Guillermo Vidal MDN

Las Tunas.- Mucho se ha repetido su nombre en Las Tunas por estas fechas; lo mismo entre sus lectores más fieles que entre los tantos autores que llegan a la Feria del Libro enchufados por las ganas de acercarse a sus esquinas, que son las nuestras.

Algunos hablan de su lectura “que agrede, maquilla y cambia las maneras de entender la vida”; y otros de cómo fue una especie de eslabón perdido que pertenece a los irredentos, los sin causa, más que a cualquier generación literaria; porque “Toño nos sigue mirando, nosotros no miramos a Toño”, confabulan.

Los autores lucen sin tapujos sus nostalgias. Y confiesan, con absoluto desenfado, que la influencia vidaliana en sus obras es muy natural, porque les fluye como río y, a ratos, se sorprenden cuando se les revela el personaje que les remonta a alguno suyo, o las curvas del discurso se antojan cercanas.

Guillermo revuelve la literatura de los otros; incluso, de quienes no tuvieron “el humano privilegio de abrazarlo”, pero están conectados a él, con esa magia descarnadamente hermosa que desprenden sus siete novelas y seis libros de cuentos.

Dicen que en los espacios de la Feria anda sentado por alguna de las sillas vacías y conservan en la memoria el gusto inigualable de escucharle leer en público su propia narrativa.

Porque aquellos textos suyos, “que trasudan humanismo y espiritualidad” cobraban alas en su voz y les dejaban con el sabor agridulce de lo que necesita ser bebido, completamente bebido, como urgencia capitular de los tiempos.

Los más conocedores afirman que su profundo credo literario, develador de miserias, marcado por “personajes dementes con lúcidas mentes” es prueba de una “marginalidad henchida de cubanía”.

Los más cercanos a él recuerdan anécdotas, de cuando les decía: “Escribe siempre, con rabia, aunque nos muramos de hambre, tú escribe, no pierdas el oficio”, como sentencia de vida.

Y los más íntimos hablan de motes cariñosos, de cuánto le gustaba ir a Puerto Padre y sentarse en el parque a hablar con los músicos de la Banda de Concierto. Y de cómo los conocía a todos, con sus nombres y sus historias.

Guillermo llevó hasta la literatura la voz sagrada del pueblo, desde un estilo que nació -aseguran- del sufrir y el sentir de estas calles.

Quizás ese ha sido su mayor razón de arraigo entre nosotros, al menos eso se atreve a creer esta reportera. Porque, más allá de la fuerza y el aporte descomunalmente valioso de su narrativa, descansa esa sensación que entrelaza la trascendencia con un hálito de cotidianidad que arropa, incluso, a quienes nunca han leído sus libros, pero se saben brutalmente protagonistas de cada historia.

Y él, “hombre al que nunca le interesó la pompa” seguirá andando entre nosotros, terco y fiel, mientras se mantenga así, visceral, como marca de vida.

 

 

 

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