escultor ángel Alberto

Las Tunas.- Ángel Alberto Álvarez Carralero pudo volar, trascender, alcanzar la cumbre de la creación en otra parte, pero apostó por quedarse allí, entre el salitre y el aliento de su casa natal.

Quizás pareció a algunos una apuesta pequeña, pero aprendí conversando con él que a veces lo verdaderamente grande está en defender lo simple, lo fuerte, lo cotidiano.

En Puerto Padre se casó, ha construido una hermosa familia que coronan Angélica y Alicia, y lo ha hecho sin renunciar al arte que defiende, a la pasión irreductible que siente de ser de allí, asumiendo con la fuerza de su buen trabajo los colosales desafíos del creador decidido a poner comida en la mesa de los suyos, desde esa condición incomprendida y voraz, con pocos presupuestos a su disposición y posturas que no siempre están abiertas a “saberes de estudiados”.

“Egresé de la Academia de Artes Plásticas de Las Tunas y del Instituto Superior de Diseño (ISDI) en La Habana, y he dicho varias veces que soy un patriota local.

”Me siento agradecido porque la vida me ha dado muchas oportunidades y me han permitido crecer desde aquí, en sentido contrario a la dinámica habitual del desarrollo, que invita a moverse a otros lugares si se quiere avanzar.

”Ahora, eso sí: estar en un municipio te obliga a no especializarte, porque te mueres de hambre. Toca hacer muchas cosas. Y también eso es bueno, porque te obliga a estar todo el tiempo aprendiendo, buscando, creciendo”.

Ángel Alberto, como buen puertopadrense, está consciente de que muchos los tildan de “un amor desmedido por su terruño”. Sonríe mientras me dice: “Prefiero canalizar esos excesos en la realización de la obra, y la vida me lo ha permitido”.

Cierra los ojos y, acomodado en un balance de la terraza, con el revolico del trabajo alrededor, recorre para mí la avenida Libertad como si la tuviéramos delante. Conoce cada detalle, la llama “la pasarela del arte puertopadrense”, y sonríe.

“Esta es una ciudad portuaria y, aun cuando nuestro puerto no es de viaje hoy, lo fue. Resultó un vínculo importante en toda la costa norte del país. Ir a Gibara, por ejemplo, era un asunto de merendar o jugar. De hecho, los almacenes eran pequeños porque no había necesidad de guardar grandes cosas, se traían con frecuencia de Miami o de otros lugares cercanos.

”Por tanto, el puertopadrense creció con esa visión alejada de lo provinciano, y eso también se refleja en lo que somos: un pueblo universal y orgulloso de los hombres que hemos tenido.

”Hay una anécdota que se hace por acá como un chiste. Cuando alguien de un municipio tunero va a La Habana y le preguntan de dónde es, dice que de Las Tunas; pero, si nació aquí, dice: ‘De Puerto Padre’, con total naturalidad, sin hacer alusión a ninguna otra pertenencia”.

Hablamos del esplendor de aquellas tierras en la etapa republicana. Me cuenta de las 42 publicaciones que le nacían, del mérito de tener una de las primeras emisoras de Cuba y dijo que “la banda de concierto de aquí es unos 20 años anterior a la de Camagüey, por ejemplo”.

Y siguió. “El escudo de Puerto Padre es del año 1936 (art déco) desprovisto de ornamento innecesario. Puro significado. En él el haz de varillas está representando no a la ciudad, sino a sus barrios. Es inclusivo por eso. Y en la banderola del escudo dice: ‘Todo por la Patria’ (en latín). Acá se ama al terruño, pero con una visión universal. Usted no puede ser patriota, a lo grande, si no lo es en lo local”.

Esa idea de lo particular, sentido como espacio de génesis, pero con ínfulas de universalidad, también late en la obra de Ángel Alberto. Por ejemplo, el busto de Mella, emplazado cerca de la sede universitaria en la que llegó a ser profesor auxiliar.

El proyecto lo alcanzó como un reto, porque “cuando el consagrado dice: ‘No se puede’, el novicio dice que sí”, y él, entonces, bisoño en esas lides, no fue la primera opción para asumir en tiempo récord el desafío. Pero aceptó el deseo bendito de concretar la imagen de Julio Antonio Mella al más puro estilo de la Villa Azul de los Molinos.

“Moldeamos el busto de Mella desde una foto que le tomara Tina Modotti. Escogí la mirada de ella, una mujer enamorada, y quitamos el sombrero, pero tratamos de ver a través de sus ojos. Recordemos que él era un hombre que tenía un esternocleidomastoideo que destacaba como heroico, con los arcos superciliares casi en el Olimpo. Miraba al sol con actitud bravía, no brava; pecho desnudo, frente abierta.

”El parecido fotográfico no es el que yo quiero; el artístico, sí, y ese incluye al psicológico, el contextual, porque es el futuro, el que te asciende. Son todos los parecidos en uno: la emoción. La gente te recuerda por la emoción”.

Ángel Alberto entrelaza ideas, conversa en el balance y atiende al camionero que pasa, al amigo que pregunta, al juego de su pequeña, todo a la vez, sin descarriar la fuerza de la palabra.

Puerto Padre parece ser esencia recurrente no solo en su obra, sino en su modo de actuar, de ver la vida. A su juicio, la ciudad no necesita mirar al futuro para desarrollarse: lo urgente está en el pasado. Y vuelve a la carga.

“El paseo Máximo Gómez, por ejemplo, tenía más de 66 aljibes. Cosechaba el agua de lluvia, en un núcleo urbano muy pequeño. De la excavación, antes de comenzar a hacer las casas, se sacaba la piedra para la construcción, el cocó, y se creaba el espacio para una cisterna, para la cosecha de agua. Esa agua se sacaba con molinos de viento”.

Tiene muchos sueños entrelazados con sus calles, su gente, su bienestar. Da gusto escucharlo y, sí, también hace pensar la esencia de su mensaje. Cada pueblo, ciudad, puerto de Cuba debía ahora mirar dentro de sí mismo; redescubrir los resortes que lo han mantenido en pie y los conocimientos que les marcan la diferencia desde cualquier arista posible.

Quizás así, con la magia que brindan el amor y la introspección más brutal, hallemos caminos para seguir adelante.

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