lo saben los trabajadores sociales que ahora andan repartiendo afectos a domicilio en cientos de casas, muchas reflejo del paso del tiempo, de la ausencia del cariño familiar, de los extravíos de la vida, de las circunstancias de quienes las habitan.

Ante el signo terrible de la Covid-19, tenemos que ser todo lo responsables y precavidos que amerita el momento. Nuestros adultos mayores lo han sido por nosotros. Nos toca ahora protegerlos. Que permanezcan en casa, al calor de la familia, no ha de ser una medida de confinamiento, puede convertirse en el momento para dedicarles el tiempo que hace mucho les debemos, para lograr esa intimidad necesaria con quienes son el símbolo de la sabiduría y lo trascendente.

Desde la lejanía confío en que "la Mariana" de mi familia, esa octogenaria madre de tantos, señora noble, de carácter afable, justa, cubana y de manos siempre extendidas, esté a buen resguardo; porque ese y no otro es ahora el lugar ideal para los que en casa resumen el devenir de toda una prole. Porque sí, mucho de lo que somos y mucha de la gente que más nos ha querido, peinan canas, como decimos en "buen cubano". Con ellos compartiremos cuando estos días tristes y aciagos pasen y solo quede la memoria de una enfermedad que en vano trató de robarnos la existencia y, sobre todo, el amor.

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