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Las Tunas.- Leonor Pérez Hinojosa es una madre joven y le ha tocado serlo en una época donde se vive muy deprisa. Heredera de una vocación milenaria que traspasa los umbrales de cualquier profesión, la maternidad ha sido el gran reto de su vida, mayor incluso, que el arte de las tablas al que se entregó desde niña. Ser mamá ha sido el personaje más difícil y quizás por eso, siente que Laura Patricia y María Carla, de 6 y 12 años, son su mejor obra.

En tiempos normales su rutina se divide entre las niñas y el guiñol Los Zahoríes, donde deja la piel en cada puesta. El vivir lejos de la ciudad, en la comunidad de Las Parras, Majibacoa, hace que todo sea más enrevesado, que cada día resulte una carrera contra el tiempo, por cumplir a cabalidad sus diversos roles. No pocos domingos ha tenido que dejar a sus pequeñas en casa, para alegrar a los que acuden al teatro en busca de sus títeres y a veces, la embarga un sentimiento que las madres conocemos bien, esa angustia de no dedicar a los nuestros las horas que quisiéramos.

Ahora algunos proyectos quedaron en pausa y su cotidianidad adquirió otro ritmo, las rutinas y prioridades también cambiaron. Como muchos, no podía imaginar que el 2020 nos guardara tantos desafíos y aunque al inicio le agobiaban las malas noticias llegadas de disímiles partes del mundo, nuevos planes surgieron y las jornadas transcurren ahora entre el estudio, recetas de dulces olvidadas, nuevos trajes para las muñecas, exposiciones de dibujos y, sobre todo, amor y complicidad.

Quédate en casa se dice fácil, pero se vive difícil. María Carla no está junto a ellas, con su peculiar madurez decidió acompañar a la abuela materna en Las Tunas, una gran mujer que ha convertido el teatro en filosofía de vida y a pesar de ser aún bastante joven, su nieta no quiere dejarla sola en fechas en las que visitarnos y compartir nos está vedado. En el caso de Leonor ha cambiado los títeres por las libretas y los lápices, y ha utilizado sus dotes de artista para convertirse en profesora.

A la pequeña Patricia hay algo que no le gusta mucho de la clase del televisor y en ocasiones no quiere estudiar. “Esa no es mi maestra”, le dice, y no ha sido tan sencillo explicarle que a “las de verdad” solo las puede escuchar por teléfono. Me cuenta que ha tenido que reinventarse a sí misma, repasar libros y contenidos una y otra vez, en aras de transmitirle de forma adecuada los conocimientos, pues su niña cursa nada menos que el primer grado, año decisivo por lo complejo que resulta aprender a leer y escribir.

Pero ella, tenaz, no se amilana y tampoco su retoño, ambas tienen la certeza de que saldrán airosas y la fiesta de Ya sé leer, que quedó aplazada, se ha convertido en fuente de inspiración. Las teleclases les han servido de mucho, no solo por el contenido, sino también por los juegos y las técnicas que utilizan, que les muestran a los padres cómo guiarlos. No obstante, reconoce que el papel de un buen docente frente al aula es insustituible.

Otra certeza acompaña a Leonor y es que estos meses son un aprendizaje de vida. En su interior pide que todo termine pronto, pero a la vez siente que su familia y sus hijas serán más fuertes y ella mejor madre, mejor persona. Ha sido una buena oportunidad para mimar a los suyos, reordenar valores, necesidades, prioridades; para sentirse más tranquila, sosegada, centrada; para recordar lo que aprendió muy chica, que lo esencial es invisible a los ojos; en definitiva, para vivir el hoy más sabiamente. 

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